Paz Gil
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«No está en ningún mapa. Los lugares verdaderos nunca lo están», escribió Herman Melville, autor de 'Moby Dick', uno de los libros favoritos de Paz Gil. Para ella, la verdad tiene forma de página habitada por palabras. Miles han pasado por sus manos y ... han poblado nuevas vidas, al cruzar las puertas de la Librería Gil. Por «ser una librería ejemplar en una ciudad de tamaño medio, que no deja de programar actividades relacionadas con la lectura y los libros en el entorno geográfico en el que se inserta», el negocio familiar ha recibido el Premio 'Boixareu Ginesta al librero del año', que los hermanos Gil recogerán mañana en Barcelona. Y tienen claro lo que harán cuando regresen a Santander: montar una fiesta.
-¿Con quién van a celebrarlo?
-Con todos vosotros. Con toda la gente que ha ganado el premio, que no somos solo los que trabajamos en la librería. Lo compartimos con los clientes y amigos, los lectores que nos han hecho llegar hasta aquí y que son parte importante de conseguir este premio.
-Clientes y amigos son dos palabras que suelen aparecer unidas en su vocabulario.
-Porque ya son muchos años. Incluso alguien que pasea por la librería, que puede no ser cliente pero participa en las actividades, viene a las presentaciones o nos ayuda a seleccionar libros, a buscar nuevas editoriales, toda esa gente son amigos y suelen ser grandes lectores.
-¿Sienten que desde este espacio contribuyen a tejer vínculos de ida y vuelta?
-Para los que trabajamos en la librería, lo más importante es, no ya el contacto o la transmisión de conocimiento a través de las lecturas o las conversaciones, sino poder participar con otros agentes culturales. Nosotros no nos consideramos como tal; es otra profesión, otro oficio y dejarles el espacio, haber apoyado económicamente proyectos o estar en contacto, es una de las partes más importantes de la librería. Lo mejor que hemos podido aportar. Hemos conocido y nos han conocido y aparecemos como un apoyo. Participamos y eso es lo más importante.
-Una librería es la entrada a un lugar que quizá se presupone silencioso, pero en Gil se habla mucho.
-(Ríe) Sí, la verdad es que hablamos mucho entre nosotras, hablamos con los clientes y amigos y sí, se habla mucho, mucho. De hecho, muchas veces no tenemos puesta la música porque hay un sonido muy conocido. El «Hola, te recomiendo...». Venís personas a contarnos lo que habeis hecho y visto en otros lugares. Y en la parte de abajo, los niños son una sección de mucho ruido. Está bien.
-Acudir a Gil y llevarse uno de los libros, también es establecer un diálogo
-Sí, es la mejor forma. Desde preguntar qué puedes leer hasta pedir una recomendación para regalar. Ese rato en el que hablas de los libros que ha leído esa persona, de explicar lo que buscas, conlleva un diálogo más largo del que salen muchas ideas.
-Cuentan con miles de referencias, algunas, escogidas, con el cartel de recomendado. ¿Qué significa?
-A veces no lo ponemos porque quizá nos ha gustado mucho, pero antes de recomendarlo tenemos que hablar de él. Hay libros que no se pueden recomendar a la ligera, porque la gente lo ve y se los lleva sin preguntarnos. Tiene la garantía de que lo hemos leído uno de nosotros o alguien muy cercano a la librería en quien confiamos. Tenemos un problema serio porque, de repente, vemos un libro que nos gusta muchísimo y al volver del fin de semana, se lo pasamos a otros compañeros para que lo lean también y, al final, en lugar de leer cosas distintas, solemos leer lo mismo. Disfrutamos muchísimo y esa es una doble garantía para la gente que llega, lo ve, lo coge, se lo lleva y sabe que es algo seguro.
-¿Es un sector con muchas preocupaciones acumuladas?
-Siempre ha sido un sector en crisis que ha tenido grandes enemigos. Un sector precario; tienes muchísimos libros, el margen comercial es muy bajo, el esfuerzo muy grande. Se publican miles de títulos semanalmente, tienes que hacer una selección muy cuidada, para adecuarla a un espacio limitado.
-¿Y cómo ha evolucionado?
-Hoy por hoy, uno de los problemas que tenemos, que está descrito desde el año 65, cuando se empieza a hablar de las librerías como un espacio a mantener y su importancia en el tejido cultural y comercial, es el intrusismo. Editoriales que venden directamente a los colegios, a las bibliotecas, y eso nos hace muchísimo daño. Ha conseguido que muchas librerías tengan que cerrar. Y eso es malo para una ciudad. Una lugar como Santander, que tenga tan pocas librerías, es algo malo en cuanto a la ciudadanía. Una ciudadanía lectora tiene criterio, una forma de ver la ciudad, de cuidarla y respetar a los demás.
