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Si hay una auténtica 'novela revelación' de este año, esa es 'La península de las casas vacías', la novedad que lanzaba en marzo la prestigiosa editorial Siruela y que convertía a un entonces desconocido traductor, músico y escritor llamado David Uclés (Úbeda, 1990), ocho reediciones ... más tarde, en el autor de moda en las letras patrias, al que colman de elogios no solo la crítica especializada sino intelectuales como Ian Gibson y periodistas como Iñaki Gabilondo. Conversamos con el escritor antes de su intervención en la librería Gil, dentro de la actividad de la Bibliodega, un club de lectura organizado por el Aula de Letras de la Universidad de Cantabria (UC), que sirvió de presentación de la novela en la región.
-¿Otra novela sobre la guerra civil?
-Sí, pero con matices; es la primera ficción que se persona en todos los escenarios y durante toda la guerra, con los mismos personajes. Quería que el lector que no supiera nada sobre la guerra cuando termine el libro tuviera una panorámica completa de ella. Algo que te ofrece el ensayo, pero en novela no se había hecho y me apetecía hacerlo.
-Tampoco se había contado nunca así, todo hay que decirlo...
-El realismo mágico no es un estilo que se haya usado para narrar la guerra. Se ha usado la fantasía, por ejemplo en 'El laberinto del fauno'. Pero no desafiando la realidad un par de veces en cada página, como en mi libro.
-Un libro que arranca en Jándula. ¿Dónde está ese particular Macondo?
-Es un trasunto de Quesada, un pueblo de unos cinco mil habitantes, en Jaén, del que procede toda mi familia.
-Familia tal vez sea la palabra clave, porque cuenta la historia de los Ardolento, que se extinguieron por completo en tan solo tres años...
-Quise hacer una gran familia española, claro, aunque la novela parte de la mía, de las historias que me contaba mi abuelo. Pero como es una tragedia con tintes épicos, todos los personajes mueren. Eso sí, cada uno a su manera.
-Eso sí, le ha llevado media vida: diez años de trabajo...
-O más... Empecé en 2009 y más o menos cada dos años retomaba el manuscrito, lo reescribía y lo enviaba a las editoriales. Y cada vez le añadía algo nuevo: a los veinticinco incluí el realismo mágico, a los veintisiete investigué mucho la guerra, a los veintinueve me dieron una Beca Leonardo y recorrí toda la península en busca de los escenarios...
-Vamos, que lo suyo no ha sido un éxito instantáneo, ni mucho menos.
-No, fueron muchos años llamando a puertas y recibiendo respuestas negativas para ese manuscrito de novecientas páginas, entonces.
-Sin embargo, su éxito ahora está siendo espectacular, ¿le ha pillado descolocado?
-Estoy viviendo un sueño. Estoy deseando que sea 1 de enero para poder decir que ha sido el mejor año de mi vida.
-Afirma Nicolás Sesma que su generación tiene una noción muy vaga del franquismo. ¿Sucede lo mismo con la guerra?
-Es un tema que no nos han contado en el colegio, nunca daba tiempo. Y en muchas familias tampoco se ha hablado; a veces, por ese silencio típico de posguerra, de no querer hablar sobre la guerra, y otras simplemente porque ya habían pasado ochenta años y no tenían nada que contar, el conflicto les pillaba muy lejos.
-Sin embargo, parece un tema que les interesa...
-Claro: es nuestra última herida grande, no cerrada, de la que no sabemos nada. A cualquier persona que tenga un mínimo interés en saber de dónde viene esa herida, en las propias raíces de su país, le va a interesar mucho la guerra.
-Dice en su novela que «las heridas graves no duelen al instante». Pero tal vez tarden siglos en cerrarse, ¿no?
-Sí, y si no se cierran, pues se pueden enquistar...o infectar.
-¿Y también se pueden repetir?
-Hay un resurgimiento de ideales muy, muy obsoletos, pero no creo que nos acabemos matando entre nosotros. Dudo que haya nuevas guerras civiles, pero sí que puede haber conflictos civiles o incluso que el terrorismo que pueda surgir de nuevo.
-¿Cómo valora la derogación de las leyes de memoria histórica en regiones como la nuestra?
-En este país no somos capaces de reconocer las virtudes del adversario, y necesitamos desmarcarnos de las posturas del otro. Y estos temas se utilizan políticamente, pero hay más división en el Congreso que luego en la vida real, en la calle.
-La 'geografía' del libro resulta algo particular, con un país que se llama Iberia.
-En todas mis novelas solo existe Iberia, no existen ni España ni Portugal. Y empezó como algo romántico, pero ahora lo defiendo desde un punto de vista político, sociológico y también cultural. Un proyecto de paz y mejor que el actual.
-Fabuloso, pero en un país donde dos o tres se quieren ir, va a ser complicado que entren los vecinos, ¿no?
-Pues esa es la solución. Hablo con mucha gente independentista y me dicen que la música de Iberia les gusta más que la actual. No es lo soñado, pero en este país tenemos buscar un sueño en el que podamos vivir todos. Refundarnos bajo un nuevo espíritu, un nuevo lema, un nuevo nombre, con dos capitales, podría ser una solución.
-Su estética, por cierto, sí que es antigua; o llamativa, cuando menos.
-Te diría que soy bohemio, o romántico a lo Pessoa, o que vengo del campo. Pero la verdad es que yo no compro ropa. Solo uso de segunda mano. Pero no me pasa solo con la ropa, es una filosofía de vida: no quiero comprar cosas si ya hay algo de segunda mano; hablando mal y pronto, por no enmerdar el planeta.
-Y ahora, ¿qué?
-Pues ahora estoy muy tranquilo porque mi cuarta novela ya está escrita. Y estoy preparando la quinta, pero me va a llevar tiempo; es también una obra ambiciosa, así que no saldrá de aquí a cinco años. Pero además me ha salido alguna oferta discográfica, o sea que lo mismo hago un 'disquillo' de canciones francesas. No sé; ahora tengo un abanico amplio y, la verdad, no tengo ninguna prisa.
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