Me gustan las personas, me encanta quererlas, y también valoro mucho el cariño que te dan los animales; creo que te enriquecen la vida», dice la fotógrafa Cristina García Rodero (Puertollano, 1949), académica de Bellas Artes, miembro de la agencia Magnum desde 2009, embajadora con ... mayúsculas de la mejor fotografía española y artista de prestigio internacional. Autora de publicaciones memorables, y embarcada en proyectos que zarandean por igual carne y espíritu, como 'Entre el cielo y la tierra', tiene la virtud de que en sus fotografías, por ejemplo, las velas alumbran lo más profundo de tu alma, o de que la desvergüenza y desinhibición más palpables convivan en paz con una apetecible sensualidad o con rostros habitados por una belleza que deseas para ti.
Sus imágenes son poderosas. No resulta fácil ignorarlas. Es casi imposible que esto suceda, incluso con las más ásperas: hospitales, ancianos en extremo desvalidos, huérfanos, refugiados; o madres jóvenes, enlutadas como noches sin luna ni esperanza alguna, enterrando a sus hijos pequeños amortajados como príncipes. Retrata el dolor físico y el del alma. Y también están esas fotografías suyas que son una fiesta para los sentidos y una fiesta en sí misma: cuerpos exultantes bañándose en cascadas demasiado lejanas, fiestas populares que parecen mentira, ritos que te aceleran el pulso, tradiciones que siguen vivas en los confines del mundo... Ahora ha publicado el libro 'Ser fotógrafa, un regalo de la vida' (JDEJ editores), y se ha estrenado la película-documental, basada en su trabajo, 'Cristina García Rodero: la mirada oculta', dirigida por Carlota Nelson y producida por Wanda Films.
- ¿Sigue sin darle miedo viajar sola?
- Si tuviese miedo no saldría de mi casa, y si desconfiase de la gente no podría irme a los lugares en los que no he estado nunca y en los que no conozco a nadie. Ni quiero, ni me lo puedo permitir, tener miedo, vivir con miedo; ni tampoco quiero, ni me lo puedo permitir, no confiar en la gente. Yo viajo a todas partes, y lo hago muchas veces sola. Me meto a todos lados, a todas horas, me acerco a todo tipo de gente. Viajo sólo con mi cámara y con mis ganas de conocer, de comprender, de ver cosas distintas, de sentir, de sorprenderme.
- La última vez que la entrevisté fue a la una de la madrugada...
- [Sonríe] Es que a la una del mediodía estoy fatal, y a la una de la madrugada estoy fenomenal.
- ¿Cómo se lleva usted con el calendario?
- Fotografío festivales, rituales, fiestas, y todos tienen lugar una o dos veces en el año y tienes que estar ahí, en ese momento. Siempre digo que el calendario es cruel, porque no te permite hacerte unos itinerarios lógicos y sensatos, sino que tienes que estar con la lengua fuera corriendo para llegar a los sitios. Porque uno se celebra en Tailandia, otro en la India, el otro en México... No terminas nunca de componerte con los horarios, y no puedes permitirte muchos descansos que tu cuerpo necesitaría porque te los perderías y al año siguiente no sabes si va a haber, por ejemplo, otra pandemia que frene tu vida durante dos años. El parón de la pandemia me descolocó mucho, me dejó muy afectada.
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«Me gusta pensar que contribuyo a que la gente abra los ojos»
- ¿Qué se impone al cansancio?
- El deseo de dejar una obra que hable de cómo veo el mundo, de quién soy yo, de todas las cosas que merecen la pena ser vistas. Me gusta compartir: 'Mirad esta maravilla', 'mirad qué interesante lo que aquí ocurre'...; me gusta pensar que contribuyo a que la gente abra los ojos, a que se tenga interés por conocer el mundo, porque cuanto más se viaja, más se te abre la mente; y cuanto menos sales de tu país, de tu zona de confort, quizá más tiendas a pensar que los que vienen de fuera te van a quitar el trabajo, las mujeres, te lo van a quitar todo, son peligrosos, son malos...; y no, detrás de cada persona que sale de su país hay muchas cosas importantes que deja atrás. Y no es nada fácil por todo lo que tienen que pasar, incluso una vez que llegan. Yo recuerdo en Georgia a una catedrática de universidad en su país que nos hacía la limpieza. Migrar por la causa que sea, por el hambre, por la guerra, por persecuciones políticas o luchas religiosas, es terrible.
- ¿Equivocados en qué estamos?
- En no tener claro algo muy importante, que si no aprendemos a abrir nuestra mente y nuestro corazón no disfrutaremos realmente de la vida, de los demás.
- ¿En qué momento nos encontramos?
- Siempre hemos estado en un momento crítico, toda la vida. Desde que existe el mundo, por unas razones o por otras, la situación siempre ha sido crítica. También ahora lo es.
- Nuestro país.
- España es un país para disfrutar, y creo que no somos conscientes de la suerte que tenemos. Claro que todo no está bien, pero podemos arreglarlo entre todos. Para mí hay dos cosas que son fundamentales: que la gente pueda tener trabajo, y combatir la corrupción. Y, por supuesto, tenemos que estar atentos a no perder los derechos que hemos ido ganando a lo largo de tantos años. Pero, para que un país funcione bien todos debemos pagar nuestros impuestos y los grandes defraudadores deberían pagar caro por ello, ser castigados. Ya sé que se manejan muy bien con la ingeniería económica, y cuentan con abogados de esos que saben cómo distraer el dinero y cómo esconderlo. Y si de lo que estamos hablando es de robar dinero público, la situación aún es más grave. Hay políticos que no entienden que están para servir a los ciudadanos, y no para quedarse con dinero público.
