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miguel lorenci
Domingo, 9 de octubre 2016, 18:20
A pecho descubierto y contra mí mismo. Mostrando mis llagas, errores y pecados con plena desnudez». Así ha escrito Juan Manuel de Prada (Baracaldo, 1970) su última novela. Mirlo blanco, cisne negro (Espasa) es una sátira feroz del mundo literario y editorial. También una ... dolorosa y desesperanzada reflexión sobre el menguante papel del escritor, «al borde de la irrelevancia».
«Soy un apestado dice, expulsado de muchos ámbitos literarios» y «muy denostado, gracias a Dios». Es quien sale peor parado de esta inmisericorde novela. «Me fustigo con ganas. Me golpeo y me escupo, pero no busco conmiseración ni exculparme» dice. De Prada presentará su novela en Santander el próximo día 24, en el Aula de Cultura de El Diario Montañés, en su sede del Ateneo.
El escritor asume su condición de «maldito» ahora cabreado. Muestra sus caras de Jeckyll y de Hyde para explicarse a sí mismo y al lector a través de sus protagonistas: el joven y prometedor escritor Alejando Ballesteros, que irrumpe en un mundo plagado de fieras, y el veterano y resentido Octavio Saldaña, con rasgos de Cela y Umbral, que ha conocido la hiel y tiene un sinfín de cuentas pendientes con mercaderes y estafadores. «Mi experiencia es la base de los personajes, como las relaciones con mi propia vocación admite pero todo se mezcla con ficciones».
«Quisieron que fuera un mirlo blanco, y casi lo fui hasta que gané el Planeta. Pero tras una grave quiebra personal, pude llegar a ser un cisne negro, el escritor escarmentado, magullado, con el alma anegada en alquitrán. Pero uno y otro son proyecciones en la novela», explica De Prada dando las claves del título.
«El joven apuesta por el éxito y traiciona su vocación y el veterano lo desdeña y se enturbia de amargura y rencor; acaba convertido en un maldito que genera inquina, en un ser monstruoso». «He tratado de exorcizar ambas tentaciones, la de sucumbir a los cantos de sirena del éxito y la de la amargura del resentimiento, el odio y la misantropía», añade.
Sacude a tirios y troyanos, a «nocilleros», editores «de bazofia», agentes y críticos «eunucos». Reflexiona sobre el hoy «irrelevante» papel del escritor y no oculta su desencanto.
«Al un joven escritor le diría hoy que no se traicione, que no se entregue a los mercaderes. Que se busque otro medio de vida, sea oficinista, profesor o barrendero. Si no, le tocará lamer el culo a su mecenas, sea un banco o un empresario como Amancio Ortega». «El sueño del escritor que no depende de nadie es muy reciente y se ha acabado», diagnostica.
Lo dice un ganador del Planeta y otros apetitosos galardones comerciales que publica con regularidad pero que se tiene por «un apestado en muchos ámbitos literarios». «He sido expulsado a las tinieblas exteriores de ese mundo por no amoldarme, pero me han salvado mis lectores. Sobrevivo gracias a ellos en el extrarradio de los políticamente admitido, en el arrabal del discurso normativo», explica.
No se arrepiente de ganar el Planeta, «pero sí de haberlo hecho con mi peor novela», dice evocando La Tempestad, «de la que me burlo de manera sangrante en la novela».
«No encaja en mi bibliografía. Traté de buscar un fórmula de éxito por una vez en mi vida y ahora lo veo con cierto fastidio», admite. «Sólo despotrican de los premios quienes no los ganan, pero sé que hoy no lo ganaría. Soy un escritor demasiado molesto, muy denostado gracias a Dios, y lo gané cuando no estaba estigmatizado. Me ayudó a convertirme en escritor profesional que era mi sueño y hoy parece una pesadilla. Ser escritor es quimérico y doloroso», sostiene.
Zurra con ganas a las editoriales «que degradan el espíritu del lector en su búsqueda obcecada del éxito comercial, que no condeno». «Si no formas al lector y solo le ofreces basura, lo matas. No tienes futuro. Los manuales de autoayuda y los libros de tercera son pan para hoy y hambre para mañana», vaticina.
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