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Bernardo Atxaga (Asteasu, Guipúzcoa/1951) llega mañana a la librería Gil, un lugar en el que dice haber comprado muchísimos libros, «sobre todo de joven», para presentar su última publicación, 'Exteriores del paraíso' (Cuatro lunas), un libro diferente, que lleva al lector a viajar ... por un paisaje donde conviven formas y materias que rara vez suelen ir juntas. El Premio Nacional de las Letras en 2019, que anunció ese mismo año que no volvería a escribir novelas, «hasta que no vuelvan las musas» y que asegura que el próximo 2 de enero se sentará de nuevo «a ver qué me dicen», no ha dejado de escribir, explorar nuevas técnicas narrativas ni de indagar en un oficio que no concibe sin alegría. De ese último libro y de su trayectoria hablará, a partir de las 19.00 horas, junto al crítico de El Diario Montañés, Javier Menéndez Llamazares.
–Llega a Santander para hablar de 'Exteriores del paraíso' que no sé si usted o su editorial (Cuatro lunes) define como un artefacto. ¿Qué se va a encontrar el lector?
–Ha sido la editorial la que lo ha definido así y, la verdad, no estoy muy de acuerdo. Yo más bien diría que no es un libro común, en el sentido de que no se trata de un texto de género. Me parece que la palabra artefacto, por la tradición de las vanguardias, nos lleva a pensar en un libro raro o difícil de leer y no es el caso porque en lo que se refiere a las formas literarias intento que sea lo más cristalino posible.
–¿Cómo es entonces?
–Parte de una introducción, una especie de obertura sobre el tema que un poema titulado 'La vida según Adán', y luego hay cinco lecturas que narran la visita que hace un escritor con nombre y apellido, yo mismo, a dos cárceles francesas y las lecturas que tienen lugar allí y en otros lugares.
–Ha dicho que está explorando nuevas narrativas. ¿Qué ha encontrado en esas exploraciones?
–El lenguaje envejece, y envejece para mal muchas veces. Basta que busquemos en un diccionario de hace veinte años, incluso en uno actual, y encontraremos palabras que ya no significan lo mismo o significan lo contrario, por ejemplo libertad, que se utiliza de una forma completamente diferente ahora que hace 40 años. Hay muchas palabras que han perdido su brillo, su uso y su verdad. Y creo que esto mismo pasa con las formas literarias. Entiendo que desde el punto de vista del lector puede ser agradable que te cuenten siempre el mismo cuento o leer otra historia de detectives, aunque sea la número mil, pero desde el punto de vista del escritor, en mi caso, utilizar formas desgastadas, comunes, convencionales... no me resulta nada atractivo y menos ahora que ya llevo 50 años escribiendo. No estoy ya para contar una historia, con perdón, de detectives.
– 'Exteriores del paraíso' surgió tras asistir como lector a dos cárceles. ¿Tanto le marcó como para escribir este libro?
–Me hizo pensar mucho sobre la transformación de un escrito, de que lo que lees varía, en función del público que tienes delante. Cuando me iba a acercando a una de estas prisiones, a la De Mauzac, el bibliotecario que me acompañaba me explicó que los internos que me esperaban eran lo que se conoce como presos con mucha ruina, es decir, con condenas de 20, 25 años o más. El primer texto que yo tenía pensado leer ahí, sin conocer ese dato, se llama 'Desolatio' que habla del patio de la cárcel y de un cuartel y, claro, de pronto me di cuenta de que cómo iba a leer algo así en un lugar en el que todo el mundo tenía la experiencia de la desolación. Eso me hizo entender que los textos ganan o pierden intensidad según el lugar donde se conocen.
–¿Cómo resultó la experiencia?
–Una de las experiencias que saqué ese día es que ese texto que es también una canción muy bonita y conocida de un grupo que se llamaba Itoiz y que seguramente a mucha gente cuando la escuche o la tararee le parecerá que tiene un sentido y una intensidad, no se puede comparar con el público, doce o trece presos, que ese día, y en esa cárcel iba a tener delante. Pero me gustaría decir que ese exterior del paraíso no solo habla de una cárcel, también hay un aldea... Lo que cambia, me parece, es el marco que pongo a los textos.
–Pero esos textos, como usted mismo dice del libro, tampoco son comunes.
–No. Sobre todo los últimos. Hay muchísimo humor negro en todo el libro. Es verdad que pasan del humor a la tristeza porque hay una frontera entre los sentimientos, entre los fenómenos de la vida, que a mí me interesa mucho. Hay textos que de primeras te pueden hacer reír pero que en un segunda lectura te hacen pensar y desaparecer esa sonrisa.
–¿En esos viajes, en esas visitas a las cárceles se ha reencontrado con esas musas que le habían abandonado para escribir novelas?
–(Ríe). A las musas las siento en casa, pero no entiendo lo que dicen. Revolotean por aquí, pero ni siquiera con los audífonos puestos alcanzo a entender que es lo que quieren decirme. Me he puesto como fecha el 2 de enero. Ese día voy a ver si consigo agarrar una de ellas y que me diga exactamente lo que debe hacer. Creo que hay una época en la vida en la que existe el peligro de que te aburra lo que haces. Hay gente que es muy resistente a esto y dice que escribe siempre la misma obra desde los 18 a los 78 años, pero este no es mi caso. Me parece que la indagación forma parte de la alegría de escribir y sin esa alegría, la verdad este oficio es un aburrimiento.
–¿Y no será que esas musas ya se han aburrido que sea un escritor tan premiado?
–Los premios son un problema. Si me guardas el secreto te diré que la mayoría son antipremios. Últimamente, a poco que te despistes, que te den un premio lo único que te acarrea es trabajo y más trabajo. Una gran mayoría de ellos no te sirven ni para comprar zapatos a tus hijas pero si conllevan dar conferencias, escribir artículos... A mí me han dado mucho trabajo, la verdad, salvo el Nacional de las Letras, tengo que reconocerlo... Pero tienes razón. En los premios hay algo que el autor debe olvidar y creo que el lector también.
–¿Y cómo cree que viviría el universo de Obaba la crispación en las calles que estamos viendo estos días?
–Obaba queda fuera de todo eso. Siempre digo que en Obaba es muy importante el taller de costura porque allí es donde se reunían todas las chicas del pueblo para aprender a coser y se convertía por tanto en un lugar muy atractivo para los muchachos. Así que el Ayuntamiento no es un lugar muy importante en Obaba.
–Entonces... ¿Cómo lo vive Bernardo Atxaga?
–Hoy en día hay mucho ruido, posiblemente a causa de todas esas nuevas tecnologías. Es banal y no sirve para nada, es algo parecido a la contaminación acústica. No sirve a la sociedad. Desde luego, no contribuye a mejorar la condición de ciudadanos en el sentido político. Toda esta crispación, este ruido no ayuda a la formación de las personas. Así que intento no hacerlo mucho caso.
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