-¿Qué otros problemas encuentran?
-Que la gente prefiera comprar a través de las plataformas. Mucha gente que se descargaba los libros ha descubierto que le faltaba algo; alguien que les ayudara a seleccionar. Hemos recuperado muchísimos clientes. Personas a las que les habían regalado un ebook y han vuelto, porque no necesitan la facilidad de tener cinco mil libros en el dispositivo, sino comentar, recibir orientación, encontrar un club de lectura... El lector ha vuelto al papel.
-¿Quién más participa en esa ruta que termina en el lector?
-La cadena del libro no es el escritor y el librero. Tiene muchísimos pasos. Es imprescindible un buen editor que sepa leerte el libro y entienda qué tipo de formato tiene que tener. Es importantísimo, un corrector, un diseñador. Hay un montón de personas en medio que hay que respetar.
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-¿Qué es para usted un libro?
-Es un objeto maravilloso, que puedes tocar, oler, aunque eso no lo he entendido nunca muy bien, pero mirarlo y... todo lo que sacas de él. Todo ese conocimiento, esas palabras, esas vivencias e historias. Cada libro es un mundo. Y que lo puedas regalar, vender, es maravilloso. Un libro es lo mejor que te puede pasar en la vida. Leer, releer, contarlo. Eso es un libro.
-Hay un elemento simbólico en esta librería; la foto de su madre.
-Es una foto muy especial. La hizo mi padre, en un verano en la Virgen del Mar. Creo que está guapísima, muy moderna, leyendo 'La ciudadela'. A mi madre la recuerdo siempre leyendo. No me extraña que mi padre la apoyase tanto para que abriese una librería. Tenía cinco hijos y a todos nos inculcó ese vicio. Para mí es muy especial esa fotografía. La tenía en un álbum y ponerla ahí tiene un sentido. Invitar a la gente a subir las escaleras y encontrarse con ese espacio. Cuando estuvo Jon Fosse, fue increíble que al llegar al final de la escalera dijo ¡wow! Yo subo todos los días esa escalera. Todos en Santander pueden haber subido esa escalera. Estoy muy orgullosa de entre todos, haber hecho una librería que la gente de fuera admira.
-¿Trabajar en una librería supone tener oportunidad de leer mucho o ser consciente de que queda mucho más pendiente?
-El problema mayor de un librero es la ansiedad; abrir la caja de novedades y pensar ¿ahora qué leo? Al final vas seleccionando, repartiendo. Todo el mundo dice que monta una librería porque le gusta mucho leer, pero al final, el tiempo que te queda para eso es muy poco. ¡Te crea ansiedad no poder leer todo!
En el Museu Nacional d'Art de Catalunya (MNAC), donde se entregan los Premios Liber 2024, los hermanos Gil recogerán mañana el galardón 'Boixareu Ginesta al librero del año'. La 42ª edición de Liber, Feria Internacional del Libro reúne cerca de 250 editoriales de 12 países, y a un centenar de expertos para debatir sobre las tendencias y los retos del sector. ¿Qué representa este reconocimiento para Librería Gil? «Es muy, muy importante. Boixareu Ginesta fue un librero y editor que hizo una gran labor, luchó muchísimo por el mantenimiento del precio fijo, que es fundamental para los libreros. Lo mejor que tiene es que crea diversidad. Aquí hay un montón de temas distintos, hay miles de editoriales, todos tenemos a acceso a algo que nos puede gustar. Y fue un hombre que reclamó una educación reglada de los libreros. Sería fundamental. Y no tiene por qué ser una carrera, pero quizá un doble grado de FP o similar, para ayudarnos a enfrentarnos con la realidad de lo que es una librería. Porque ahí está la gestión, está la informática, las bases de datos, cómo documentar, cómo colocar. ¿Cómo se ponen las mesas? Hay un montón de aspectos que persiguió y no logró ver. Yo tampoco lo veré, pero me gustaría que llegaran. Y también le agradezco la defensa que hacía de la cadena del libro. Tiene un par de textos que cada vez que entra alguien a trabajar en la librería, deberían ser de obligada lectura. No consiste solo en levantar la persiana cada día, hay mucha gestión y muchos temas por detrás». Desde hace casi tres décadas, esta distinción «destaca la labor de aquellos libreros y librerías que desempeñan un papel destacado en el desarrollo y fomento de la lectura y que contribuyen con su trabajo a la consolidación de la cadena del libro». La permanencia de las cosas bien hechas es algo que detaca Gil, pero «el valor más importante está en que alguien lo lea, que es cuando lo conviertes en literatura».
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