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Cuando la semana pasada el lebaniego Luciano Simón se vio cercado por la guardia civil, su reacción inmediata tuvo algo de ancestral: echarse al monte. Como si se hubiera activado en su cabeza un resorte atávico, un instinto grabado a fuego en su carga ... genética, un eslabón del imaginario colectivo, que impulsa a buscar en lo boscoso refugio contra las fuerzas del orden.
La aventura de Ciano, pese al ruido mediático, no pasará de simple anécdota, una escaramuza televisada en tiempos en que ya no se escuchan más disparos que los de las casetas de las ferias, fuera de los cotos de caza. Este emboscado posmoderno que no resistió ni un asalto; nada que ver con aquellos recios combatientes que se empeñaron en prolongar la guerra del 36, y en muchos casos acabaron librando su propia contienda. Una lucha de antemano condenado al fracaso, como no puede ser de otra manera cuando se combate contra el mundo, contra la historia y, sobre todo contra la peor de las muertes: el olvido.
Y es que, de haber triunfado la política oficial –la de uno y otro bando–, hoy nadie recordaría a Bedoya, a Pin el Cariñoso, o a Juanín. Es una constante en la historia, donde los vencedores se afanan en borrar la memoria de los vencidos. Los romanos borraban los nombres de sus enemigos de las inscripciones epigráficas, pero los bárbaros aniquilaban a toda su familia. Los reyes medievales ordenaban escribir crónicas en las que se atribuían fabulosas victorias, y los nobles renacentistas contrataban genealogistas que les emparentasen con los héroes clásicos. Pero no sólo la maquinaria propagandística de Stalin pretendió reescribir el pasado, eliminando a todos aquellos que 'afeaban' su versión de la historia. También los españoles nos hemos afanado en borrar todas las huellas de un tiempo no tan lejano. Un pasado que tuvo que ser rescatado del silencio oficial gracias al esfuerzo de estudiosos como Secundino Serrano, en León, o Isidro Cicero, en Cantabria, empeñados en arrojar luz sobre asuntos que se pretendía enterrar para siempre.
Con sus trabajos, Isidro Cicero nos abrió el camino a todos los investigadores posteriores. Junto a la película de Manuel Gutiérrez Aragón, 'El corazón del bosque', despertó la curiosidad de una nueva generación en Cantabria», afirma Antonio Brevers, considerado uno de los máximos expertos en la guerrilla antifranquista. Su libro 'Juanín y Bedoya, los últimos guerrilleros', es una obra de referencia desde que apareciera en julio de 2007, convirtiéndose en un éxito instantáneo: en menos de dos semanas se agotaron los tres mil ejemplares de la primera edición. «Descubrí que había un interés enorme. Recibí multitud de correos, llamadas y cartas, pero lo curioso es que todavía sigo recibiéndolas».
Brevers representa una nueva forma de afrontar la recuperación del pasado inmediato, con una metodología más sistemática: «Entrevisté a personas con las que nadie había hablado, como Fernández Íñiguez, el cabo que mató a Bedoya». Hasta entonces se había escrito de manera novelada, pero nadie había acudido directamente a las fuentes. «Guardias, secuestrados, guerrilleros o enlaces me decían que era la primera persona que llamaba a su puerta para preguntarles.
Lo mismo me ocurrió en el Archivo Histórico Militar: todavía no había ido ningún investigador». Claro que su gran tarea ha sido la de conservar testimonios personales: «En realidad, tuve mucha suerte porque empecé a investigar en 2001 y muchos protagonistas y testigos directos todavía vivían; apenas un año después de presentar el libro, la mayoría ya habían desaparecido».
Además, Brevers se distingue por haber buscado una visión poliédrica de una realidad que afectó a distintos colectivos, con versiones contrapuestas. En su búsqueda de la objetividad, concluye que, «salvo algunos personajes siniestros y sanguinarios, la mayoría de los protagonistas se vieron en uno u otro bando, sin demasiada posibilidad de elegir, ni de influir en los acontecimientos».
Profundizando en un tema inagotable, en 2010 Brevers publicó 'La Brigada Machado', las memorias del guerrillero Manuel Díaz López, y actualmente trabaja en un volumen donde recorre los escenarios de sus libros anteriores. «Recibía muchas llamadas de lectores que querían conocer los lugares exactos donde todo ocurrió», aclara. En su opinión, todavía se ha escrito poco sobre la guerrilla antifranquista. Incluso en la ficción: «Montxo Armendáriz afirmó en un encuentro que este tema en Estados Unidos habría dado para todo un género, como ocurrió con las películas del Oeste. Pero aquí es un género escaso. Aún así, hay obras maravillosas, como la novela de Manuel Arce 'Testamento en la montaña', publicada nada menos que en 1955, ¡Y además recibió el premio Concha Espina!».
