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Algunas de las creaciones incluidas en el libro 'Vivir para dibujar'.

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Algunas de las creaciones incluidas en el libro 'Vivir para dibujar'.

José Ramón Sánchez, vivir para dibujar

«Testamento» ·

Un libro, que verá la luz este mes, traza el ingente trayecto creativo del artista santanderino, que «ha cimentado su obra en la solidez del dibujo»

Guillermo Balbona

Santander

Domingo, 17 de octubre 2021, 07:49

Más que un libro es una línea de vida. La que traza un artista con un lapicero. Con muchos lapiceros y muchas vidas. La que discurre entre la iniciación y la madurez. Entre el niño y el octogenario. En el interior del hombre que ve la vida a través del dibujo y dibuja el mundo para entenderlo y mostrárselo a los demás. Le han acompañado la Biblia, Moby Dick, la Divina Comedia, los mitos y monstruos del cine y hasta él mismo convertido en personaje. Desde sus incursiones como caricaturista a las vidas ajenas que habitan sus viñetas, pasando por sus álbumes más ambiciosos. José Ramón Sánchez plasma ahora su vida en un trazo continuo e incesante que revela la gigantesca labor creativa del artista santanderino. 'Vivir para dibujar', que Valnera Gráfica saca a la luz a finales de este mes, certifica el viaje impresionante que, como expresa Jesús Herrán, posee su propio «Big Bang inicial, seguido de una constelación pentagonal y una circunferencia de estrellas».

El propio sumario de la obra, a modo de itinerario, certifica la profusa creación del dibujante santanderino adherida a una vida, desde el anonimato a la popularidad, desde la habitación íntima a lo mediático, desde lo pequeño a lo descomunal: Dibujos del colegio, caricaturas, animalillos, soñar las películas, la danza, escenarios, clásicos del cine, El Quijote, Lo sagrado, El pintor de corte, El pintor loco, los escritores, Dibujar músicos, Diez judíos, Fotogramas, Dibujar pobres. Dibujar víctimas, El último cuento y El cómic son solo algunas de esas estaciones de un vía crucis de lapicero y narración, de vida y mirada, casi siempre en blanco y negro. Un trayecto ingente en el que asoma el artista que en los 80 apareció en Televisión Española a la hora de la merienda, «hablando y dibujando a un mismo tiempo» y, durante diez años, aprendimos con él que «para poder dibujar no era necesario seguir siendo un niño (al menos físicamente hablando); se podía seguir haciéndolo en la edad adulta, como demostraba aquel maestro de tupido bigote, con alma de niño y magia de creador».

Y en el epicentro de esa travesía inmensa que ahora reflejará el libro, Herrán destaca ese pentágono mágico del Sánchez artista: «El Quijote, La Biblia, Moby Dick (en sus tres versiones), La Divina Comedia y El Beato del siglo XXI». Y el 'Big Bang' originario de toda la expansión posterior «sería la apuesta incondicional que hizo José Simón Cabarga -periodista, historiador, crítico de arte, cronista de la ciudad de Santander y caricaturista de renombre (Apeles)-, cuando abrió las puertas del Museo Municipal de Santander a la juventud casi adolescente de Sánchez, quien a los dieciocho años colgó en sus paredes una colección de magníficas caricaturas». De hecho se subraya que Peridis sigue estimando al artista cántabro como su «primer maestro». El propio José Ramón Sánchez confiesa en la dedicatoria del libro que aquella exposición le «cambió de adolescente prometedor a adulto comprometido». Desde la perspectiva actual, aquel año de 1955 marcó el destino de uno de los dibujantes más grandes, que ha llegado a alcanzar durante su trayectoria profesional el Premio Lazarillo y el Premio Nacional de Ilustración, entre otros, y, ante todo, «el cariño de una generación de jóvenes que siguen considerándolo su guía».

Física, en su infancia, para evadirse del asma; y económica para ganarse la vida desde su juventud

DIBUJO/TABLA DE SALVACIÓN

«Todos, absolutamente todos los dibujos del libro, son igual de sentidos, vividos y amados»

CONFESIÓN

Para José Ramón Sánchez, según deja claro el libro, el dibujo ha sido una tabla de salvación. «Física en su infancia, cuando lo utilizó para evadirse de los ahogos del asma; económica a partir de su juventud y durante su madurez, pues le sirvió para ganarse la vida y sacar adelante a su familia. De hecho, en su carné de identidad, al referirse a la profesión, siempre ha figurado la palabra 'dibujante'».

Sobre 'Vivir para dibujar', que ve la luz antes de final de mes, su editor, amigo y cómplice de mil y una aventuras y travesuras editoriales junto a Ángeles de la Gala, lo dice con firmeza: «Este libro, que se publica cuando José Ramón ha cumplido los ochenta y cinco años, representa el testamento profesional de un artista que ha cimentado su obra en la solidez del dibujo».

'Vivir...' representa por ello «la copa en la que reposa su trabajo a lapicero», colmada por casi mil dibujos que se reparten en 38 capítulos.

Una obra que se abre con una confesión transparente y elocuente: «Cuando vuelvo a contemplar mis dibujos de infancia me ratifico en la idea de que no nací con un don especial para dibujar. A mi alrededor todos creían que mi pasión por el dibujo era innata, pero mis capacidades no eran gran cosa. Dibujaba todo lo que podía y todo lo que veía. Mi imaginación y mis ojos eran voraces. Mis habilidades eran las justas. Ya viví desde niño aquella realidad de imaginar lo imposible y dibujar lo que estaba a mi alcance: piratas, veleros, cowboys y caballos».

Y, por contra, al final de la publicación exuda un aire solemne de despedida, que implica verdad y melancolía. «El mío es ahora un tiempo de recuento y celebración. Celebrarlo todo, por confuso y desacertado que te pareciese en su día. Celebrar la vocación, el oficio, los triunfos y las derrotas. Celebrarlo al lado de los tuyos, una comunidad donde se mezclan para dialogar gentes tan alejadas en el tiempo y el espacio como Marilyn y Don Quijote, Ahab y mis nietas Olivia y Ruby, Velázquez y Van Gogh, Beato de Liébana y Shakespeare...»

Entre el sentir y el pensar, escribe José Ramón (también novelista y cuentista) «he pasado la vida dibujando. Ahora, de viejo, dibujo menos porque los ojos me lloran y me dicen que ya está bien de gastarlos en lo mismo. (...) En cierta medida, vivo como si volviese al primer dibujo del caballo con jinete para empezar de nuevo».

Y este protagonismo del dibujo, lo resalta Herrán con una curiosa deducción: «Si pudiéramos analizar con métodos científicos sus creaciones de color -sean de acrílico, óleo o de cualquier otra técnica pictórica- descubriríamos bajo todas ellas la base humilde del lapicero».

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