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¿Cuántos mensajes se quedan sin enviar por el miedo a las críticas? A Juan Soto Ivars (Águilas, 1985), ninguno. El escritor, columnista y tertuliano protagoniza la nueva sesión del ciclo 'Ideas y Maestros' que organiza la Concejalía de Cultura de Santander, con su último ... libro 'Nadie se va a reír', en el que reflexiona sobre propaganda y populismo mediático, recién publicado. La cita hoy martes (19.30 horas), en el Casyc bajo el título 'Mejor no digo esto. La nueva censura que no necesita dictadores'.
-¿Nos vamos a reír en esta entrevista?
-No sé. Depende. Los sádicos sí.
-¿Vivimos en una sociedad que no está lista para asuntos complejos?
-Para asuntos demasiados complejos ninguna sociedad ha estado lista nunca. Quien crea que ahora se entiende menos la ironía que en los años 20, cuando los surrealistas montaban sus pollos, se equivoca. Realmente no ha habido nunca una tolerancia al mensaje inquietante, porque el mensaje por sí mismo nos inquieta y a veces, ante la inquietud, reaccionamos con furia. Eso siempre ha sido así.
-¿Y qué ha cambiado?
-Que las reacciones de desagrado se publican y parece que hay más presión. Es más fácil verte metido en un lío descomunal por una ironía que no se entienda. Así que creo que lo que ha cambiado es el volumen de la crítica, que se ha hecho atronador y la crítica por sí misma, porque se activan los resortes de la cancelación, donde puedes, como le pasa al protagonista del libro, no solo ser condenado en un tribunal, sino despedido del trabajo.
-Menciona la furia. ¿El nivel es mayor o solo parece que gritamos más alto?
-Si yo me enfado y tú no te enteras, parece que el nivel de furia es menor, pero es el mismo. Las redes sociales son un medio de comunicación de la furia, básicamente, porque es lo que se expresa. Si te das cuenta, desde hace un tiempo, todas las películas son o la mejor del mundo o una puta mierda. Ya no hay películas que estén bien o mal. Todo es exacerbado. Y eso es porque estamos utilizando una herramienta diseñada para que nos expresemos así.
-Un ejemplo; tras los Goya arden piras por el vacío de 'Alcarràs'. ¿La mayoría se queja sin haberla visto?
-Claro, claro. O la de Eduardo Casanova ('La piedad'), que no la ha visto nadie, pero todo el mundo la odia. Como dice Marta Peyrano en su libro 'El enemigo conoce el sistema', esta tecnología la están desarrollando personas que trabajaban en los casinos de Las Vegas. Partiendo de que está diseñada para robarnos la atención y mantenernos el mayor tiempo posible enganchados, lo que saben los psicólogos es que uno de los sentimientos que más envician es la irritabilidad. Y en ese ambiente irritable, los estímulos nos tocan más aunque los olvidemos más rápido.
- ¿Nos desenfadamos más rápido?
-Hay más furia, pero es más frívola; la gente olvida el motivo de su odio al día siguiente. Por eso, para mí, lo grave de este proceso es que las instituciones o las empresas se tomen tan en serio esa furia y tomen decisiones irrevocables mientras dura el carnaval. Es lo que pasa en el libro: la reacción de pánico de la ong donde trabaja el protagonista para no verse salpicada por algo que no iba a salpicar. Me preocupa el efecto que la furia frívola tiene sobre las personas.
-Las manifestaciones por Pablo Hásel que menciona en su libro terminaron con más de cien detenciones. ¿Para algunas cosas sí que hay reacciones?
-Sobre los casos de Valtonyc, Strawberry, los titiriteros y todas estas personas castigadas por sus expresiones artísticas, me parece muy interesante señalar que sí han producido grandes movilizaciones, toneladas de artículos de apoyo y en este caso, ni uno. Te da qué pensar en lo discrecional y lo hipócrita que es la defensa de la libertad de expresión muchas veces, porque depende al final de si el mensaje en sí, yo considero que puede afectar a mi reputación o no. Y si puede, lo ignoro como si no hubiera pasado. Es la desgracia que le ocurre al protagonista del libro, que se ha visto solo y en el ostracismo más absoluto.
