La imagen de un hombre de más de 40 años sudando en un garaje es patética
Cuaderno de excepción, dia 35 ·
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Cojo la bici para ir a hacer la compra: verdura, fruta, pescado, pan, periódicos, comida para el perro, etc. Lo que entre en la mochila. Llevo puesta la mascarilla, se me empañan las gafas. Voy como si pedalease en medio de la niebla. Pero ... hace sol. Tengo gel desinfectante en el bolsillo. Lo uso de forma metódica al salir de cada establecimiento. Pago con tarjeta para evitar el trasiego de billetes y monedas. La cola de la panadería, con el metro de distancia de seguridad, se pierde a lo lejos. Qué raro todo. El uso de mascarillas y guantes es cada vez más frecuente. Pienso que falta poco para que nos sintamos fuera de lugar yendo por la calle con la cara descubierta. Dentro de no demasiado, lo anormal será comportarse como antes.
La floristería del pueblo está cerrada pero tiene un cartel con un teléfono en la puerta. Llamo y encargo una orquídea. La llevarán a casa mañana. Cuantas más cosas haya que mirar estos días, mejor. Y en una orquídea es posible detenerse un largo tiempo. La he pedido a ciegas, ignoro de qué colores será. Solo se me ha ocurrido decir: la que más te guste. Mi encuentro con la orquídea será como una cita a ciegas.
Veo que en la ferretería también entregan pedidos a domicilio. Les llamaré el lunes y pediré aceite para madera de teca. Tengo que terminar el trabajo que empecé hace unos días porque las tablas que no hidraté miran a las que ahora están relucientes con envidia. La espalda me ha dejado de doler y el ánimo no anda mal, que ya es bastante. Así que retomo la actividad física: ocupar el cuerpo para detener la mente. En el garaje tengo una bicicleta elíptica. Me subo en ella y hago deporte una hora mientras veo una película de los Coen. Yo lo llamo ejercicio cardiovascular responsable. Suena aburrido. Lo es. La imagen de un hombre de más de cuarenta años sudando en un garaje es patética, pero narrado no se nota tanto. La realidad es peor. Pero el cuerpo, después de la ducha, me empieza a decir cosas agradables. Por eso lo hago. Me escribe Guillermo, me manda para animarme una cita de Michel Houellebecq: «No hay que temerle a la felicidad: pues no existe». Me conoce bien. Entre el ejercicio y la cita, el día mejora. Supongo que Houellebecq haya leído a Cioran, que tanto me acompaña en este confinamiento. La lectura de sus cuadernos me está deparando algunos de los momentos más gratos del encierro. Me basta con leer a Cioran para que el malestar desaparezca. Sus cuadernos tienen más de mil páginas. Creo que me dará tiempo a terminarlos antes de que el encierro concluya.
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