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. El historiador e investigador José Alberto Vallejo, el profesor Antonio de los Bueis y el empresario Héctor Ara regresaron ayer a finales de 1936 junto con un puñado de cántabros –los que caben en el Ateneo cuando se abarrota de gente– para subir 'A ... bordo del Alfonso Pérez' y rememorar con toda su crudeza las 'Escenas del cautiverio rojo' que Ramón Bustamante Quijano, un superviviente de la matanza registrada en el buque-prisión durante la Guerra Civil Española vivió, y luego dejaría impresas, en los tres meses que permaneció recluido allí.
Sin ningún ánimo revanchista, porque es, este, «un trabajo por encima de todo conciliador», el historiador y sus colaboradores presentaron una reedición de la obra escrita, ilustrada y publicada por Bustamante en 1940 en el transcurso de un acto celebrado a escasos dos kilómetros –los que separan la Comandancia de Marina del Ateneo– del lugar exacto donde el barco permanecía fondeado cuando el mando republicano ordenó el asesinato de 156 presos como represalia a un bombardeo previo de la aviación nacional que había causado 70 muertos.
Vallejo, de los Bueis y Ara contaron cómo surgió el proyecto, «de la imperiosa necesidad de preservar una experiencia vital», la de Ramón Bustamante Quijano, admitieron su lanzamiento «en un momento político complejo» en el que derechas e izquierdas andan a la greña guerracivilista, unos arrojando cunetas, otros lanzando barcos, y subrayaron que detrás de la obra «no hay odio ni venganza ni revancha» sino únicamente un interés por «contar lo ocurrido» a bordo de aquel buque-prisión, considerado uno de los grandes enclaves martiriales de Cantabria, que no el único.
«Aquí, en Cantabria, y especialmente en Santander, hay muchísimos enclaves martiriales», aseguró el profesor De los Bueis, doctor en Filosofía y uno de los principales artífices del 'reprint', en el que esta circunstancia queda plasmada.
Tierra de mártires
En los prolegómenos del libro, Antonio de los Bueis se refiere a los mártires de la persecución religiosa del siglo XX, «que no comenzó con la guerra civil sino unos años antes, allá por 1931», con las primeras quemas intencionadas de iglesias y conventos, y hace varias referencias directas a los del buque Alfonso Pérez, religiosos de distintas órdenes que murieron por ahogamiento tras ser arrojados vivos al mar en las proximidades de La Magdalena y la Isla de Mouro.
Pero también a otros muchos que nunca pisaron aquel barco, «que fueron apresados en sus parroquias, en sus casas o mismamente en la calle» y, allí mismo, o en las checas republicanas, «fueron torturados y asesinados de las formas más crueles».
Ochenta de ellos, hoy considerados «mártires de la persecución religiosa que tuvo lugar entre el 2 de agosto de 1936 y el 22 de agosto de 1937 en Cantabria», están incluidos en la actualidad en un proceso de beatificación puesto en marcha en el año 2005 y que podría culminar próximamente en Roma, donde ya se encuentran las cajas lacradas con los documentos requeridos para su beatificación.
La causa está encabezada por el sacerdote Francisco González de Córdova (párroco de Santoña) y en ella aparecen otros 79 hombres más considerados mártires, entre los que se encuentran 67 sacerdotes diocesanos, tres religiosos carmelitas, tres seminaristas diocesanos y seis seglares, comprometidos con la Iglesia. «Todos murieron perseguidos por su fe», dice de los Bueis.
Hijo de uno de los prisioneros del barco-prisión Alfonso Pérez –y nieto de un fusilado en Galapagar en 1936–, Héctor Ara, para quien su vida es «un milagro», porque sabe bien que su padre podría no haber salido vivo de allí, contó durante su intervención «las penurias y vejaciones» que por lo que él ha averiguado (y por lo que su hermano le contó que a su vez le contó su padre) sufrió su progenitor hasta su liberación en la bodega número 1, escatológicamente conocida como 'La Venecia del mocordo' por el tránsito de orines y heces que se producía en la misma con los vaivenes del barco.
Una anécdota que Ara ha querido dejar reflejada en un libro con el que ha querido honrar a su abuelo y honrar a su padre, su memoria, un atributo privado «que no quiero que nadie manipule ni histórica ni democráticamente hablando».
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