-¿Por qué la libertad de expresión es el término universal utilizado de forma más personal?
-Claro. La libertad de expresión siempre es de los que no me ofenden, por resumir. Defendemos la libertad de expresión del que ofende a otros, y nos reímos del cabreo de otros. Pero defenderla universalmente es la única manera de hacerlo. Primero tengo que defender a los que me insultan a mí en Twitter y después ya a ese cómico que me hace gracia. Porque si solo defiendo a los que me ofenden a mí, disfrazas la libertad de expresión de defensa a los tuyos, que es lo que vemos habitualmente en este debate.
-¿Pone límites a su libertad de expresión?
-Siempre. El límite que uno le pone está muchas veces viciado. La autocensura, corregir tus textos según tu criterio, es fundamental. Si empiezas a quitar palabras por miedo a lo que te puedan decir, te has metido dentro de la cabeza al censor que está fuera. Así la gente tiene miedo, no solo a decir cosas, sino a pensar cosas. Estamos ahí. En ese sentido yo sí que lucho, contra ese tipo de límites. Si pienso que se va a liar, no dejo que esa censura actúe, sigo adelante y asumo las consecuencias, claro.
-Edurne Portela dice que «escribir y, sobre todo, publicar es tomar postura y partido». ¿Hemos asumido que manifestarnos es posicionarnos?
-Es que no estoy de acuerdo con que escribir lo sea. El 'siempre' me parece un poco limitador. Se puede escribir desde la perplejidad, pero en un momento de polarización, eso se entiende como equidistancia, como no comprometerse, como herejía. Yo noto muchas veces que hay temas de los que escribo a partir de la duda y son catalogados de un lado u otro automáticamente. De esa frase añadiría el matiz de que el partido a veces no lo eliges tú y no tomar partido es un derecho. La libertad de expresión consiste también en el derecho a callar.
-Menciona un libro de Kundera con el que comparte algunos planteamientos. ¿La vigencia de los asuntos sobre los que ironiza no prescribe?
-Te doy un salto para responder; estoy leyendo un libro del siglo XIV, que está de una actualidad tremenda.Es el 'Manual de los inquisidores' que escribe Nicolau Emerich, el inquisidor mayor de Gerona. Se convierte en un libro canónico de cómo inquisicionar y perseguir a los herejes. Es un libro que cuando lo lees, si vas cambiando mentalmente palabras, te das cuenta de que persigue lo que se persigue hoy; la desviación y el error. Considera que estar equivocado respecto a una ortodoxia, es cometer un crimen. Y eso es lo que pasa hoy. Es muy difícil estar en desacuerdo con gente y que eso no se traduzca en un choque. El que no piensa como yo, es malo. Lo que voy a hacer en Santander es una charla sobre eso, sobre por qué borras ese mensaje que ibas a poner. Tienes miedo de tener un problema personal por participar de un desacuerdo. Y le pasa a todo el mundo. Hoy no vivimos en una dictadura pero tenemos taifas pequeñitas donde un grupo, el más radical, quiera imponerse como la verdad y la pureza. Grupos que se autovigilan, purgan a sus herejes y los convierten en su enemigo mortal.
-En esa realidad de herejías, ¿es peor ser tonto o hacérselo?
-Creo que a los tontos les va razonablemente bien. Ahora tenemos que votar y yo no sé muy bien quién es el menos tonto... Hacerse el tonto se nota. Nos podemos poner a pensar qué pasa si un grupo de diez tontos decretan que el inteligente es el verdadero tonto y ellos son los listos, véase cualquier facultad de la universidad española donde los catedráticos decretan que el aspirante es peligroso... Es 'La conjura de los necios'.
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