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No andaba muy descaminada la persona que el pasado miércoles en Suances presenció desde la lejanía el concierto de la Accademia del Piacere junto al guitarrista Dani de Morón al referirse a que se veía y escuchaba un faro. Una metamórfica metáfora para indicar que ... en un escenario al borde del mar estaban seis músicos mezclando estilos y sonidos en una nueva especie de señal de luz armoniosa. Los referentes eran Fahmi Alqhai (Sevilla, 1976), con una preciosa viola de gamba de Pablo Fernández (al estilo francés de Nicolas Bertrand 1720), y Dani de Morón (Sevilla, 1981) a la guitarra flamenca. Dos violas de gamba más del mismo taller de luthier sevillano, clave, órgano y percusiones fueron los instrumentos acompañantes. La propuesta: un viaje muy personal entre dos artistas que han compartido sus músicas, llegando a crear una metamorfosis. Lo viejo y lo nuevo, flamenco y barroco, variaciones, improvisaciones y muchas ganas de llegar a puerto con buen faro.
Tras interminables afinaciones, y sin presentaciones previas, la percusión de Agustín Diassera abrió la noche preparando el primer tema: jácaras anónimas del siglo en el que Velázquez pintaba violas de gamba (detalle de 'Las Hilanderas'), junto a la recreación de bulerías actuales: un doble mundo en espejo. Costó entrar en calor al grupo y a los instrumentos, animándose Dani de Morón con un tema de Paco de Lucía -su maestro y compañero de conciertos- que dio paso a lo mejor de la velada: el preludio BWV 855 de Bach. Momentos intensos donde se iban alternando violas frontales con violas guitarreadas, sonidos percutidos con vibrantes trémolos barrocos. Fahmi era ya un musico feliz y extasiado; el grupo también. Las adaptaciones y arreglos funcionaban, dando libertad a la pareja central para mirarse y entenderse.
La noche seguía húmeda y tras un barroco 'Pasa-galli' ensamblado con soleares, llegó el momento de la guitarra: Dani tocando 'Conke', esa expresión moroniana hecha despedida cadenciosa. Bravos y aplausos que pedían más. Algo se obtuvo: explicaciones y más bulerías. Un concierto donde las cuerdas sufrieron entre afinaciones sonrientes y complicidades visuales con maridajes bellos y sorprendentes, luminosos. Al acabar el concierto, el faro seguía allí.
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