El latido de la memoria

En esa difícil convivencia de tempos, discursos, sentimientos y miradas, 'El maestro que prometió el mar' deambula entre la tristeza y el ejercicio de memoria, la lección de vida y lo convencional, la transparencia de los hechos (eso que llamamos verdad) y quizás la falta de un arrebato, de un gesto intenso y pasional. Hay mesura, delicadeza, también concesiones melosas y situaciones morosas, y una asimetría emocional entre la historia de los niños y su maestro y la del latido de la memoria a través de los familiares, entre papeles, secretos, vendas y fosas. Pero si algo cabe destacar del filme de Patricia Font, es que adquiere la categoría de documento necesario, de evocación cargada de esa materia humana que ilumina este presente de memoria débil, habitado por muchos que, sobre todo, se empeñan en negar la vida.

Una película sobre la docencia y la dignidad, la grandeza de defender la libertad y la importancia del descubrimiento de la vida sin cortapisas, ni imposiciones, ni limitaciones fundamentadas en el fanatismo. No es un biopic al uso, si acaso el retrato fragmentado de uno de esos maestros que abrieron mentes, forjaron personas y otorgaron grandeza a lo cotidiano. La cineasta de 'Gente que viene y bah' fija la memoria de la figura de Antonio Benaiges –maestro que ejerció de 1934 a 1936 en una pequeña localidad, Bañuelos de Bureba– tomando como base la escritura de Francesc Escribano pero también con las referencias asesoradas por José Antonio Abella, autor de la investigación novelada sobre el caso, 'Aquel mar que nunca vimos' (Valnera), ya en su quinta edición.

El maestro catalán, que encarna con sutil entusiasmo Enric Auquer (un canto a la vida que insufla energía cuando el filme desfallece), es el sherpa de esta película necesaria. Lástima que se incurra en reiteraciones y tópicos, que no haya más soltura visual y que un factor humano esencial como es el personaje de Laia Costa, eslabón entre sombras y claroscuros, nunca supere el didactismo más esquemático. Prima, no obstante, el respeto y esa tristeza honda que conmueve tanto como la palpitación de esas vidas a reivindicar que se percibe entre los pliegues de la memoria.