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La escritora Martha Asunción Alonso clausuró ayer el ciclo 'Veladas poéticas' de la UIMP. Su poesía ha merecido los premios Poesía Joven RNE (2015), el Adonáis (2012) o el Nacional de Poesía Joven (2011), además de ser la última galardonada con el Carmen Conde de ... Poesía.
–Con 'Balkánica' ha ganado el 'XXXV Premio Carmen Conde de Poesía'. ¿Qué paisajes recorre en este libro, qué tiempos, qué hitos?
–'Balkánica' tiene algo de postal a mí misma y mucho de cuaderno íntimo de viaje. Viajes, en plural. Su escritura coincide con mi época albanesa en Tirana, pero el exilio físico constituye una sola de sus sendas. Estos poemas cartografían otras rutas interiores. Por ejemplo, la cotidiana cruzada de comunicarse en una lengua imposible, tan similar a la lucha creadora con lo desconocido. O la aventura de intentar comprender a los otros, más apasionante cuanto más extranjero nos resulta el prójimo. Y, por supuesto, 'Balkánica' da cuenta de la travesía fundamental: sondear la propia diferencia, relativizarla, abrazarla; y, con mucha suerte, aprender que la riqueza reside en compartirse.
– También ha logrado los premios Poesía Joven de RNE, Adonáis… ¿Qué permiten los premios, las estancias, las becas?
–Permiten, ante todo, publicar en editoriales con mayor presencia en librerías dada su buena distribución. En el caso del micromundo poético, que un libro se consiga con relativa facilidad ayuda a que siga encontrando cómplices, es decir, lectores. Comunicando soledades, como escribiera, 'mutatis mutandis', María Zambrano. Me parece que en la escritura todo se reduce a eso: comunicar soledades.
–«Que tus antepasados hubieran de cavar túneles y segar prados verticales./ Que mis antepasados exprimiesen hectáreas de limones y hayan muerto de mina./ Cada gen de la Historia: yo celebro». Son versos de su 'Celebratio'. ¿Qué quiso celebrar con ellos?
–Ese poema esconde un brindis. ¿Tal vez todo poema lleve dentro un brindis? 'Celebratio', en concreto, canta un encuentro feliz. Es la celebración de todos de los pasos que hemos debido dar y todos los pasos que nuestros antepasados dieron a su vez, por el barro o la hierba, por la luz o la oscuridad, hasta llegar a nacernos como hoy somos. Hasta tomar la mano de quien nos acompaña en este tramo del camino. 'Celebratio', en fin, festeja la buena suerte de cruzarse y el asombro ante el milagro de habernos logrado.
–Leo en entrevistas o reseñas que es usted una «joven poeta», «una de la poetas jóvenes», «una voz joven»… ¿Le cansa esta coincidencia en señalar su juventud? ¿Hay voces viejas en la poesía?
–A los paladines masculinos de la alta cultura les conviene etiquetarnos, a las mujeres que escribimos, de eternas inexpertas. Poco importan nuestras edades, trayectorias o formaciones. Tratan, como pueden, de mantener un monopolio de siglos. Pero el edificio, lejos de sostenerse, hace tiempo que se resquebraja felizmente. Hay grietas, por suerte, que ya nunca volverán a cerrarse.
–También forma parte de algunas antologías, como 'Tenían 20 años y estaban locos' (La Bella Varsovia) o '(Tras)lúcidas' (Bartleby). ¿Se siente identificada con alguna corriente poética, con alguna forma etiquetada de mirar las cosas?
–En mi equipaje conviven voces de muy distintos márgenes y acentos. Tendrá que ver, supongo, con mis inquietudes nómadas y mi amor por el mestizaje. Mi novelista de cabecera, la guadalupeña Maryse Condé, afirma a menudo no escribir ni en francés ni en criollo, tampoco identificarse con sólo una corriente o grupo. Ella dice escribir en Maryse Condé. Y a mí me gusta pensar que, siguiendo su ejemplo, voy aprendiendo a escribir en Martha Asunción Alonso.
–¿De qué modo marca internet su obra, su conocimiento o su relación con otros poetas?
–Gracias a internet he podido intervenir en eventos al otro lado del océano, en México o Argentina, por ejemplo. La red me ha permitido asimismo descubrir a poetas capaces de arañarme el corazón a 8.000 kilómetros de distancia. Sus voces nunca me habrían llegado sin este valioso instrumento. Sin embargo, hace años que no estoy presente en ninguna red social. Leo con asiduidad publicaciones literarias digitales, colaboro en algunas, utilizo mucho el email y Skype, pero no siento la necesidad de exponerme más mediante otras herramientas.
–Hace poco, en una entrevista en 'El Diario Montañés', Ben Clark declaraba: «Los poetas deben ser de su tiempo. Parte del trabajo de un poeta consiste en hacer una lectura de sus contemporáneos, de sus amigos, para extraer una serie de poemas que nos ayuden a comprender mejor quiénes somos y cuáles son nuestras emociones». ¿Coincide con él?
–Es, desde luego, una acertada y hermosa reflexión. Como el peculiar ambiente del mundial aún se respira en el aire, añadiré una imagen que quizás pueda gustarle a Ben Clark: mirar alrededor es al poeta lo que el entrenamiento al futbolista.
–Escribe en 'Wendy' (Pre-Textos, 2015): «No sé de dónde salgo. En mi familia/ no hay poetas/ malos». ¿Es esta una forma de reivindicar a las voces inocentes, las que quizá sin saberlo pueden señalar la poesía en la realidad?
–Sí. Como todo 'Wendy', esos versos aspiran a visibilizar una alta genealogía de mujeres sabias. Mujeres que, citando al escritor haitiano Dany Laferrière, «no se bañan en el río de la Historia». Esos versos quieren nombrarme hija agradecida, ser reparación y homenaje. Los escribí como recogiendo flores para regalarles a todas esas manos, mayormente femeninas, que nos enseñaron cosas que ellas mismas no creían saber.
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