El Gobierno presentó su plan de desescalada. Tendremos que pasar por varias fases antes de llegar a algo que denominan 'Nueva normalidad'. Podría ser el lema de una clínica de desintoxicación. O el nombre de una secta en la que tuviésemos que vestirnos con unas ... togas blancas y purísimas. Un amigo me dice que eso de la nueva normalidad le suena tenebroso. Otros, me mandan el documento del Gobierno. Tiene varias páginas, así que me llegan al teléfono versiones abreviadas. Estamos alarmados pero no hemos dejado de ser perezosos. Imagino a más de cuarenta millones de españoles leyendo al mismo tiempo el plan, intentando descifrarlo para saber qué podrán hacer y qué no. Se cruzan muchas variables. Pienso en hacerme un esquema. Una amiga se adelanta y lo dibuja en un cuaderno cuadriculado distinguiendo cada fase con un color fosforito diferente. Me dan ganas de imprimirlo y ponerlo en la nevera.
¿Nueva normalidad? Me he sentido nuevamente normal al asistir a una reunión de trabajo. Ha sido virtual. Pero algo es algo. Me he puesto hasta camisa. Llevaba también un pantalón de pijama de andar por casa y zapatillas, pero eso en las videoconferencias no se ve. Lo del pelo no lo he podido disimular, y eso que he intentado peinarme. Los Arrancacorazones (dos amigos que tienen un grupo) me dicen que vaya a su casa para poner remedio a este desastre, me presentan el aval de haber cortado el pelo a su sobrino. Les digo que, si voy, tendré que hacer noche allí porque en un día no les va a dar tiempo.
Según el plan del Gobierno las peluquerías abrirán en mayo. Esperaré. Me apetece más que abran los bares. Pienso en los míos. Digo míos porque cuando uno está en un bar que le gusta acaba sintiendo que ese sitio le pertenece. A mí me pasa en La Traída. La dueña se llama Toñi, como mi madre, y durante los ocho años que trabajé al lado me alimentaron como si fueran mi familia. El Rvbicón es otra casa, la de los buenos amigos, las conversaciones, la música en directo y las palomitas con pimienta, para que la sed apriete y la cerveza apetezca más. Echo de menos también las rabas de El Castillo, en la plaza mayor de Santillana del Mar, y las comidas en la mesa con vistas al balcón florido de la casa del cura. Ayer hablé con Eduardo, su propietario. Lo vi preocupado por mí, lee estos artículos y creo que piensa que ando muy bajo de ánimo. Ya le explicaré que no. O que no siempre. Que escribir es una cosa y vivir otra. Pienso en todos esos bares ahora cerrados. Ninguna nueva normalidad, me digo, será habitable sin ellos.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.