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«El trabajo de esta exposición está en la construcción que hemos hecho. Esa es la pieza principal, que, a la vez, es una excusa que sirve para juntar obra mía desde 2007 a la actualidad», explica Antonio Díaz Grande sobre 'Laberinto', la instalación que ... puede verse en la sala Up, de Casyc hasta el 31 de julio.
Obra que está relacionada con el hogar y cuyo reparto tiene un doble sentido. Es la construcción de un laberinto pero, a la vez, la disposición espacial de una vivienda, que prefiere que sea inquietante en lugar de habitable. «Cada uno la va a habitar con su propio bagaje, con sus propias impresiones». Díaz Grande trabaja «con lo que contiene el hogar y cómo las dinámicas que se producen dentro, nos condicionan a las personas en la construcción del individuo». Sobre todo en la primera vivienda, cuando somos niños. «Todo lo que acontece ahí nos marca y condiciona nuestro carácter y nuestra forma de ser». Algo que, afirma, le preocupa mucho.
El nombre del proyecto responde a una misión. «Un laberinto es un espacio arquitectónico en el que hay muchas emociones». Al entrar en uno de esos recorridos se hace como un juego, pero puede resultar muy angustioso. «En un hogar también nos pasa eso; puede ser tu paraíso, pero también un infierno». Díaz Grande ha buscado crear ese doble sentido espacial y emocional en toda la sala.
«No hay ningún recorrido; cada uno tiene que hacerlo como quiera». El autor se aprovecha del contexto que definen las propias piezas. «Te transporto a una época», señala. Más aún, a una cierta afectividad de los objetos y las imágenes. «Nunca me planteo que mi trabajo esté relacionado conmigo, pero sí es cierto que al trabajar sobre la construcción de la identidad en un hogar, es inevitable que me vaya a la mía propia», asume.
«Trabajo mucho con los espacios, el individuo, los géneros y el concepto de piel», detalla. Un concepto entendido no solo como epidermis humana, sino como epidermis de los objetos: la madera, las telas, el cristal. «Me interesa como, al igual que en el ser humano la piel se arruga o le salen manchas, envejecen también los objetos y cómo surgen marcas». Marcas en las que está impresa la herencia, la material y la emocional.
La bienvenida a la muestra la dan dos dibujos que reflejan a un matrimonio a los 30 y el mismo matrimonio a los 50, según reza a lápiz en el pie de las imágenes. De una frondosa testa verdosa a un suelo cubierto de hojas muertas y una cabeza convertida en afiladas ramas. El paso del tiempo en el núcleo más íntimo. «Esa obra es quizá donde más claro se ve y marca un proceso de la relación humana durante una etapa concreta».
La cama y la mesa cobran una doble dimensión, cotidiana y erótica. Ambas relacionadas entre sí con un texto de Louise Bourgeois, que habla precisamente de ambos elementos y le «impactó». Fundir «los dos objetos que más valor tienen en la casa» y dan respuesta a las dos cosas más importantes: comer y dormir. «Aunque luego haya otras muchas». Por eso se repiten en su haber.
Los dispares materiales son el resultado de una búsqueda permanente. «No soy un coleccionista, porque no me gusta esa sensación de acumular por acumular», aclara. Revisar implica corregir. Para él es «ver dónde estoy». Y, ¿dónde está? «Es difícil, porque tratas de verlo cada vez que empiezas un trabajo nuevo y creo que no lo sabes nunca». Nuevo proyecto, nuevo inicio. Aunque se investigue sobre el mismo tema y se incida en los mismos conceptos. «Siempre partes de cero». En su caso, esos conceptos a los que volver son el hogar, el individuo y el género. «La construcción de todo eso», resume. Individuo y objeto tienen la misma importancia. «No es solo una cuestión de educación, sino también de suerte dónde has nacido y qué te rodea». Por eso los objetos que «has tenido y los que no has tenido», marcan lo que vendrá por delante.
Una sucesión de marcos descansan consecutivos con una misma imagen: jarrones en blanco y negro. «Como un ejército». Se sitúan paralelos a un grupo de jarrones de cristal diferentes entre sí. «Hablamos también de la individualidad o el colectivo. Ser parte del rebaño o ser original».
El creador no tiene expectativas marcadas a partir de la apertura de la muestra. «Tengo una contradicción conmigo mismo -afirma- Una vez que termino de montar la exposición, por mí ya la descolgaba». Donde disfruta «como un loco» es montando las instalaciones. «Estás solo, dialogando con las piezas, disponiéndolas, viendo cómo funcionan... Para mí es el tramo más bonito de la creación». Hace piezas muy instalativas y el funcionamiento o autonomía de unas frente a otras es su parte favorita. Durante el tiempo que permanecen expuestas, lo que quiere es saber lo que percibe la gente. «Yo sé lo que quiero contar, pero sobre todo sé que quiero preguntarme y a veces no encuentro respuesta en la ejecución de la obra». En ocasiones es el público quien ofrece visiones que ni siquiera se había planteado. «Me gusta ver qué genera en cada persona y me he sorprendido muchas veces viendo cosas que no había detectado en el proceso creativo».
Entre las piezas reunidas en Casyc hay un diálogo que funciona «muy bien». Y si tuviera que elegir una de las estancias inexistentes, sería el árbol de Navidad oculto. «Tú sabes que está ahí, pero en realidad es una historia personal». Crear ese concepto ha sido un capricho. Hace un par de años se dio cuenta de que ese árbol tapado estaba en casa de sus abuelos y entendió cómo el simple acto de tapar un elemento, daba pie a crear un objeto totalmente diferente y una pieza conceptual. Entonces decidió hacer lo mismo. «Mi abuela, ya mayor, se cansó de poner y quitar el árbol, así que decidió taparlo hasta que era navidad de nuevo», recuerda. «Pensé cómo un acto espontáneo cambia un objeto y le convierte en otra cosa».
Su laberinto personal no sabe hacia dónde va. «Siempre he sido muy conformista en este mundo del arte y todas las oportunidades que me han salido he tratado de disfrutarlas. No tengo ansiedad o ímpetu por estar ahí».
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