«Ya estamos en igualdad»
- ¿Qué sigue siendo una lacra?
- El machismo. Cada día sufrimos sus terribles consecuencias, hombres que asesinan a sus parejas, o a sus parejas y a sus hijos. ¿Cómo puede un padre, por muy enajenado que esté, matar a su hijo? El machismo ha estado ahí siempre, pero la mujer ya no está al servicio del hombre, porque desde el momento en que tiene trabajo, tiene libertad, puede tener independencia, y el hombre no soporta que la mujer sea independiente, los hombres no quieren dejar de ser los reyes de la casa. Ahora ya estamos todos en igualdad de condiciones, y las mujeres tampoco están dispuestas a aguantar que los hombres las engañen, algo a lo que han estado acostumbradas desde que la humanidad es humanidad. Todavía hoy el hombre no se ha acostumbrado a que una mujer lo pueda dejar. Que la mujer trabaje es lo mejor que le ha podido pasar. Desde que la humanidad es humanidad, la mujer ha estado en segundo plano, y eso se acabó; bueno, se acabó sólo en Occidente, lamentablemente seguimos teniendo ejemplos dramáticos como Irán. Ya no estamos para servir al hombre.
- ¿Y nosotros?
- También habéis sufrido lo vuestro teniendo que ser guerreros, siempre fuertes, los mejores, sin poder expresar los sentimientos... A mí me emociona ver a los hombres jugando con su hijos, o llevándoles al colegio, o cómo van al mercado. Siempre me ha gustado ver a los hombres tiernos, porque mira que era estúpida esa idea que les marcaba según la cual llorar es de maricones. A los hombres les estaba prohibido ser sensibles, cuando la sensibilidad es algo que nace del espíritu.
La guerra
«Los israelíes ya no se acuerdan de lo que pasó con ellos. Están repitiendo la misma historia»
- Fronteras y banderas.
- Las fronteras y las banderas son un atraso, la verdad es que ese espíritu nacional yo no lo tengo. Yo me siento muy española, y no podría vivir en otro sitio que no fuera España, pero al mismo tiempo no me siento ni mejor ni peor cuando estoy en otro país. Lo que sí digo es 'qué gusto el país que tenemos, qué maravilla'. Pero creo que las fronteras ya se están derribando... es tal el trasiego de gente que hay por el mundo, tanta gente la que se queda a vivir en un país que no es el suyo, y al que tiene que aprender a querer porque en él van a vivir mejor. Lo importante es respetar las costumbres del país y no hacer guetos, guetos de gente que habla otra lengua o tiene otra religión. A ver, si yo viviera en otro país no me iba a olvidar nunca de una tortilla de patatas, ni de un bocadillo de jamón con tomate, pero si me ponen un cuscús, porque estoy o vivo en Marruecos, me olvidaré por unos momentos de la tortilla y procuraré entender lo que me dicen las personas que me lo han puesto. Entenderé todas estas vivencias como una gran riqueza.
- ¿Qué ha aprendido de los seres humanos?
- Que en las cosas importantes, en las que nos definen, somos todos iguales, si bien luego cada uno trae su carga genética y va tener más o menos oportunidades en la vida según el lugar donde haya nacido. Pero, cuando viajo lo que veo es que lo que deseamos todos los seres humanos es tener paz, salud, amor, hijos sanos y con futuro, tener nietos y disfrutar de ellos, llorar por los seres queridos que se van y recordarlos...; todos esos deseos están en todas las culturas, en las más avanzadas y en las menos, incluidas las más elementales.
- ¿Triste qué le parece?
- Que las historias se repiten, mire lo que está sucediendo con Israel y Palestina, ya no se acuerdan los israelíes de lo que pasó con ellos, están repitiendo la misma historia y de la misma manera; genocidio, porque no hay otra palabra. Yo soy el fuerte, te quito agua porque quiero tener un terreno lo más grande posible, ¡me molestas! ¿Cómo se puede disparar contra familias, contra niños? ¡Que ataquen a Hamás, pero a la población civil jamás! Los bombardean sin piedad.
Gratitud
«Hay muchos momentos en los que yo abrazaría a todo el mundo»
- ¿Usted cómo está?
- Agradecida a la vida, yo lo primero que aprendo en cualquier idioma es la palabra 'gracias'. Tengo que dárselas tantas veces a la gente: por permitirme fotografiar, por tratarme lo bien que me tratan...; son tantas las individualidades con las que te encuentras. Hay muchos momentos en los que yo abrazaría a todo el mundo, daría un fuerte apretón a hombres y mujeres. Recuerdo una ocasión, en la India, fotografiando una ceremonia alrededor de una hoguera gigante que un hombre cruzaba descalzo, que provocaba un calor tan grande que te quemaba como si estuvieras en un horno, como si fueras una pizza; un calor que no se puede soportar, y que en un momento dado provocó que la gente huyese despavorida. Me tiraron al suelo y no me podía levantar, porque los que tropezaban conmigo se me caían encima. Menos mal que un joven me cogió de los brazos y tiró de mí, pero como allí no se puede tocar a las mujeres, entre él y otro chico hicieron a mi alrededor como un escudo para que no me empujasen más y pudiese salir ilesa. Cuando acabó todo me dieron unas granas tremendas de abrazarlos y de darles al menos siete besos en cada mejilla a cada uno. Pero me tuve que contener, claro.
- ¿Qué prefiere?
- Prefiero admirar las cosas bonitas a poseerlas.
- ¿Y qué dice cuando entra en su casa tras un largo viaje?
- [Risas] ¡Mi casa, mi colchón, mi casa, mi colchón!
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