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Hablé con él por teléfono la última vez el pasado martes. Fue por la tarde, después de comer. Yo le había llamado por la mañana y no contestó. Y más tarde, después de la hora de una siesta que nunca abrazo, comprobé que tenía dos ... llamadas perdidas suyas. Volví a llamarlo y esta vez, al otro lado del aparato, sonó una voz débil, la de alguien que apenas está y que parece regresar de un lugar muy lejano. La voz poco vigorosa me comentó que su poseedor estaba viendo un documental sobre jirafas en la segunda cadena de televisión, y el comentario a él mismo le provocó hilaridad. La hilaridad suele manifestarse en él mediante unos sonidos que no acaban nunca en risa franca porque les falta ímpetu, pero que comunican una alegre ironía, jocosa y con algo de infantil descontrol.
Empezamos a charlar y la voz se volvía más recia y sólida. Su poseedor parecía regresar de donde quiera que hubiera estado en espíritu. Hablamos sobre su última novela, 'El exclaustrado'. Le comenté que acababa de empezar su lectura y, con una energía inimaginable unos segundos antes, exigió comentarios críticos en cuanto terminase. Luego le pregunté por su nuevo proyecto, una novela ambientada en la guerra de Marruecos que lleva ya mediada y en la que Mario Crespo le está proporcionando datos históricos para ser preciso en la ambientación y contexto.
Después la conversación derivó hacia cuestiones personales: el estado actual de su frágil salud inquebrantable, y mi salida de la dirección general de cultura, asunto del que estaba informado y del que me pidió un monográfico en mi próxima visita a su domicilio madrileño, pues el tema le divierte y quiere establecer comparaciones con su propia «experiencia política».
Como siempre que hablamos por teléfono o nos vemos en Santander o Madrid, el tema de la poesía salió a colación. Sé perfectamente que para él es clave. Es un gran poeta, y creo que le gustaría que su poesía tuviera una mayor difusión, sobre todo entre los jóvenes. Le prometí retomar el trabajo de edición literaria de una antología de sus versos para la colección que edita Renacimiento, esfuerzo que tuve que relegar durante este último año. Le comenté que había leído con fruición su última recomendación libresca, 'Más intervenciones' de Houellebecq. Y le agradecí el contacto con el vitriolo destilado por el francés. Habíamos pasado media hora charlando. Tocaba despedirse. Le prometí visita a finales de este mes de noviembre.
Se llama Álvaro Pombo. Somos paisanos. Es autor de una obra literaria colosal en la que hay títulos incontestables. Ayer le otorgaron el Premio Cervantes. Un acto de lógica justicia literaria.
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