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PILAR G. RUIZ
Santander
Domingo, 2 de octubre 2022
«No hay verdades absolutas, solo puntos de vista y relatos consensuados sobre esa realidad». José Saramago defendía una literatura que no podía cambiar el mundo, ni expresar un compromiso por sí misma. El compromiso recaía, a su juicio, en el escritor. Este 2022 se ... celebra el Centenario del nacimiento del autor portugués, efeméride que trajo a Santillana del Mar a su viuda, Pilar del Río y al director de la Fundación César Manrique, amigo personal de Saramago, el poeta cántabro Fernando Gómez Aguilera dialogaron en la Torre de Don Borja. Un escritor «milagro» como lo definió Gómez Aguilera. Saramago creció en una familia sin recursos, no pudo terminar el bachillerato ni acceder a la universidad. Se formó como tornero y empezó a trabajar como mecánico. Su trabajo como prolífico traductor autodidacta, de más de 60 autores, le permitía vivir, «pero si dedicaba el tiempo a escribir, no podía pagar el alquiler ese mes», explicaba Del Río. No fue hasta los 58 años que «eclosionó como escritor». Como él mismo afirmaba «todo en mi vida llegó tarde».
Para Saramago, en la vida de cualquier persona, el gran acontecimiento era empezar a caminar. En su caso, el recorrido comenzó con el encargo de escribir una guía turística de Portugal. «Pero él no era turista, ni sabía cómo contar eso», recordaba la que fuera su mujer. ¿Qué hizo escribirlo a su manera? 'Viaje a Portugal' fue el resultado de esa incursión y gracias al cuantioso pago de ese trabajo, pudo comenzar su carrera literaria.'Levantado del suelo' (1981), fue su intento de escribir el 'Novecento' portugués. Poco después llegaría 'Memorial de un convento' (1982) que fue «recibido como una epifanía que rompía con todo lo anterior». «Es difícil encontrar una casa en Portugal donde no esté ese libro -relató Del Río- Fue una vuelta tan grande que la literatura pasó a ser otra cosa; todo el panorama cambió».
Hubo tres etapas marcadas en la vida y la creación de Saramago, tal y como enumeraron. De 1922, cuando nació, a 1980, periodo en que se formó la textura de un gran escritor, «prodigioso, pero no el que conocemos ahora». La segunda etapa, de 1980 a 1991, donde surge ese gran escritor portugués, que en ese periodo escribió nueve libros, se enfrentó a la censura global tras 'El evangelio según Jesucristo' y se mudó a Lanzarote, la isla que contemplaría su última etapa, la vivencia de su relación con la traductora y el desarrollo de una etapa literaria de la que salieron 21 obras más, marcados por el propio paisaje rocoso y rojizo del terreno.
«El Nobel desaparece cuando se tiene», explicaba Pilar del Río. Saramago supo que había recibido el galardón más importante cuando estaba a punto de embarcar de vuelta a Lanzarote. «Tiene un llamada, señor Saramago, ¡que le han dado el Nobel!», le dijo una azafata. El escritor dio la vuelta, de regreso a Frankfurt, para abordar la pompa mediática asociada al premio y cuando caminaba solo, por la terminal, con todos los viajeros en dirección contraria, se preguntó «¿Y ahora qué?». Ese «ahora qué» se tradujo en un año que según sus palabras fue «como el reinado de una Miss». Se abrieron muchas puertas que antes estaban cerradas. Cuando llegó el momento de recoger en Nobel, Saramago puso la condición de hablar únicamente en portugúes, lengua que nunca antes se había escuchado en el foro y dedicó su discurso a hablar de los Derechos Humanos. «Para una vez que tengo todas las cámaras, no voy a hacer bromas».
El trabajo incansable, el talento y una dosis de suerte generaron la combinación clave para un autor que hizo de su hogar una «auténtica embajada cultural». Saharauis, madres de la Plaza de Mayo, separatistas vascos… acudían a su casa a pedir ayuda para sus causas. No en vano, Saramago, que se consideraba humanista, hizo una defensa férrea y constante de la Declaración de los Derechos Humanos. La quiebra de la ética, las trampas del mercado, la impugnación de la democracia o la religión fueron algunos de los temas que abordó en sus libros. «Tocando todos los nervios que conforman el sistema», en una reflexión constante sobre el poder.
Con una fina ironía y un discurso lúcido con toques de humor, Pilar Del Río, consideró que la palabra «compromiso» está un tanto banalizada por el uso que se le viene dando, pero Saramago «nunca escribió en contra de sus convicciones» y consideraba la novela «un lugar y no un género».
En ese lugar ficcionaba o no según sus intereses y desbordaba su reflexión y pensamiento sobre lo que somos o hacia dónde vamos como humanidad. Eso sí, bromeó la viuda del escritor: trabajar juntos «era un horror». «¡Llegué a pensar que tenía que elegir entre salvar la traducción o el matrimonio!». Mientras ambos comparaban el volumen de los diccionarios de español y portugués, en ese tándem de funcionamiento óptimo, Saramago reflexionaba: «Yo tengo ideas para las novelas y Pilar ideas para la vida».
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