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A igual que sucede con fotos, escenarios o pantallas dentro de la película, «los espejos en el cine buscan un espectador reflexivo que vaya más allá de la historia y se plantee la propia enunciación, los niveles de realidad o las ambigüedades de los personajes». El comillano José Luis Sánchez Noriega, catedrático de Teoría e Historia del Cine en la Universidad Complutense, crítico y divulgador, articulista colaborador de El Diario, publica estos días su nuevo estudio bajo el epígrafe 'La pantalla plateada. Ensayo sobre los espejos en el cine'.
En la ficción cinematográfica, el personaje ante el espejo mira dentro de sí, se pregunta por la inquietante imagen especular e indaga en el «otro yo», un doble por descubrir. «Engañosos laberintos reflectantes sobre lo real o espejos rotos que anuncian desgracias, todos tienen un valor metafórico que alcanza su máxima expresión en la frontera de acceso al atractivo 'otro lado del espejo' explorado por Orfeo y Alicia», subraya el estudioso cántabro. Lo expresaba Carl Demaille, en 'Le miroir au cinema', cita recogida por el propio Noriega en su libro que Eolas Ediciones ha publicado de forma cuidadosa y elegante: «En el cruce del espejo, y con él en el cruce de la pantalla, cristaliza entonces el deseo del espectador por ese mundo imaginario, el mundo de sus fantasías, que él atisbaba y al que ahora puede acceder».
Pantallas, ventanas y espejos; la verdad e impostura del duplicado; narcisos y voyeristas: el deseo de ver(se); camerinos, escenarios, platós; el doble; el rostro interior, retrato del alma; monólogos y fantasmas; espejos rotos, caleidoscopios y laberintos; y virtuosismos, el juguete visual son algunos de los territorios en los que se refleja la escritura de Sánchez Noriega, artífice el pasado verano de un foro en la UIMP en homenaje a Mario Camus, entre otras iniciativas y publicaciones individuales y colectivas que han visto la luz de su mano en los últimos años.
A su juicio, la presencia de espejos en el cine «conlleva significaciones específicas que se suman a los simbolismos ancestrales presentes en la mitología, las religiones precristianas, la literatura, las artes plásticas o tradiciones populares donde los objetos reflectantes, además, poseen poderes mágicos, sirven para conjuros o devienen umbrales de acceso a otro mundo».
Un espejo en el plató es una dificultad para la cámara, que ha de buscar el ángulo preciso para no verse reflejada; al mismo tiempo, «amplía el espacio dramático y, sobre todo, las imágenes especulares duplican a los personajes que adquieren, así, mayor complejidad, pues llevan al espectador a reflexionar sobre su interioridad, dilemas morales, recuerdos y traumas, sentimientos y otros procesos psicológicos». El rostro y el cuerpo duplicado en el cristal invitan a la complacencia narcisista y su contemplación puede llegar al estímulo erótico. Esa imagen especular permite la distancia necesaria para la toma de decisiones o el refuerzo de la autoestima; la duplicación catóptrica (sobre la reflexión de la luz) sirve para plasmar la dualidad inherente a toda personalidad y, en ocasiones, revelar 'otro yo', hacer que emerja el yo presa de pasiones inconfesables».
En la filmografía de películas con espejos que el autor refiere en su ensayo, demuestra «la capacidad del cine para un discurso que tiene en cuenta al espectador a quien, más que contar historias, se le hacen preguntas». Por ello, dice el autor, «las superficies que nos reflejan son siempre inquietantes y lábiles: dicen tanto la verdad como sirven para la impostura, nos gratifican con imágenes amables o esbozan nuestro lado oscuro». En realidad, el espejo dentro de la película repite la misma estructura del espectador ante la pantalla; «aunque este nunca se vea en ella, en buena medida adivina reflejados sus deseos, pasiones, incertidumbres y convicciones… de diverso signo».
Son notables las películas con secuencias donde el espejo sirve para el reconocimiento y aceptación del cuerpo de la mujer de cualquier edad, con la crítica implícita a una sociedad patriarcal que lo ha negado o cosificado.
En los relatos más decantados hacia la fábula, «los espejos poseen poderes extraordinarios para viajar en el espacio o en el tiempo, omiten la imagen de quien carece de alma, preludian sucesos o crean metáforas con valor moral».
En películas sobre la danza y el mundo del espectáculo la presencia de los espejos es natural y no requiere justificación, pero en ellas «se hace hincapié en la dualidad de persona/personaje o realidad/representación al explicitar la condición de ficción del propio filme».
Sánchez Noriega (Comillas, 1957) ha sembrado su trayectoria docente, divulgativa y estudiosa con una treintena de libros, entre los que destacan 'Icíar Bollaín', 'Universo Almodóvar: estética de la pasión en un cineasta posmoderno' y 'Diccionario temático del cine', entre los más recientes, pero muchos otros como 'Obras maestras del cine negro', 'Mario Camus ' y el manual 'Historia del Cine. Teorías, estéticas, géneros (2018, 3ª edición.), vigente en muchas universidades como libro de referencia.
En su último ensayo el escritor de cine muta en pensador cuando asegura que «los espejos delimitan nuestro fin del mundo, la frontera que da acceso a otras realidades o a otros tiempos».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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