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Rodrigo Fresán (Buenos Aires, 1963) entra en La Magdalena con un libro bajo el brazo -'Mrs. Osmond', de Jonh Banville, un autor al que admira ... profundamente-y con la sensación de que el palacio se parece bastante al Manderley de Hitchcock. Quizá, bromea Fresán, se disfrace de Mrs. Danvers para cometer las mismas locuras que aquella siniestra ama de llaves. También llega Fresán a Santander, donde este martes protagonizó el primer 'Martes literario' de agosto, con una americana de paño, unas marcadas gafas de pasta negra y el deseo de que 'La parte recordada', la novela que cerraría la trilogía que ahora le ocupa, pueda publicarse en 2019. «No sé si a principios o a finales de año».
De la trilogía se conocen por ahora 'La parte inventada' y 'La parte soñada', esta última publicada en 2017. La idea de alumbrar tres libros sucesivos formando un todo no fue premeditada. Fresán fue descubriendo, a medida de reposaba de la escritura de la primera parte, «que tenía más cosas que contar sobre ese personaje y sus circunstancias». A la vez que ensanchaba 'La parte inventada' con nuevas anotaciones, fue construyendo el segundo tomo. «El resultado es una experiencia intensa e interesante como escritor».
La trilogía se apoya en tres conceptos: 'invención, sueño y memoria'. «No soy de resolver demasiado en el inicio», confiesa, «me gusta que sean otras cosas las que produzcan asociaciones automáticas. Sí me pareció interesante la idea de que en los reflejos de la invención, del sueño, del recuerdo estén, tal vez, tres de los motores o de los engranajes más importantes que pueden mover la máquina de narrar; se narra con esas tres actitudes, ecualizándolas de manera diferente. Me pareció que estaba bien hacerlo así». Y así fue como Fresán, sin esquemas prestablecidos pero con vocación de mecánico, se embarcó en esta travesía -se prevé que de 2.000 páginas- sobre los mecanismos de la creación literaria.
A las dos primeras novelas la crítica les ha atribuido varias etiquetas: metaliterarias, ejemplo de literatura posmoderna, de literatura híbrida. Fresán toma distancia: «Estoy de acuerdo con todas, aunque pueden ser aplicables a cualquier libro».
Fresán no niega ni admite las etiquetas, simplemente convive con ellas, las comprende como herramienta periodística. Además de traductor -de autores como John Cheever o Carson McCullers, entre otros-,él es periodista. Vive en Barcelona desde 1999, y durante años fue corresponsal para el periódico argentino 'Página 12'. Escribe ahora en revistas y publicaciones como 'Letras libres', donde habla sobre música pop, literatura o cine. Admite que lo literario y lo periodístico se funden en estos textos. «Me está pasando un cosa rara. Mis libros están protagonizados por un Rodrigo Fresán completamente deforme y exagerado; y mis artículos sobre España, para variar, los pongo en voz y mirada de un español llamado Rodríguez que me inventé; está todo como bastante mezclado».
Fresán dice que quiso ser escritor aún antes de saber escribir. Ofrece una posible explicación: «Cuando nací fui declarado clínicamente muerto, fue un parto difícil; [...] escribir fue como un reflejo natural, como empezar por el final y volver para contarlo».
Las lecturas de su infancia se referían, en ocasiones, a personajes que escribían o a escritores protagónicos, como el 'David Copperfield' de Dickens. Con 14 años le expulsaron del colegio; estuvo dos cursos lectivos fingiendo que iba a clase, cuando en realidad se pasaba el día en la biblioteca leyendo a los clásicos. Aquel Fresán fugitivo se autoengañaba felizmente. «Me decía: cuando termine de leer a Tolstoi les digo a mis padres la verdad», pero cuando quedaba poco para rematar a Tolstoi caía en sus manos Chejov y entonces la situación seguía demorándose.
Cortázar o García Márquez visitaron las casas de su infancia, y Fresán, que no aspiró nunca a convertirse en Superman, futbolista o bombero, acabó escribiendo. «Estoy agradecido por haber hecho realidad mi primera y más infantil vocación».
Sobre su escritura, sobre la conexión entre 'Vidas de santos' (1993) y la actual trilogía, Fresán ve un espacio común: «Intento pensar o convencerme de que cada vez lo hago algo mejor. No hago grandes distingos entre mis libros: mis libros son como las habitaciones de una casa en la que un día entré y sigo explorando. No sé si acabaré en el sótano o en el altillo, en eso estoy».
Sobre el valor de la lectura es claro: «Tengo 54 años, ya difícilmente me voy a enrolar en el barco ballenero de un capitán loco para perseguir a una ballena blanca, pero puedo vivirlo en un libro». Concluye: «Hay pocas excusas válidas para no leer».
Volviendo a 'La parte soñada', a Fresán le pasó que cuando empezó a escribir sobre el insomnio le sobrevino el insomnio. «No es estar exactamente despierto ni dormido, es otra situación, tiene lo mejor y lo peor de ambas partes. Cuando tienes insomnio se te ocurren cosas que no se te ocurren ni despierto ni dormido, algunas de ellas peligrosas. Hay que saber manejarlas, no hay que confiarse demasiado. Por eso me preocupé en aliviarme del insomnio».
Descartes o Wagner confesaron que los sueños inspiraron sus obras. ¿A Fresán le ha pasado lo mismo? Sí, con su novela 'Esperanto' (1995), «que no es exactamente producto de un sueño, pero sí que me desperté una mañana convencido de haber soñado una novela entera». Lo único que recordaba era un principio con dos hombres conversando en un velero. Se puso con ello, en una semana terminó la novela. «No me volvió a ocurrir nunca por desgracia o por suerte». La sensación que le quedó fue de «extrañeza».
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Ana del Castillo
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