Andaluz inquieto y amante de la cultura, Ángel Luis Fernández se cuenta entre los fundadores de Jot Down, uno de los medios de nueva generación de referencia en el ámbito digital. Afronta sin complejos las luces y sombras de un nuevo escenario informativo marcado por ... el impacto de las redes sociales y de la tecnología.
–¿Cómo describiría el impacto de las redes sociales en el ámbito de la información y de la comunicación?
–Como toda una revolución. Por un lado, porque democratiza el acceso a la información y, por otro, porque permite tomar el pulso a tu público y a tu audiencia, lo que te puede ayudar a tomar decisiones para saber hacia dónde tienes que dirigirte. Para mí esos son los dos puntos más relevantes.
–¿Cómo han cambiado estos factores los hábitos de consumo informativo?
–La clave está en cómo se llega a tu producto. Antes de las redes sociales, en el ámbito digital tú ya tenías unos medios de referencia y entrabas regularmente a estas cabeceras, y ese era el directorio de las noticias y los reportajes a los que ibas a acceder. Ahora, en vez de entrar a una cabecera, tú entras a una red social donde te van a ir apareciendo determinadas noticias, con lo cual el directorio ya no sólo pertenece a un medio, sino a varios. Esa nueva realidad se construye de una forma o de otra en función de la red social de la que se trate. En Twitter las referencias te las dan la gente a la que sigues, en Facebook las páginas o los amigos que tienes, y en Menéame lo que la comunidad de la plataforma entiende que interesa. Así, lo que es la «home» de tu medio te va a generar unas visitas de entre el 10 o 15 por ciento. El resto te va a venir dado un porcentaje alto por la búsqueda orgánica, en este caso Google en España, y las demás visitas te van a venir por las redes sociales. En ese sentido, los medios dejan de ser competencia entre sí. Tú ya no eres de El Mundo, de El País, de El Confidencial o de El Diario, sino que en tu «timeline» en las diferentes redes sociales te va a ir apareciendo un artículo de Jot Down, un artículo de Yorokobu o un artículo de Cultura Inquieta. Es un cambio brutal.
–Pero además de las redes sociales hay otros elementos tecnológicos, los algoritmos entre ellos...
–Sí, y en ese sentido el escenario digital está produciendo una cierta infantilización, porque si no eres conocedor de todas las herramientas que hay en el mercado y te dejas llevar por las que todo el mundo usa te van a guiar en tu consumo informativo y vas a perder capacidad de decisión. En el caso de Twitter, como hace Facebook, los algoritmos te van a ofrecer la información que ellos entienden que te va a interesar. Así se genera un efecto perjudicial porque te va limitando, en base a unos criterios anteriores, aquello a lo que tú vas a poder acceder. Si tú conoces y usas otras herramientas puedes limitar o eliminar ese efecto y conseguir que la información te aparezca como al principio, de forma mucho menos discriminada, mucho más abierta, lo que te permite ser tú quien escoge y decide. Por eso es importante que la gente sepa que existen estas opciones y que no dejen que se reduzca el mapa de información a la que pueden acceder. Porque mucha gente no sabe que lo que está viendo en las redes sociales no es aleatorio, sino que corresponde a esos algoritmos que tienen como objetivo que permanezcas el máximo tiempo posible dentro de esas redes o plataformas. Eso, que al principio es muy atractivo y muy fácil, de alguna forma te acaba idiotizando.
–Otro de los grandes cambios es el papel activo y protagonista de la audiencia. ¿Cómo gestionan en Jot Down esta circunstancia?
–Cada medio actúa a su manera, en función de sus características. En Jot Down somos poco receptivos a lo que las redes sociales e incluso la analítica de la web nos dice sobre qué es lo que más interesa. Actuamos así porque si no caeríamos en el «clickbait». Si nosotros sólo publicáramos las cosas que a la gente más le interesan acabaríamos teniendo una revista de cultura centrada en el sexo y en el deporte, que en el caso de Jot Down son los temas que más lecturas tienen. Si queremos ser un medio cultural completo tenemos que abarcar otros intereses. Lo que sí entendemos es que la forma en que los temas tienen que estar escritos y en que se tienen que divulgar sí que tiene que ser común, hablen de ciencia, de teatro o de sexo. En este escenario cada medio actúa a su manera: hay muchos que van al «clickbait», al titular descontextualizado o llamativo para que se consuma una noticia, más allá de que luego se lea o no. Nosotros no actuamos así.
–¿Cómo valora el impacto negativo de la tecnología en la información? «Fake news», «bots», perfiles falsos...
–Es un precio que tenemos que pagar por la democratización del acceso a la información. Es decir, prefiero tener este acceso a la información y enfrentarme a las noticias falsas porque ya depende de mi razonamiento crítico el decidir qué es verdad y qué es mentira. Por ejemplo, ahora tenemos el caso de Siria y el ataque con armas químicas, en el que ha salido un ex embajador de Reino Unido en Siria diciendo que no ha existido el ataque, ha aparecido un joven diciendo que les daban comida por hacer el teatro... Sí, hay unas «fake news», pero también puedes llegar a acceder a la otra información, a la otra versión. Antes, cuando solo existía un medio, que era el que decía que había pasado o no, era prácticamente imposible que la otra versión, la diferente, llegara al público.
–¿Cómo describiría el modelo de periodismo e información que han llevado a Jot Down a convertirse en una de las referencias en el ámbito digital?
–Creo que se basa en el sentido común. Al ser una empresa que se conceptualizó desde fuera del periodismo y del mundo de la edición, lo que hicimos fue aplicar el sentido común en lugar de las normas y pautas que ya estaban establecidas. El sentido común nos decía que si hay temas que nos interesan, leer treinta páginas no iba a ser un problema, pero no sabíamos si esa era la visión sólo de los que montábamos la empresa o si había más gente con esa percepción. Así que decidimos probar y nos dimos cuenta de que había mucha más gente a la que le interesan los temas desarrollados si se cuentan bien. En ese sentido no hemos inventado nada, simplemente hemos decidido apostar por ello de una forma clara. Tampoco teníamos una dependencia económica porque todos teníamos nuestros trabajos en otros aspectos y podíamos permitirnos publicar esos temas con ese planteamiento, sin esperar un retorno económico a cambio. Y eso ha hecho que podamos establecer una masa crítica de lectores con los que después intentar monetizar el proyecto y mantenerlo en el tiempo, porque claro, con ilusión puedes estar un año o dos, pero si no consigues un rendimiento económico que por lo menos te cubra los gastos no es viable.
–¿Qué planteamientos de futuro tienen en Jot Down?
–Como objetivo a corto plazo tenemos el proyecto de Jot Down Kids, que es el mismo producto Jot Down pero dirigido a niños de entre siete y catorce años. Evidentemente con textos de 250 palabras y no de 5000, pero con la filosofía de ser entretenidos, ser pedagógicos y conectar con los iconos culturales. Hemos lanzado un producto en el que para hablar de geolocalización lo que hacemos es comentar el Pokémon Go, o basarnos en series actuales para hablar de feminismo. Y luego, a medio plazo, nuestro objetivo, que además lo es desde nuestros inicios, es llegar al mercado iberoamericano, porque tenemos la lengua en común y tenemos muchos colaboradores de países de allí. Pero de momento es sólo un proyecto, una ilusión.
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