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Valeriano García-Barredo, Premio Plaza Porticada, librero, autor y editor de decenas de publicaciones sobre Santander, es un enamorado de su ciudad. Habla de ella con pasión y se siente afortunado del legado que ha recibido de aquellas primeras personas que construyeron la ciudad. Disfruta ... releyendo la historia de Santander -«ahora que me he jubilado tengo más tiempo», dice- y de vez en cuando se fija en aquellos hechos poco conocidos y que, a su juicio, «merecen la pena».
Hace más de diez años, con la edición de 'Santander. Un viaje por las imágenes de un siglo', relató a través de fotografías la transformación que sufrió la ciudad en el siglo XX. Fue una historia sobre el crecimiento, «pero la gran transformación, cuando el incendio convirtió en cenizas todo el pasado de la ciudad construida en lo que había sido recinto amurallado, dificultaba explicar, sólo con palabras, dónde estaban los recuerdos y cómo era la ciudad». Por eso recurrió a textos y a fotografías antiguas.
Quedaba pendiente de contar el origen, los comienzos... El propio autor confiesa que como en aquella publicación de 2004, tampoco ahora ha pretendido hacer historia de los 150 primeros años de Santander: «De cómo pasó de la villa-ciudad de 1755 a la creciente y próspera ciudad de 1900», sino que apoyándose, otra vez, en textos e imágenes, ha escogido algunas de las «huellas, personas, acontecimientos, vivencias, alegrías y dolores, vida y muerte, que de modo más o menos transcendente, fijaron los cimientos del territorio urbano que nosotros disfrutamos hoy».
La historia, lo documental, la mirada, el conocimiento y una manera muy personal de ahondar en el pasado se aúnan en 'Huellas de una ciudad' que habla de señales, hitos, rastros, nombres y fechas emblemáticas. La publicación (Estvdio) plantea redescubrir huellas y legados. 'De Villa a Ciudad' hasta el capítulo que denomina 'la Farola del Cabo Mayor', el escritor edifica un itinerario de anécdotas, citas, fragmentos, fechas y lugares hasta lograr acercar otra impresión de la ciudad. Estampa voces, datos y visiones en quince capítulos sobre Rúa Mayor, el convento de San Francisco, las Alamedas, la gran terminal Cantábrica del Marqués de Comillas, los Raqueros, las Corconeras, los rellenos de Maliaño y, por supuesto la tragedia del Cabo Machichaco que tanta literatura y retratos ha generado.
Aparecen también luces y sombras, contrastes de ideas, relata. Anoche presentó su libro en el Ateneo de Santander y lo hizo hablando «no de lo que ya está escrito», sino de dos proyectos para una nueva ciudad que «nació fuera de lo que se consideraba la villa dentro de la zona amurallada».
García-Barredo relata que cuando se empieza a construir la ciudad no había espacio dentro de la muralla y se edificaron las casas del muelle en un terreno ganado al mar en un terreno próximo a la calle del Martillo. En una visita, Jovellanos dijo al ver las primeras cinco casas construidas que «no hay ni fuerza humana ni dinero para seguir con el proyecto iniciado. Estaba asombrado», indica. Y el segundo proyecto, el del Ensanche de Maliaño, fue también en un terreno ganado al mar. «Era un proyecto mayor que el del Paseo de Pereda, más ambicioso y que se hace en menos tiempo», relata el autor. «Son dos proyectos nuevos que hacen la nueva ciudad sobre el mar», explica.
Enamorado de Santander, asegura que «este libro nace de mi admiración hacia lo que es hoy la ciudad y a los hombres que la hicieron». Pese a las sombras, «eran ciudadanos apasionados e imaginativos y con una gran capacidad de trabajo». Santander, cuando se declara ciudad, tenía 2.700 habitantes. «Y un siglo después, el puerto de Santander y el de Barcelona son los dos mejores de España», indica. En la última parte del libro también cita un proyecto de puerto exterior que junto con el existente se completaba con 500 metros en la punta de Cabo Menor y 250 metros en Los Molinucos, «que habría sido el más importante de España». «Intento buscar personas que opinan, retratan gráficamente las cosas importantes de Santander y que la parte humana tenga tanta presencia como la visual», añade.
En este sentido, reconoce el trabajo de dos personas, el Padre Francisco de Rábago y Juan Fernández de Isla, que coincidieron en los primeros proyectos para crear un nuevo Santander. Menéndez Pelayo, 160 años después de su muerte, señaló la gran labor de estos dos cántabros. Y, sin embargo, «160 años después no había ninguna huella del Padre Rábago en la ciudad» y «cuando llega el reconocimiento le mandan a la zona norte de Valdecilla», lamenta. «A veces somos muy desagradecidos con la gente», apunta quien reconoce que «los nombres de las calles pretenden recordar hechos y vidas...; son una forma de recordarnos vidas, provocarnos recuerdos y enseñanzas en vez de la indiferencia y la ignorancia». Y es que, para este editor,«independientemente de que se hayan cargado media bahía, nos hemos encontrado una maravilla».
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