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Antonio Paniagua
Madrid
Sábado, 12 de mayo 2018, 09:47
Este hombre ha tenido el honor de orinar flanqueado por Jack Lemmon y Paul Newman. Se trata de Enrique Herreros hijo (Madrid, 1927), uno de los pocos españoles que pertenecen a la Academia de Hollywood y que se conoce al dedillo la ... intrahistoria del cine hispano y de EE UU. La anécdota de marras se desarrolló en el Hotel Dorothy Chandler Pavilion de Los Ángeles, en una noche de calor sofocante y pegajoso. Ocurrió el 12 de abril de 1983, cuando José Luis Garci obtuvo su Oscar por 'Volver a empezar'. Con la estatuilla ya en su poder, el cineasta se acercó a los servicios en compañía de Herreros. Los dos andaban enfrascados en plena meada, Garci con su Oscar en la mano izquierda. En un momento dado, frente a la cazoleta, ambos miraron a un lado y a otro y allí estaban dos monstruos del 'star-system' haciendo aguas menores: Newman, candidato al Oscar a mejor actor por 'Veredicto final', y Lemmon, también nominado por 'Missing (Desaparecido'). Herreros no quiso fijarse mucho para «no ser confundido con algún descarado mirón de retrete». A sus 90 años y con buena memoria, sabe cientos de chascarrillos. Este veterano publicista e informador es noticia porque acaba de entregar a la imprenta 'De polvo eres y en polvo te convertirás (Cuatro narraciones de amor)', publicado por Edaf, y que es una nueva entrega de sus memorias.
Entrar en la casa de Herreros en Madrid es como acceder a un museo. Las paredes de su despacho están tapizadas de retratos: Herreros con Charlie Chaplin, con Deborah Kerr, con Peter Ustinov, con Bette Davis, con Fernán Gómez, con Buster Keaton... Ha conocido a Travolta, Burt Lancaster, Katharine Hepburn, George Hamilton, Tyrone Power... Aparte de sus andanzas por Los Ángeles, él querría ser recordado por ser hijo de Enrique Herreros, pintor, dibujante de 'La Codorniz', cartelista de cine y jefe de publicidad. Fue su padre quien descubrió a María Antonia Abad Fernández, a quien rebautizó como Sara Montiel, y Nati Mistral. Y fue su padre quien le presentó a los componentes de una célebre tertulia, la de los humoristas del bar Chicote, en la Gran Vía madrileña, donde se reunían los miembros de 'la otra generación del 27', integrada por Edgar Neville, Tono, López Rubio o Miguel Mihura, entre otros. Si por Enrique fuera seguiría viviendo en la templada California y enterrado en la Puerta del Sol, pero por lealtad a su adorado padre, yacerá junto a él en una tumba en Potes (Cantabria), donde fue inhumado tras morir en un accidente de tráfico después de una escalada por los Picos de Europa.
Herreros produjo en 1997 una película dirigida y escrita por Juan Antonio Bardem y protagonizada por Mar Flores. La cinta, vapuleada por la crítica, suscitó el morbo por la presencia de la modelo, muy en boga en aquellos años. «Hablar con ella era como estar con una bomba atómica lista para explotar. Me sentí como el piloto que transportaba 'Gilda', el primer artefacto nuclear de EE UU. No tenía mal genio, pero sí era muy complicada», subraya.
Testigo de una época inolvidable del cine, Herreros hijo tiene un currículum apabullante: fue jefe de publicidad de United Artist en España, de Paramount para Latinoamérica, director de las campañas del Oscar de 'Volver a empezar' y de 'Belle Époque', además de periodista de 'Gaceta ilustrada' y la televisión cubana Canal 12, durante la época anterior a la Revolución. Herreros cuenta 'En polvo eres...' sus grandes amores, entre ellos con la actriz japonesa Miiko Taka, protagonista con Marlon Brando de 'Sayonara' (1957).
- ¿Ha sido un conquistador?
- No, lo que pasa es que he puesto mucha atención. Estaba muy bien amaestrado por mi padre, que de eso entendía mucho.
Entre las numerosas historias que contiene el libro, hay una que ilustra la moral sexual en la España de posguerra.
