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Javier Sierra (Teruel, 1971) es un apasionado contador de historias. Su mirada se detiene en los detalles, en los misterios, en los grandes interrogantes de la vida. Autor de diez obras, con 'El fuego invisible' y el mítico Santo Grial como eje de la trama, ... acaba de ganar el Premio Planeta. El jueves presenta su novela y firma ejemplares en la Librería Estvdio de Santander, dentro de los actos programados con motivo de su setenta aniversario (19.30 horas).
-Viene a Santander para presentar su novela y participar en el setenta aniversario de la Librería Estvdio. Setenta años son todo un reto ¿no cree?
-Las librerías son negocios que han pasado por fases muy heroicas y nunca ha sido fácil sobrevivir vendiendo libros. Las librerías, inmersas en un proceso de transformación, son uno de los pasos más importantes para la cultura. Sin embargo, las instituciones públicas, por cuestiones presupuestarias, han abandonado el apoyo a la cultura. Y, ahora, esa responsabilidad recae en las librerías, que se han convertido en dinamizadoras de poblaciones medianas y pequeñas. Es una gran responsabilidad y una gran oportunidad para ellas. Me encanta que celebre su 70 aniversario con actividades culturales. Esa es la tabla de salvación de este negocio.
-¿El Premio Planeta le ha cambiado la vida?
-Mi vida ya era muy agitada y no ha cambiado mucho. Soy un autor que me considero muy afortunado porque los lectores siempre me han respaldado. Me ha servicio para recibir una inyección de apoyo. El Planeta es el premio literario más importante de este país y mi novela está con pleno derecho dentro de la tradición literaria en lengua española. Y siento un indisimulado orgullo por formar parte de la nómina de autores más importantes en la historia de las letras.
-¿Cómo surgió 'El fuego invisible', dónde comenzó todo?
-La novela es una cuenta pendiente. En 2004 publiqué 'La cena secreta', que analiza el fresco de Leonardo Da Vinci 'La última cena' y detecté que se había olvidado, entre comillas, de pintar el Grial. Se convirtió en un asunto pendiente y comencé a estudiar la tradición griálica. Construí una idea novedosa sobre esa reliquia. No me aproximo al mito del Grial, sino que voy al origen de la palabra Grial. Nadie utilizó este término hasta el año 1180. Se puede decir que el Grial se lo inventó el poeta francés Chrétien de Troyes en un cuento inconcluso en el que solo dijo que tenía forma de cuenco y podía irradiar una luz tan potente que podía eclipsar la del sol. Sesenta años antes de esta historia, este objeto se estaba pintando en las iglesias románicas de Los Pirineos. A partir de esos dos elementos descubrí una historia. Y conecté la novela con el origen de las palabras y las ideas. Quizás es mi novela más filosófica porque intento desvelar el origen de dónde vienen las grandes ideas.
-¿Y de dónde vienen? ¿Qué ha descubierto?
-He acudido a los personajes que han tenido grandes ideas en la historia. Y todos dicen que es una idea que viene desde fuera, como si alguien o algo se la hubiera citado.
-¿Esta novela es una obra de entretenimiento?
-No creo que la literatura se inventara para entretener, sino que se inventó para tratar de responder a las grandes preguntas que la razón es incapaz de encontrar respuesta. Mi novela es ágil y entretenida, pero detrás hay una gran pregunta filosófica. El lector encontrará esas dos energías: pasar el rato y le inyectará algunas preguntas interesantes. También propone una aventura que no se detiene en la última página del libro. Despierta la curiosidad.
-¿Habrá una segunda parte?
-No creo. Es una novela que se cierra en sí misma. Puedo trasladar a los protagonistas a otra peripecia, pero no soy autor de sagas, prefiero que las novelas tengan un sentido en sí mismas.
-¿Cuándo empezó a escribir?
-El impulso lo tengo desde muy niño. Nací en una capital de provincia pequeña, Teruel, donde había pocas opciones de entretenimiento más allá de la biblioteca pública. Leí mucho y desarrollé mucho la imaginación y empecé a escribir relatos y cuentos. Me convertí en narrador en la radio con 12 años y descubrí el placer de encontrar una historia y compartirla con los demás.
-¿Qué aprendió de la literatura?
-Me ha enseñado mucha empatía, a ponerme en la piel de personajes que nunca hubiera imaginado y conocer el alma de las personas. Esa es la gran enseñanza de un buen libro: hacerte vivir esas vidas que de otra manera es imposible.
-¿Qué proyectos tiene ahora entre manos?
-Mi principal proyecto es sobrevivir al año que tengo por delante. Ya llevo tiempo tomando notas para otras novelas. Hay una que me ronda mucho la cabeza y que tiene que ver con la carrera espacial. Ese momento en el que la especie humana se enfrentó a lo desconocido.
-¿Cómo es su proceso creativo?
-Pasa por muchas fases. La primera es la curiosidad. Todo lo que va más allá de lo evidente, cotidiano y racional me atrapa. Después pongo el foco en la cuestión que quiero desarrollar y entro en la fase de estudio. En tercer lugar creo los personajes a partir de gente que me rodea y me resulta interesante y después llega la construcción literaria.
-¿Cuál cree que es el secreto de su éxito?
-Todas mis novelas suelen tratar esos puntos de intersección entre lo conocido y lo desconocido. Me gusta abordar temas que están a camino entre lo divino y lo humano, lo blanco y lo negro, lo racional y lo irracional. Los cruces de camino siempre han sido lo más interesante para el ser humano.
-¿Un escritor se jubila?
-No se jubila nunca. Eso es una perversión. Por eso me preocupa lo que pasa en este país. Cuando un escritor llega a los 65 años y obtiene la pensión de jubilación por la que ha cotizado, el Estado le penaliza si gracias a su proceso creativo gana más de 9.000 euros al año. Este asunto habría que revisarlo. Estoy a favor de la plataforma 'Seguir creando' que defiende que el talento no muere nunca, sino que mejora con la edad. Jubilar a un escritor es perder riqueza intelectual en un país como éste que tanto lo necesita.
-Terminemos con una reflexión sobre el mundo de la cultura.
-Hay dos mundos de la cultura, el que hace arte y el practica el artificio. El que se entrega a la creación en estado supremo y el que solo busca entretenimiento o rédito económico. Hay que separar esos mundo, aunque hay más artificio que arte.
-¿Qué podemos hacer?
-Si vamos a la concreto, la cultura necesita un nuevo régimen fiscal. El creador no es creador continuo y genera una obra cada año con los mismos ingresos todos los meses. Lo que pido al Ministerio de Hacienda es que se entere de que los artistas no somos funcionarios.
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