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Habitaciones llenas de vacío y viajes sin retorno, en blanco y negro, en el CNFotoDetenido para siempre en el tiempo, el coleccionista Jaime Sordo cruza una marca de 'No pasar' pegada en el suelo, en época pandémica, frente a una de las obras de la Colección Bragales, a la que se acerca señalando con el brazo extendido algún detalle con su ojo experto. «Ha cruzado un punto de no retorno para adentrarse en la cultura», explica Enrique Gutiérrez Aragón, autor de la instantánea, término nunca mejor aplicado a ese segundo fijado en el papel.
La fotografía pertenece a la colección llamada, precisamente, 'Punto de no retorno' y forma parte de la selección que expone en el Centro Nacional de Fotografía de Torrelavega. Se incluye en la muestra colectiva 'Experimenta Torrelavega', que además de Gutiérrez Aragón, cuenta con los trabajos creativos de Pablo Burgos, Noemí Gutiérrez, Vïctor Alba y Sara Reyes. Una propuesta «materializada desde la capital del Besaya», como indica su comisario, Jesús Alberto Pérez Castaños «para explicitar el talento de sus artistas»
Defiende Gutiérrez Aragón que cruzar ese punto de no retorno que inspira su obra, «para bien o para mal, es algo que nos ocurre a todos en la vida». Si bien, ese punto de no retorno se puede dar en dirección contraria, hacia el mal, «las personas que se empapan de cultura son más sensibles al dolor ajeno», señala.
Otra parte de sus fotografías procede de la colección 'Somos y podemos', dedicada a las mujeres y que ilustran la cantante Nat Simons, la acróbata Tamara Ndong, la directora de orquesta Paula Sumillera o la artista Sara Reyes. Elegir ha sido tan difícil, que, en realidad, quien realizó la labor fue el comisario. Gutiérrez Aragón entregó más de cien fotografías de un archivo con unos tres millones, acumuladas en veinte años. Una cantidad nutrida en las calles de su propia ciudad, pues el fotógrafo es una presencia permanente en cuantas actividades se desarrollan en Torrelavega.
«Cuando tienes un trabajo que te encanta, trabajas mucho más y a el mío me apasiona», reconoce. El tercero. Ha sido DJ, presentador de televisión y ahora mira el mundo tras el objetivo. De estar en el centro del foco a cambiar de perspectiva, captar a otros y mostrar el resultado. «Es un placer, no lo voy a negar –dice– un un proceso en el que te desnudas un poco y muestras tus sentimientos». Cree que todos estamos reflejados en lo que hacemos. Le gusta mostrar «momentos especiales» y si eres capaz «de producir ese pellizco que se genera en ocasiones, el reto está conseguido». Su meta siempre fue hacer foto periodística y artística a la vez.
Cuando hay tal cantidad de imágenes que resulta difícil detenerse, intenta llamar la atención sobre el detalle. Y en cuanto a detalles, elige el blanco y negro por su dramatismo. «El color a veces distrae de lo importante, como la expresión o las formas». Tarda mucho en decidir hacia qué gama se inclinará una imagen. Hasta media hora con cada imagen.
En una de las fotos, dos fotógrafos miran el catálogo de una exposición. No son un par al azar, sino Antonio Manzano y Pepe Lamarca. «Dos referentes para mí; les admiro como personas y como fotógrafos», dice Enrique Gutiérrez Aragón.
Sobre la propuesta que conlleva esta muestra de crear una marca de 'Cultura Torrelavega' cree el fotógrafo que es «una idea fantástica; es buenísimo para la cultura y para ciudad». Tanto en música como en pintura o escultura, «en todas las modalidades del arte tenemos ejemplos estupendos», valora, sin «compararse con nadie, sino con Torrelavega siendo ella misma y haciendo todo lo que se puede hacer que es mucho». Destaca, además, el hecho de contar con espacios para exponer y «las facilidades que te dan desde el Ayuntamiento, que no ocurre en todas partes».
Un vacío reflexivo
En marzo del pasado año Noemí Gutiérrez comenzó el proyecto 'Una habitación participio pasado'. Interiores. Algo que, cree, surgió de tener su propio estudio. Echando la vista atrás se da cuenta de que su primer trabajo fue una recreación de un cuadro de Hopper. Una puerta entre abierta que deja ver un salón. La primera obra que le llamó la atención fue 'La habitación' de Van Gogh. Cuando hace diez años empezó a pintar, esos recuerdos tomaron forma de obra. «Me gustan los espacios en calma que son las habitaciones», explica.
Espacios con pocas cosas, «que no saturen la cabeza y sean un refugio». Invitan a sentarse y «estar horas sin hacer nada, como espectadores de nuestra propia vida». En ninguno de sus trabajos hay presencia humana, pero todos hablan de esa rutina cómoda y agradable a la que invita un sofá, una butaca, una chimenea. Espacios habitados, algunos reales, otros no, por seres invisibles, cuyos anhelos y preocupaciones se filtran en las pinceladas. Muebles ingrávidos, que no tienen patas o habitaciones que solo se perciben en las líneas de paredes imaginadas.
Define su estilo como una figuración muy reflexiva, pues llega a las conclusiones cuando ha terminado los cuadros, no durante, abstraída en el proceso.
Una de sus características es el soporte que utiliza: latón. En una primera etapa, las planchas son rígidas y comienzan a mutar en sus manos, al ser sometidas a múltiples procesos. Sacarlas a la calle para bañarlas de lluvia, cubrirlas de tierra, de sal y limón, como si fuera un cóctel, corroerlas... «Pasan cosas, un factor sorpresa que me encanta». Y esa experimentación convierte a cada obra en única e irrepetible. ¿Quién tiene poder para controlar la oxidación que causa un rayo de sol? Sobre esos rasguños aparece el óleo, en función de lo que le sugiere el efecto resultando. Una cómoda con una cama de los años 70. Butacas de hierro y tela. Y finalmente, una laca que detiene el proceso de oxidación.
El latón apareció a partir de un edificio de teselas brillantes: el Centro Botín, por el que reconoce haber sentido un flechazo convertido en posterior enamoramiento perpetuo. Hace años quiso pintarlo, pero no encontraba ningún material suficientemente frío para plasmar su piel. Probó con el acero y de ahí llegó a un metal más cálido; metal y cobre.
Como desdoblando su visión, los cuadros de gran formato tienen a su lado pequeñas primeras versiones que también lo son. Estudios de valores en blanco y negro y también color, de lo que será cuando 'crezcan'. «Si fluyo bien con la obra, con cuatro o cinco horas diarias» un cuadro puede suponer tres semanas de trabajo, explica. Para esta exposición ha creado obras ex profeso, inéditas, que comenzó a crear el pasado verano. Habitaciones elogiadas, sumergidas, evocadas. Todas en participio pasado, dando lugar al título global.
Que una ciudad ponga en valor a sus artistas y mueva su obra le parece «necesario» y «bueno para la cultura en general» y ella llena de adjetivos la obra de sus compañeros, llena de poesía, atrevimiento y belleza, visible hasta el 2 de febrero.
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Ana del Castillo
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