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El historiador y profesor de la Universidad de Grenoble Nicolás Sesma presentó en el Ateneo de Santander su último libro, 'Ni una, ni grande ni ... libre. La dictadura franquista' (Crítica, 2024), uno de los ensayos más leídos en los últimos meses.
Concebida para jóvenes lectores, la obra de Sesma aborda con espíritu divulgativo y rigor académico la historia reciente de nuestro país, entre 1936 y 1977, y lo hace desde una perspectiva múltiple donde lo político y lo económico se funden con lo social y lo cultural, hasta llegar al balance general de un régimen que prometió «caminar por rutas imperiales» pero que finalmente «no hizo grande a España otra vez».
Alejándose de los lugares comunes, Sesma arroja luz sobre una realidad a la que normalmente no se atiende, desde la represión del régimen -la policial y la irregular, que incluía violencia callejera y hasta ataques a librerías-, la utilización de iconos del mundo del arte como Salvador Dalí o las intrigas diplomáticas para evitar que algún escritor del exilio pudiera recibir el premio Nobel.
-Cuarenta años condensados en casi ochocientas páginas; cuando empezó a escribir esta historia, ¿ya era consciente de la que le iba a caer encima?
-En principio iba a ser una historia breve, ya ve.
-Una historia que no habrá gustado a todo el mundo...
-El libro no es especialmente beligerante; mi generación no vivió la dictadura, así que no nos hacen falta falsos victimismos. Es hora ya de analizar esa etapa con normalidad, con datos contrastados que no se pueden rebatir. Lo que sucede es que la conclusión no puede ser otra que condenar a un régimen que dividió al país entre vencedores y vencidos, hasta el final.
-Y entonces, ¿la famosa reconciliación nacional?
-Pura propaganda. No le podemos comprar ese relato a la dictadura.
-¿Por qué todavía nos importa tanto el franquismo, si ha pasado medio siglo?
-Lo que hay es mucha desinformación; la idea de escribir el libro surge cuando varios amigos profesores me transmiten lo que dicen sus alumnos: que con Franco se vivía mejor.
-Suena algo viejuno para estudiantes de instituto, ¿no?
-También hay que contar con la provocación generacional, un factor visible sobre todo en las redes sociales. Es algo comprensible, claro, pero no deja de tener sus riesgos desde el punto de vista democrático. Pero luego está el cálculo de interés político por parte de ciertos partidos y movimientos de extrema derecha. Algo que sucede a nivel global: en Francia, por ejemplo, los revisionistas reivindican Vichy, dicen que no deportaban judíos franceses. Y como encuentran un cierto nicho, siguen desacreditando las versiones más rigurosas, que vienen de las universidades.
-¿El tiempo todo lo edulcora?
-Se ha impuesto una visión de la dictadura que oscila entre lo nostálgico y lo folclórico. Mayor Oreja, por ejemplo, habla de «un periodo de extraordinaria placidez», y Victoria Prego que fue «una dictadura blanda». El problema es que están hablando de su propia experiencia, o idealizando su juventud, pero a una familia de represaliados, a los que vivían en una barriada de aluvión o a quienes tuvieron que emigrar a Alemania o a Suiza para poder trabajar seguro que no les parecía tan idílico.
-¿Pero no era como en 'Cuéntame'?
-La postal del desarrollismo deja fuera muchas cosas: el pluriempleo, la ausencia de condiciones laborales dignas, la situación del mundo rural... Pero no es un fenómeno exclusivo de España, sino en todos los países que han tenido dictaduras; pasa en la antigua Alemania del Este o en Bulgaria. En Italia, por ejemplo, se repite mucho que «con Mussolini los trenes llegaban a la hora».
-Como los pantanos de Franco...
-Sí, parece que él solo, con un saco y una pala, se hubiera puesto a construirlos, cuando en realidad eran proyectos que venían de principios de siglo.
-Sorprende mucho en su libro la ruptura de tópicos y cómo desmonta la otra imagen que se tiene del régimen, la caricaturesca.
-Esa imagen que tenemos de José Sazatornil disparando eslóganes es una especie de consuelo creada desde la izquierda. No se puede negar que tuvieron inteligencia política y capacidad para adaptarse a los contextos internacionales.
-¿Cómo pudo mantenerse cuatro décadas ese régimen, hasta ser un anacronismo en Europa occidental?
-Con mucha habilidad, y también con algo de fortuna. La dictadura utilizó mucho la ambigüedad y el doble discurso: uno para el interior y otro para el exterior. Promocionó mucho el arte de vanguardia, por ejemplo, para dar una imagen de modernidad, mientras a la vez promovían una sociedad basada en la moral tradicional. Pero tampoco le importaba cargarse esa moral cuando convenía; cuando atracaba un portaaviones en Barcelona, durante tres días se hacía la vista gorda.
-¿Y el capítulo de la represión?
-El régimen tenía sus lógicas: su violencia siempre es preventiva, responde a un método, no respeta diferencias de género, ni distingue entre seglares o religiosos... Y tampoco es irracional, sino que siempre están pensando en la respuesta que recibirán desde el exterior.
-En el libro nos presenta a Carrero Blanco con un papel fundamental en la decisión de participar o no en la Segunda Guerra Mundial.
-Carrero fue un antidemócrata convencido, pero eso no le impidió hacer informes realistas, bastante precisos. No te puedes hacer trampas al solitario.
-Y ahí arranca una carrera meteórica.
-Porque no tenía ambición política personal, y Franco nunca lo ve como un rival. Va escalando en la administración hasta convertirse en el gran valido de Franco.
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Ana del Castillo
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