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gerardo elorriaga
Lunes, 20 de febrero 2017, 07:43
Manuel Mena era una figura legendaria, pero también un recuerdo lacerante para Javier Cercas (Ibahernando, 1962). El escritor, que había renegado de este héroe familiar, combatiente falangista durante la Guerra Civil, le ha dedicado su nuevo libro que recoge la investigación sobre su vida y ... muerte. Quince años después de 'Soldados de Salamina', regresa a aquel periodo traumático de la historia española con el retrato de un individuo que luchó en el otro bando. No quería escribir la novela que ahora entrega a sus lectores. Pero 'El monarca de las sombras' (Literatura Random House) se le impuso. Es un libro «belicosamente antibelicista» que le rondaba desde que tiene «uso de razón». Vuelve con él a la Guerra Civil, al territorio de Soldados de Salamina, y se enfrenta al «terrible y vergonzoso» pasado franquista de su familia. A una historia dolorosa que su entorno «trató de ocultar y edulcorar». Ponerla negro sobre blanco le ha permitido plantar cara a sus demonios, vencerlos y liberarse de su terrible peso.
¿Manuel Mena es el antagonista de Miralles, el soldado republicano que protagoniza Soldados de Salamina?
No lo sé, luchaban en bandos opuestos y es indudable el diálogo entre las dos novelas. Digamos que el protagonista de la anterior era viejo, estaba olvidado en un asilo francés y nadie le había dado las gracias por toda su lucha a favor de la República. En la obra se reivindicaba porque la razón moral y política estaban de su lado, defendía a la democracia atacada por un golpe de Estado que provocó una guerra y una dictadura posterior. Mena es un hombre sin razón política, un chaval de 17 años cuando se alistó por una causa equivocada, pero no lo tengo claro en el aspecto moral. Carezco de razones para pensar que no era un tipo decente. También entre los republicanos hubo gente que cometió barbaridades, que asesinaba a mansalva curas y monjas. En el lado político equivocado se apuntó gente de buena fe y pudo ser uno de ellos, es imposible juzgar. Creo que Miralles y él son contrafiguras.
¿Ha cambiado su relación con el alférez, tío paterno de su madre, y al que profesaba un visceral rechazo?
Siempre ocurre eso. Un libro tiene que cambiarte la visión del mundo. Expongo el proceso, que es tan importante como la propia historia. Cuando descubro que este chico también se topa con el horror, me di cuenta de que el personaje era más complejo, que se fue entusiasmado, pero que halló la decepción, que supo que se había equivocado, que no quería volver al frente. Pensó que la guerra era algo noble, como la que pintó Velázquez, y se encontró con el espanto de Goya. No murió por la patria, sino por un puñado de hijos de puta que envenenaba el cerebro de los niños y los enviaban al matadero. Siempre hay un poeta detrás de un genocidio y aquí está la responsabilidad indirecta de Rafael Sánchez Mazas.
Se cumple el décimo aniversario de la Ley de Memoria Histórica, de desarrollo tan polémico. ¿Existe una voluntad de olvidar el pasado?
Vivimos en una etapa paradójica. Se ha sacralizado la memoria, pero hay que ser crítico con ella porque es individual y rebelde. El poder tiene la pretensión de manipularla y también asistimos a lo contrario, a olvidarlo todo con rapidez. Es la dictadura del presente, favorecida por el poder omnímodo de los mass media. Para ellos, lo que pasó ayer es historia y, hace una semana, la prehistoria. El pasado es una parte del presente, sin él, estaría mutilado. Mis libros son una especie de ataque contra esa dictadura y la única forma de hacer algo útil con el futuro es tener siempre presente el pasado. La Transición transcurrió razonablemente bien porque todo el mundo, desde Carrillo a Suarez, tenía presente el peor pasado y cuando hablaban de pacto de olvido se referían a no usarlo como arma política. En cambio, hoy repetimos los errores de los años 30, con una crisis económica brutal, escuchamos los discursos épicos y sentimentales que llevan a los Manuel Mena al matadero.
¿Es preciso un pacto contra el franquismo?
Se precisa alcanzar un mínimo denominador común histórico. Los alemanes están de acuerdo que el nazismo es un error y el Estado alemán se funda en la asunción de ese error. El Partido Popular no ha condenado el franquismo como todos los políticos han condenado a ETA taxativamente. Debemos llegar a un acuerdo sobre nuestro pasado y el debate debe estar en la sociedad. Yo tuve una polémica con José Ignacio Wert, exministro de Cultura, cuando aseguraba que en 1936 la situación era insostenible y el golpe, inevitable.
Esa opinión se halla muy extendida.
Cuarenta años de propaganda no pasan en balde. Yo le dije que, según ese argumento, también Tejero tenía razón porque en 1981 había montones de muertos provocados por ETA y la ultraderecha, además de una crisis brutal.
Un sector de la sociedad también reivindica el franquismo y sus logros.
El problema no es lo que los reivindican, sino los que no lo condenan, algo tan necesario. Javier Pradera dijo que la Guerra Civil se tarda un siglo en digerir, sólo cuando no hay recuerdos directos porque hablamos de algo traumático, tan brutal. El poder siempre quiere apoderarse del pasado porque es una manera de controlar el futuro y el ciudadano debe permanecer en guardia. La salud de una sociedad se fundamenta en esa actitud.
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