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La fotografía, confiesa Antonio Aragón, «le enseña «a vivir y a entender la propia vida. A soñar. A descubrir que todo es mentira y que justamente por eso no debes nunca dejar de creer...». Fundador y presidente de la Asociación Nostromo de Santander, profesor durante ... más de quince años, entre otras muchas actividades, prosigue su intensa proyección internacional en una labor solitaria entre la mirada comprometida y la denuncia, siempre el relato sobre el mundo. Este mes de septiembre participará, por segundo año, en el festival de fotografía más importante de la zona MENA (Oriente Medio y Norte de África): el Xposure International Photography Festival, que se celebra del 19 al 22 en el Expo Center de Sharjah en los Emiratos Árabes Unidos. Su exposición individual se centrará en su trabajo 'Childhood Lost' que aborda la problemática de la infancia robada en las minas de oro artesanales de Burkina Faso. Además impartirá una de las charlas/seminarios en el Auditorio Central del Festival, en la que presentará algunos de sus últimos trabajos multimedia y en la que hablará sobre su forma de ver y entender la fotografía. Pero la labor incansable de Aragón continúa sembrando premios y reconocimientos –más de 25 a nivel internacional este año–, distinciones que superan ya las 160 en esta década. En paralelo su actividad expositiva, la profusa presencia de sus trabajos se plasma en decenas de apariciones públicas.
–¿Cómo se define como fotógrafo?
–Desde siempre he sido muy curioso, siempre queriendo saber y conocer. Si a eso le sumas estar en perpetuo movimiento (físico y mental)... acabas definiendo una forma de entender la vida. Mi vida y mi fotografía creo que son la misma cosa. Las amo sobre todas las cosas. En todas sus (a veces extrañas) expresiones y procuro disfrutarlas al máximo cada día.
–¿Una mirada nunca es inocente?
Una mirada creo que nunca es objetiva. Cada uno de nosotros (fotógrafos o no) está condicionado por su 'realidad' y sus circunstancias. Esto a la postre determina nuestra forma de mirar y entender la vida. A partir de ahí cada quien la dirige o interpreta de forma varias. Los juicios de valor vienen después. Normalmente por parte de terceros. Y ahí es donde comienzan los problemas.
–No hace fotoperiodismo al uso. Tampoco documentalismo puro. ¿Cómo describiría su trabajo?
–Hoy en día esas definiciones que tanto nos gustan han quedado un poco obsoletas. El mundo, tal como lo conocíamos, está mutando y se está transformando en algo más ambiguo y complejo (aunque regido por unas leyes muy simples). Yo no soy muy amigo de acotar. Lo que intento es contar historias. Unas historias muy concretas que acontecen en lugares muy concretos a personas muy concretas y que en la mayoría de los casos, están completamente olvidadas y a nadie le importan... Luego, los adjetivos ya se encarga de ponerlos el espectador.
–Viaja, cambian los lugares y los nombres, pero las injusticias, los sufrimientos, las realidades más incómodas son las mismas. ¿Cómo ha evolucionado su fotografía para no ser un reflejo idéntico?
–Las injusticias y el sufriendo son siempre los mismos, en todas partes. El llanto de un niño siempre suena igual y traspasa el corazón de la misma forma sea en un agujero infesto de África, un caluroso campo de refugiados de Asia o un suburbio olvidado de Europa. Sólo cambian los rostros y sus realidades. Mi fotografía sigue siendo la misma. Intento ser consecuente conmigo mismo y con ella. Unas veces la luz llena de color a mis protagonistas, otras sucumbo a la magia del blanco y negro... todo depende de la historia y de cómo esa luz llama a mi puerta en cada ocasión. Son solo pequeños matices. Creo más bien que el que ha evolucionado (a veces involucionado) soy yo. Y al que cada día le cuesta más entender la película es a mi.
–Una imagen, un retrato, una crónica no cambia el mundo, ¿pero su percepción ha cambiado mucho?
–Mi percepción del mundo y de lo que en él acontece es clara y lógicamente se ha ido esculpiendo a través de los años, las experiencias y los viajes. El mundo no cambia (ni cambiará) mientras no sea necesario y justificado para las mentes que nos dirigen. O mejor dicho, cambiará en función de los intereses de esos dirigentes que adaptan y manipulan la «realidad» siempre buscando un beneficio y que en la mayoría de los casos, no tiene por qué ser el nuestro. Una imagen no va a cambiar el mundo. Eso lo tengo clarísimo hace ya demasiado tiempo. Pero no por ello debemos dejar de hacerla. Creo que nuestra misión como fotógrafos es incomodar e intentar sacar a la gente de su zona de confort.
–¿Qué opina de las nuevas censuras (en las redes, facebook...)?
