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EDUARDO NORIEGA
Sábado, 5 de agosto 2017, 08:15
El guión de 'Blackthorn', escrito por Miguel Barros, me había causado una honda impresión cuando cayó en mis manos y lo leí tiempo atrás, aunque quedó apartado porque no había visos de que la película pudiera hacerse. Así que, años después, en el momento en ... el que Mateo Gil me ofreció protagonizarlo, no tuve ni un segundo de duda. Hacer un western era uno de mis desafíos profesionales pendientes. Además, se trataba de algo así como una continuación de 'Butch Cassidy and the Sundance Kid', con Paul Newman y Robert Redford en uno de los muchos grandes papeles de sus carreras. Y como remate, con mi amigo Mateo como director: lo éramos desde las primeras incursiones de ambos en la cinematografía, a principios de los 90, junto con Alejandro Amenábar y Carlos Montero.
Así que cuando el proyecto acabó cuajando, 'Blackthorn' entró en fase de preproducción y se confirmó que el papel de Butch Cassidy lo iba a hacer Sam Shepard, aquello superaba de antemano cualquier expectativa que hubiera podido imaginar. Nombres de primera fila como Nick Nolte y Jeff Bridges fueron barajados para representar el rol de Cassidy. Demasiada responsabilidad la de continuar un filme que es parte de la historia del cine. Pero nosotros, jóvenes, audaces e inconscientes, íbamos a intentarlo. Y tras entrevistarse con Mateo en Nueva York, Sam Shepard dijo que sí. A priori, era un actor menos conocido, pero para mí con una significación muchísimo mayor. No sólo escribió con Win Wenders el guión de uno de mis personales mitos fílmados, 'Paris, Texas', y protagonizó 'Days of heaven', de Terrence Malick, entre otros muchos hitos del cine, sino que sus 'Crónicas de motel' tenían un sitio preferente en mi librería. Además, sus colaboraciones con Bob Dylan y Patti Smith, y que su pareja fuera otra mujer única de la cinematografía, Jessica Lange, hacía que, sin necesidad de ser mitómano, uno cayera rendido a la posibilidad de trabajar con él. La misma Lange, que además de genial actriz es una brillante fotógrafa, tenía previsto acudir a tomar imágenes del rodaje. Quién da más.
La realidad siempre acaba imponiéndose sobre las ensoñaciones, y el mundo de sueños que expresa una película tiene su contrapunto de realidad en el rodaje, que es el envés del trampantojo, con los tiempos medidos y la maquinaria de producción dirigida a conseguir atenerse a los tiempos previstos y al coste presupuestado.
'Blackthorn' se filmó en parte en el desierto del salar de Uyuni, en pleno altiplano boliviano. Allí llegó Shepard solo, algo extraño para una estrella de Hollywood, siempre rodeada de un séquito de managers, publicistas y ayudantes. Pero también sin teléfono, ni ordenador, ni muchas ganas de relacionarse con el resto del equipo. Su simple presencia, taciturna y huraña, imponía, y las mismas contradicciones del alma americana que su literatura refleja hicieron acto de presencia desde los primeros minutos de la intensa convivencia que propicia un rodaje. Sabiendo que era lector de Antonio Machado, le llevé un libro bilingüe con una selección de sus poemas, que ni se molestó en aceptar, porque «ya lo tenía». El móvil que el equipo de producción le facilitó fue apagado en el mismo momento en que se lo entregaron, y no lo volvió a encender. Durante los dos meses del rodaje no mantuvo, que supiéramos, ninguna comunicación con el 'mundo exterior'. En apariencia, el escritor, actor y director no tenía contacto con su familia, amigos, representantes, editores, medios de comunicación o cualquier otra relación que se le supone a un personaje como él.
Sam Shepard reflejaba a la perfección, al menos durante el tiempo que compartimos en el rodaje de 'Blackthorn', el carácter pretendido por el director y el guionista para el viejo Butch Cassidy. Anciano y amargado, condenado a vivir oculto, en una época y un país que no eran los suyos. Permanentemente disgustado, respondía con monosílabos, cuando no con exabruptos. No parecía una inmersión en el papel del viejo James Blackthorn, sino la expresión de una personalidad atormentada. Además, a cuatro mil metros de altitud, el entonces sexagenario tenía dificultades hasta para respirar y desenvolverse.
Tocaba la guitarra y cantaba con su característica voz profunda. Tuve el privilegio de grabar a dúo 'Sam Hall', una vieja canción tradicional irlandesa cuya letra recogía las últimas palabras de un hombre en el cadalso: «My name is Sam Hall and I hate you one and all» («Me llamo Sam Hall, y os odio a todos y cada uno»).
Los pocos momentos de tranquilidad los vivió junto a los caballos que montábamos para el filme. Como avezado jinete y criador en su rancho de Kentucky, en el que murió hace pocos días, se entendía a la perfección con los animales, y con ellos encontraba cierta paz. Como en las largas parrafadas en las que afloraba otra personalidad, risueña y afable, en las noches bolivianas de literatura y alcohol que compartía con el guionista Miguel Barros. Al menos así tenía un cómplice con quien desahogarse, aunque al mismo tiempo temiéramos las consecuencias de tanto trasnoche.
Meses después supimos que Jessica Lange y él se habían separado, tras tres décadas en común. Quizá Shepard, o Cassidy, o Blackthorn viviera, en esos meses en Bolivia, entre otras pesadillas interiores, la de la ruptura de su pareja. Lo cierto es que, pese a que la esperábamos con interés y hasta con cierta ansiedad, la actriz del primer 'remake' de 'King-Kong', de 'El cartero siempre llama dos veces', o de 'Frances', nunca fue al altiplano.
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