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El sector de la librerías y de las editoriales en Cantabria no atraviesa un buen momento. Como otros muchos, se han visto enormemente afectados por la paralización de su actividad derivada del Estado de alarma provocado por el coronavirus, pero a ese impacto se suman ... otras circunstancias estructurales de su particular mercado que están suponiendo una merma importante en sus resultados. Además de tener que hacer frente a un entorno enormemente complejo por la evolución de la tecnología y la irrupción de gigantes como Amazon, los libreros y editores de Cantabria se enfrentan actualmente a sendas realidades que amenazan dos de sus principales líneas de negocio tradicional: por un lado, la nueva ley de contratos públicos, que les impide tener acceso a una de sus fuentes de sustento habituales, como es la venta de ejemplares a las bibliotecas públicas; por otro, y en la misma línea, el sistema de bancos de libros de texto, que también afecta directamente a otra de sus tradicionales fuentes de ingreso.
En lo que respecta a la ley de contratos y licitaciones públicas, tanto Libreros Asociados de Cantabria (LAC) como el Gremio de Editores de la región denuncian que la aplicación de esta norma ha supuesto que en la compra de libros para aumentar y actualizar los fondos de las bibliotecas públicas de la región, un nicho tradicionalmente gestionado por las librerías locales, éstas hayan perdido actualmente la opción de optar a los mismos. La causa de este cambio, que amenaza la viabilidad de muchos de esos negocios, que en Cantabria son habitualmente de pequeño tamaño, se debe a que dichos contratos, a los que pueden optar librerías tanto de Cantabria como de otras comunidades, se resuelven atendiendo primeramente al precio ofertado, en el que suelen coincidir todas dada la fuerte regulación tanto del precio de los libros como de los posibles descuentos -de hasta el 15% en caso de las bibliotecas y que se tiende a realizar por defecto. Dada esa igualdad de ofertas, los criterios para definir la adjudicación pasan a ser el número de empleados, el porcentaje de contratación de trabajadores con discapacidad y de mujeres en plantilla. Y es precisamente de esos factores de lo que surge la discriminación que no les permite tener ninguna posibilidad para hacerse con esos contratos, porque compiten contra grandes empresas del sector a nivel nacional que les superan siempre en esas cifras.
El presidente de Libreros Asociados de Cantabria, Luis Lisaso, afirma que «con el sistema anterior la elección de las librerías donde se abastecían las bibliotecas públicas se definía por criterios de proximidad, y en igualdad de condiciones se compraba en la más cercana, la del pueblo o entre las de la ciudad donde están las bibliotecas». En el nuevo contexto, denuncia, «hay una distribuidoras grandes a nivel nacional que se han especializado en este mercado o que incluso se han creado ex profeso para ello y se lo llevan todo, sin que nosotros veamos nada».
En la misma línea se expresa Jesús Herrán, presidente del Gremio de Editores de Cantabria, quien señala que «el hecho de que puntúen factores como el número de empleados o de tener empleados discapacitados echa para atrás las posibilidades de muchas empresas de Cantabria». En su caso critica que «como editores en este marco perdemos, porque una distribuidora catalana, madrileña o valenciana no va a tener nuestro fondo». Una circunstancia que se traduce en que «las bibliotecas de Cantabria y por ende sus lectores dejan de tener acceso a toda la oferta local».
Tanto Lisaso como Herrán reconocen que han planteado la problemática a la Consejería de Cultura y que sus reclamaciones han sido bien recibidas, pero albergan dudas de que la situación pueda resolverse a corto o medio plazo dado el carácter nacional de la norma, marco que restringe la capacidad de maniobra de las administraciones regionales.
Por su parte, Paz Gil, responsable de la Librería Gil, señala que una de las posibles soluciones, más allá de las ayudas puntuales que pueda recibir el sector, radica en que «las librerías dispusieran en general de un filtro propio como el Sello de Calidad», con el objetivo de que «permitiese plantear a las bibliotecas que las compras se hicieran solo a los establecimientos con ese sello en Cantabria, como una garantía tanto para el centro como sobre todo para los lectores». En su opinión, «es fundamental que se respete la cadena del libro al completo por el bien de todos».
La situación de los libreros y los editores de Cantabria no es desconocida para la Consejería de Cultura. Al respecto de esta problemática, la Directora General de Acción Cultural, Gema Agudo, señaló a este periódico que «para la adquisición de fondos para las bibliotecas, que al contrario que los libros de texto sí nos corresponde, tenemos una órdenes de ayudas por valor de 320.000 euros para la compra de libros, tanto para la Biblioteca Central como otra parte para las bibliotecas municipales». En ese sentido, Agudo aseguró que «desde la Biblioteca Central ya se ha estado adquiriendo libros y ahora se va a realizar otra adquisición. En este caso se adquiere habitualmente a todas las librerías de Santander, repartiéndolo entre ellas y abriéndolo a aquellas a las que les interese participar», señalando que desde su consejería se ha recomendado a los consistorios de la región seguir esta forma de actuar con las librerías municipales.
Gema Agudo también explicó que «El problema de todas las órdenes de subvenciones es que hasta que el Estado de Alarma no se elimine no se pueden publicar, pero ahora va a salir un Real Decreto que especifica que si son motivos de urgencia ya se pueden gestionar. Una vez que salga la convocatoria ya se podrán adquirir libros, y nuestra idea es hacer otra adquisición fuerte de manera inminente». Sobre la normativa nacional, afirmó que «desde la Administración regional podemos hacer poco porque es algo que nos vienen definido».
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