–Siempre he preferido más vivir aventuras en el mundo real y menos en el virtual. Las redes sociales son muy útiles si las sabes usar y las utilizas en su justa medida. Pasar más tiempo del estrictamente necesario en ellas, a parte de cansado para la retina y aburrido, hace que tengas una visión sesgada (por no decir dirigida y adulterada) de la realidad. Si es bien cierto que las reglas del juego han cambiado un poco. Opinar (y por consiguiente adoctrinar e intentar imponer criterios y morales) y censurar siempre ha sido gratis. Hacerlo escondido tras la pantalla de un ordenador muy fácil y peligroso. La censura siempre ha estado y siempre estará ahí. El problema es que a veces la vemos, nos rasgamos las vestiduras y luchamos contra ella y otras muchas nos la hacen comer con patatas.
–Cuando la realidad más dura se sitúa delante de la cámara asoman dudas, ¿se puede llegar a la autocensura?
–Cuando la realidad más dura se sitúa delante de la cámara... normalmente tragas saliva y haces la foto (si te atreves), que para eso eres fotógrafo y estás ahí jugándote el tipo. Luego ya tendrás tiempo en la comodidad de tu casa (porque tu tienes la gran suerte de tener un billete de vuelta), de darte cabezazos contra la pared o no dejar quieta la almohada pensando qué hacer con ese trabajo. Cómo y qué mostrar, para que todo el mundo entienda tu trabajo de la forma que quieres. Lógicamente todos nos censuramos, pero creo que esas luchas internas son necesarias y fundamentales y de ellas han salido grandes historias.
–Para fotografiar a gentes y situaciones como las que muestran sus series, ¿es obligado empatizar?
–Es obligado vivir (en la medida que se te permita) la situación y creo que además es obligado tener opinión. No creo en la objetividad. Sí en la subjetividad con rigor y compromiso. En el mismo instante que decides emprender un proyecto y te pones la cámara delante del ojo ya estás tomando partido... lo importante es que lo hagas de una forma seria. Mostramos la vida de personas que nos dejan entrar en su vidas y nos muestran cómo les ha tocado vivir y sufrir. Empatizar viene por añadidura.
–¿Hay temas 'cercanos' que le llamen la atención como objetivo de su trabajo?
–Muchísimos. La mayoría. Siempre he pensado que las historias más cercanas son las que mejor podemos contar ya que tenemos un vínculo más próximo y un conocimiento más amplio de las mismas. En mi caso, la vida me ha llevado a contar historias al otro lado del océano. Y esto no las hace ni más ni menos interesantes e importantes. Simplemente ocurren más lejos. El detalle es que cuando los protagonistas de esas historias llegan hasta nuestra casa, no nos queda más remedio que abrir y enfrentar esa realidad. El negrito que sale en la tele nos da lástima, el que llama a nuestra puerta nos da miedo.
–¿Por qué surgen tantos prejuicios cuando una fotografía es bella en plasticidad y composición pero retrata un drama?
–Siempre ha habido prejuicios y siempre los habrá. Es un mal endémico en los humanos. Unos se dedican a hacer imágenes y otros muchos (lógicamente es más fácil y menos arriesgado) a criticarlas.
–Fontcuberta habla mucho de la 'polución visual'. ¿Qué opina?
–El ruido siempre es ruido y por consiguiente acaba molestando y distrayendo... El ruido dirigido es además un arma muy efectiva y sutil que elimina enemigos (ya sean ideas o adversarios reales) de una forma muy sigilosa. Es curioso observar cómo la llegada de esta nueva era de la «información», vanagloriada por muchos con la consagración de la Red, acabaría paradójicamente por convertirse en la más efectiva herramienta para favorecer la desinformación, la estupidez y la ignorancia. Esta claro que hay alguien, por mucho que nos pese a algunos, que ha hecho muy bien sus deberes...
–¿Usted es su propia línea editorial? ¿Dónde reside su límite a la hora de trabajar?
–Yo lo que tengo es mi forma de vivir y ver y mirar al mundo. Mis límites residen en un código deontológico que he ido adquiriendo y ampliando a lo largo de los años y los viajes. Y justamente esos viajes y esas experiencias vitales me han hecho más crítico con mi trabajo, conmigo mismo y con el mundo. Unas veces más transigente y otras muchas más justamente lo contrario. De nada sirve engañarte y contarte a tí mismo vainas o credos en los que no crees y con los que no comulgas. La vida es demasiado corta, y apasionante, como para perderla en chorradas.
–¿Cómo define la experiencia de OASIS y qué le ha aportado?