- Miguel Mihura le hizo una propuesta hoy insólita.
- Cuando mi padre me puso pantalones largos, me llevó al bar Chicote y Miguel, que era muy especial, me vio. Estaba sentado, mientras yo permanecía callado. De repente me dijo: 'Toma, chico, estas 100 pesetas, y márchate con una de esas putas para que te vayas enterando'.
Entonces el adolescente Herreros debía de tener 16 años y, contraviniendo los deseos de su mentor, no se gastó las 100 pesetas en el propósito alentado por Mihura. «Nunca he sido muy partidario de juntar el placer con la moneda. No resulta bien eso».
Si algo se desprende del libro es la antipatía que sentía por Sara Montiel. Acompañó a la diva durante una gira por Latinoamérica que recuerda como una pesadilla. «[...] Resultaría menos agotador trabajar en un campo de prisioneros de la temida Guayana que hacerlo para Sarita Montiel», escribe en sus memorias. De viva voz se muestra más prudente, aunque no resiste la tentación de soltar una pulla.
- ¿Usted nunca se creyó que tuviera tantos amantes como decía, entre ellos Severo Ochoa, León Felipe o Miguel Mihura?
- Lo curioso es que cuando decía que tal hombre era su amante, este no podía contestar porque ya estaba muerto, bajo tierra. Conozco muy bien a una persona muy allegada al profesor Ochoa y no me lo creo. Seguro que no ocurrió.
- Conoció a Frank Sinatra...
-Sí, cuando vino a rodar a España 'Orgullo y pasión'. Por cierto, sobre Ava Gardner no me creo esa leyenda tan rara de que se acostaba con el primero que pasara. Es mentira. Es verdad que estuvo con Sinatra y Luis Miguel Dominguín. Pero, ¡anda que eran feos!
Confiesa que ha pecado de incauto, sobre todo cuando hizo de evasor de divisas. La distribuidora española Dipenfa había comprado 'Un rey en Nueva York' (1957), una agria sátira del macartismo dirigida por Charlie Chaplin que tardó muchos años en ser estrenada en EE UU. «Su secretaria inglesa, Rachel Ford, la mujer que le llevaba los negocios a Chaplin, era muy dura. Mandó un telegrama en el que decía que si el primer plazo del pago no estaba en París al día siguiente, se rescindiría el contrato. Me llamaron al despacho del director y me pusieron adosados al cuerpo seis millones de pesetas en billetes de mil. Entonces en los aeropuertos no había escáneres, perros policías ni nada de eso. Llegué a París, me instalé en el hotel y llamé a la señorita Ford. Al día siguiente vino, desayunamos juntos y le entregué el dinero. El cambio de la peseta en París varió mucho a las pocas horas».
- ¿No le entraron sudores fríos llevando semejante dineral encima?
- Entonces tenía 30 años y era la perfecta definición del inconsciente. Creía que no me moriría nunca ni que jamás envejecería... Era un gilipollas.
Que le tachen de tacaño no es para Enrique Herreros ningún insulto. «A mucha honra». No obstante, su cicatería es minúscula si se la compara con la proverbial del mítico Charlton Heston. «Estamos hablando de un maestro, él era el campeón de los tacaños. A su lado sólo puedo decir: 'sí bwana', porque era un profesional. Me entendí con él muy bien. En Madrid, durante el rodaje de 'El Cid', al terminar, ordenaba al chófer que cargase el coche con troncos del decorado para llevárselos a casa gratis y echarlos a la chimenea».
También guarda muy buen recuerdo de George Hamilton, amante de Elizabeth Taylor. Muy a su pesar, la actriz jamás consiguió llevarle al altar. «Ella era una mujer sumamente puritana y no quería figurar nunca como querida. Le gustaba presionar para casarse. Tanto es así que, cuando salió con el ladrillero, se acabó casando con él», en alusión a Larry Fortensky, un obrero de la construcción.
Gran conocedor de la noche madrileña en los años cincuenta -«siempre éramos los mismos: Paco Rabal y Fernán Gómez eran inseparables»- ahora prácticamente no sale de casa. Orson Welles le invitó a comer y quedó impresionado por sus conocimientos sobre la lidia. «Sabía mucho de toros, más que Hemingway».
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