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A lo largo de una producción literaria tan intensa como extensa, Álvaro Pombo ha hablado de todo, desde los laberintos de la identidad hasta el milagro de la creación, pasando por las máscaras de la hipocresía o la tensión constante entre modernidad y tradición. Pero ... aunque parezca que al escritor le gusta tocar todos los palos, en realidad casi podríamos decir que toda su carrera ha consistido en navegar en círculos concéntricos alrededor del tema principal de su obra: qué es ser un Pombo. Y no uno cualquiera –si es que no son ya bastante singulares cada uno de ellos–, sino en concreto Álvaro Pombo. Lo que, en su particular biografía y en su personalísima narrativa, siempre tendente a la paradoja y el contraste, también podría consistir en cómo no ser un Pombo. En ese difícil arte de ir a la contra pero no bajarse nunca de la ola.
Y es que si en algo es maestro Álvaro Pombo es en el retrato. Incluso, en el autorretrato, sea personal, familiar o ciudadano. Con más o menos ironía, crudeza o distorsión, el escritor lleva medio siglo asomando en sus propias narraciones. Y lo hace con una caracterización inconfundible: «despreocupado, guasón, descreído, arrogante, y a la vez lo contrario, muy capaz de ser encantador y de hacerse querer». Ventajas de la 'psicología-ficción', como le gusta etiquetar a su propio estilo, incalificable para la crítica especializada, y que solo se puede abordar desde la fusión entre vida y literatura.
Aunque nunca ha sido presa de la autoficción, su propia biografía ha sido siempre el territorio literario en el que se mueve desde 'El héroe de las mansardas de Mansard', su primera novela importante: las mansardas (o buhardillas) eran las de su casa familiar. Pero claro, vivir en el número uno del antiguo Muelle también tiene sus peajes. El primero: ser un Pombo, para bien o para mal.
O para todo lo contrario, porque el escritor es capaz de cabalgar sobre sus propias contradicciones: «Los Pombo somos mala hierba», pone en boca de sus personajes en su última novela, 'Santander, 1936'. Y nos presenta a una familia de expertos en gastar fortunas, singular y envidiable oficio: «Sé de sobra cómo sois los Pombo Ybarra. Sois individualistas, liberales, laicos y honrados. Sobre todo, gente honrada. Aunque, en mi opinión, equivocada, por esta sabiduría veleidosa, afrancesada, positivista y anglosajona que nos invade ahora. Pero no te preocupes, nada de eso impide la nobleza de un corazón noble». Lo pone en boca de sus personajes, pero en realidad es el autor el que habla «de su propia herencia, de su propia amada y detestada familia, los Pombo».
Pero Álvaro, antes de ser un escritor singular, barroco y posmoderno a la vez, fue un joven cachorro que quiso escapar de la 'existencia extraplana' familiar, consciente «de quiénes éramos los Pombo. Consciente de que éramos mucho, muchísimo, hasta reventar, y, a la vez, vivíamos todos de las rentas». Cuando se instala en Londres y posteriormente cambia su trabajo en la banca por la literatura, no solo está buscando un entorno más liberal sino aire que respirar. Y cambia un destino ya escrito por la aventura de crear su propio personaje, más allá del peso del apellido.
Su vida, sobre todo en la etapa tardía, debería haberse parecido a la que pintara en 'Retrato del vizconde en invierno', con un protagonista venido a menos, que debería conjugar casi todos sus verbos en pretérito perfecto –ha sido, ha tenido–, desgastado casi por completo, y que además es el último en enterarse. Pombo, sin embargo, consiguió esquivar ese apacible destino burgués para ser hasta el final un creador furibundo e irresistible.
Un creador, además, a su «manera santanderina» –como ha defendido en sus últimas intervenciones públicas–, en perfecta simbiosis con una ciudad a la que no necesita regresar, porque siempre la lleva dentro. Él ha sido quien probablemente mejor ha descrito el Santander del siglo pasado; lo hizo en 'Relatos de la falta de sustancia': «En aquella ciudad había dos vientos, uno de derechas y otro de izquierdas. Y la ciudad permanecía entre los dos, dudosa, alumbrada y trompa gracias a los dos, entretenida de ambos». Como el propio Álvaro Pombo, por supuesto.
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