–OASIS surgió como una necesidad de intentar hacer algo por un cambio más justo. Creamos la ong (fundamentalmente por tener unas siglas que nos respaldaran a la hora de realizar ciertas acciones) para poder ingresar en Nicaragua material escolar y deportivo así como realizar la construcción de una piscina para los niños del orfanato en donde yo vivía. Con el paso del tiempo más y más gente se fue sumando a la iniciativa y fuimos realizando más proyectos en más lugares hasta lo que hoy en día es OASIS. Desde hace más de 15 años venimos realizando expediciones médico/quirúrgicas de traumatología y cirugía plástica/reconstructiva, fundamentalmente en niños, en Togo (África Occidental). En lo personal, OASIS me ha permitido conocer el otro lado de la historia. Sus luces y sus sombras... y para mí, esa experiencia vital es infinitamente más placentera que apretar el disparador de la cámara... Siempre he dicho que la fotografía es mi maravillosa excusa para poder ver y vivir en primera persona esas historias increíbles.
–¿La inmediatez puede traicionar el 'tempo' de una imagen?
–La inmediatez es una trampa que hemos construido y en la que hemos caído nosotros mismos. Creo que cada imagen requiere de su tempo, bien para su concepción, entendimiento o deleite. En este mundo actual de velocidad de hiperespacio y caducidad aterradora, a veces, nos olvidamos de las cosas importantes y de dar (darnos) los minutos necesarios a cada cosa... En la fotografía ocurre lo mismo. Y eso a la postre se traduce en fallas que producen fisuras con efectos desastrosos. Pero no hay problema. El tiempo siempre acaba siendo juez y pone las cosas en su justo lugar. Las buenas imágenes siempre acaban encontrando su espacio y consiguen perdurar en nuestra memoria.
–¿Existe la mirada moral?
–Existe la mirada de los que creen tener criterio y moral. Y a la postre nos la intentan imponer. La mirada es solo eso, mirada. Cada persona tiene la suya propia y eso es lo maravilloso. La moral depende de cada quien y sus circunstancias y normalmente se la agregamos (agregan) a posteriori. Los viajes me han enseñado que todo en la vida depende del cristal con el que se mire. El problema es que acabamos pensando que nuestro cristal es el mejor y el único.
–El fotoperiodismo se asocia casi siempre a una especie de reporterismo de guerra. Pero ¿esa imagen se corresponde con la realidad? ¿Hay otras reinvenciones?
–Hay muchas y muy diversas reinvenciones. Ese aura de misterio y aventura que rodeaba al personaje del fotoreportero queda muy bien en las películas. Pero la realidad, en la mayoría de los casos, es otra bien distinta y mucho menos glamurosa: mucho trabajo, muchos kilómetros y muchas fotos para al final acabar intentando contar una historia en diez imágenes (en el mejor de los casos) y doscientas palabras.
–¿Cuántas veces le han intentado coartar, prohibir o condicionar imágenes suyas que mostraban una realidad que el poder buscaba ocultar?
–Alguna que otra. Aunque procuro controlar, en la medida de lo posible, mi trabajo. Siendo freelance creo que es más fácil y los condicionantes son menores. Lo que sí ocurre muchas más veces, es que intentan que no haga las fotos por las que estoy ahí y que no cuente esas historias porque hay gente a la que le viene muy mal que salgan a la luz. Lo más complicado y lo que más tiempo me lleva en el día a día sobre el terreno es conseguir poder entrar con la cámara a ciertos sitios y hacer mi trabajo.
–¿Es complicado mantener la independencia en su actividad profesional?
–Creo que no. Soy un gran defensor del 'free-lancismo'. Creo que la única forma de contar una historia de forma independiente (que no objetiva) es sin tener limitaciones externas. De ahí que lleve muchos años siendo freelance y contando las historias que yo quiero, de la forma que yo quiero en los lugares que yo quiero y financiándomelas de forma personal. Lógicamente esa independencia tiene su parte complicada. A veces llegar a fin de mes es lo que se convierte en una aventura increíble... (ja,ja,ja).
–Los premios ¿pueden llevar la trampa de la confianza y la distorsión de llegar a acomodarse?
–Los premios, en mi caso, sirven fundamentalmente para dos cosas. Por un lado son un instrumento para dar visibilidad a mis imágenes (historias). Por el otro, son una mera forma de conseguir financiación para seguir con mis proyectos. A partir de ahí, el ruido, los flashes y el subidón momentáneo de ego son simple anécdota...
–¿Cuándo sabe que una serie o un trabajo de largo plazo ha concluido?
–Un proyecto a largo plazo nunca termina. Te acompañará el resto de tus días. Lo que ocurre es que un día debes tomar la decisión de no seguir (a veces simplemente por un tema económico porque ya te es imposible poder volver una vez más a un destino) y avanzar al siguiente proyecto. Llevo muchos años inmerso en historias que a la postre hablan de los temas que siempre me han interesado: olvido, abandono, infancia, tradición, enfermedad, marginalidad... y mucho tiempo (más de veinte años) trabajando en los mismos países (sobretodo de África y Centroamérica) . En eso sigo, espero que me dejen un rato más para poder seguir disfrutando de esa, a veces, maravillosa luz que los envuelve y que hace tanto tiempo me sedujo y de la que ya no puedo (ni quiero) renegar.
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