Además de Cicero y Brevers, nuevos investigadores han abordado el tema en los últimos años. Valentín Andrés Gómez presentó en 2008 'Del Mito a la historia. Guerrilleros, maquis y huidos en los montes de Cantabria', publicado por la Universidad de Cantabria, y que rápidamente alcanzaría la segunda edición. En ella el historiador aporta cerca de sesenta testimonios directos recogidos en los años noventa, entre los que destaca el del guerrillero Marcos Campillo.
El último libro dedicado al tema apareció a finales de 2017, a cargo del periodista Javier Lezaola, quien en 'Dicen que murió Juanín' recoge varias 'historias de la resistencia', junto a testimonios de políticos e intelectuales de la región.
«Lo ocurrido en España me recuerda al Edicto de Nantes, con el que zanjaron en Francia las guerras de religión del siglo XVI, que decía exactamente eso: 'Que la memoria de todos los acontecimientos ocurridos entre unos y otros queden disipados y asumidos como cosa no sucedida'. Se decretó la política del olvido, como ocurrió con la república y todo lo relacionado con la guerra», rememora Isidro Cicero.
Además, esta ley no escrita del silencio no correspondería solamente a un bando, sino que también hizo lo mismo el propio Partido Comunista de España, tras virar el rumbo político hacia el Eurocomunismo.
Corría 1977 cuando llegó a las librerías 'Los que se echaron al monte', un libro al que había dedicado seis años de trabajo y que trataba un asunto hasta entonces prohibido. «Era un tema desconocido, gastado antes de abordarlo.
Porque desde 1939, la idea era que se olvidara lo que había pasado: no sólo a los del monte, sino también los campos de concentración, los batallones de trabajo, los fusilados… El objetivo era echarlo todo al olvido».
Por entonces, Cicero era un joven escritor interesado vivamente por esa parte del siglo que la historia oficial nos había hurtado. Y ni siquiera había pensado en escribir sobre los maquis. Que, en realidad, ni siquiera se llamaban aún 'maquis'. «El 'Maqui', en realidad, fue un individuo que vino en los camiones de pescado, con la brigada Pasionaria, en 1945 y le llamaron así porque venía de Francia. Aquí les decían 'los de Tresviso' o 'los de Bejes'. En Miera, eran 'los huidos', 'los emboscados' o 'los escondidos'», puntualiza Cicero.
Otro investigador más joven, Antonio Brevers, lo matiza aún más: «aquí se les llamaba 'los del monte', simplemente». Aún así, el galicismo 'maquis' terminaría por imponerse.
Pero en 1971, Isidro Cicero quería escribir sobre lo sucedió en España durante los cuarenta años precedentes, y todo eran dificultades: «la historia estaba allí, llamando a alguien que quisiera contarla. Quienes la vivieron en primera primera persona estaban deseando contarlo, pero ¿a quién? Y tampoco nadie se había acercado a preguntarles». Además, los archivos eran innacesibles; «mientras escribía mi primer libro, el ministro Martín Villa envió una circular a todas las autoridades competentes para que se dejaran de destruir documentos. El origen de muchas fortunas estaba allí documentado», recuerda Cicero. Pero, a pesar de todas las dificultades, el investigador perseveró en su empeño, convencido de que no se podía perder la memoria de aquellos combatientes que, por entonces, eran prácticamente desconocidos.
«La historia del Cariñoso, por ejemplo, me vino a buscar a mí. Entonces no era el mito que es ahora, como no lo eran Juanín o Bedoya. Hasta que se focalizó la atención sobre ellos».
Y de qué manera… Publicado por Tantín, el primer libro de Cicero se agotó en apenas doce días. Seis mil ejemplares que sólo se distribuyeron en Cantabria. Dio hasta para algunas anécdotas, como la de aquella tripulación que obligó al patrón a regresar al puerto de San Vicente de la Barquera, porque un marinero se había llevado 'Los que se echaron al monte', y querían leerlo todos a la vez. Se compraron un ejemplar cada uno.
«La fiebre, claro, se debía a la temática abordada. Pero tampoco es fácil que un 'best-seller' se convierta en un long-seller», apunta Cicero. Trece ediciones y más de cien mil lectores le avalan. Un éxito que se repitió con su segundo título, 'El Cariñoso', que precisamente este verano celebra sus cuarenta años con una quinta edición, en esta ocasión a cargo de Librucos, el sello de Ramón Villegas.
Lo evidente es que la intervención de Cicero resultó decisiva: a través de sus títulos, aquellos luchadores del monte acabarían venciendo en su particular guerra contra el olvido.
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