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Una mañana de febrero de 1942, en Petrópolis (Brasil), un matrimonio aparece muerto sobre la cama. Para ambos se ha acabado la fiesta. El hombre viste corbata bien anudada y camisa abotonada hasta el cuello con una mancha de sudor en el pecho. La mujer ... reposa la cabeza sobre su hombro. Las manos de ambos están entrelazadas. ¿Fue el último acto de amor de Stefan Zweig y su esposa, Lotte Altmann, o el desatino de un depresivo recalcitrante? Para Alberto Gordo, traductor de toda la narrativa breve de Stefan Zweig, no cabe ninguna duda de que Aklmann sentía «veneración» por su esposo.
Esta historia sale a relucir cada vez que se habla de Stefan Zweig. Este lunes volvió a ocurrir con motivo de la presentación de 'Cuentos completos', publicado por Páginas de Espuma, una obra que reúne los relatos del escritor judío, un hombre que cultivó con notable acierto el género de la 'nouvelle'. «Todo clásico necesita una traducción contemporánea. Algunas ediciones vigentes en las librerías empiezan a tener 30 años», asegura Juan Casamayor, editor de Páginas de Espuma.
Muchos años antes, el mismo hombre que está tumbado inerte en el lecho era muy distinto, no exultante pero más jovial. Es un pesimista irreductible y lo seguirá siendo toda su vida, pero solo un mes antes de la Gran Guerra, en la capital de Imperio austrohúngaro se respiraba otro clima. Una orquesta de violines tocaba un vals en Baden, cerca de Viena. Bajo el aire embalsamado de los tilos, a la hora del té, los veraneantes jugaban a la ruleta. La gente vivía confiada, las mujeres se cubrían con pamelas, mientras los críos cruzaban los puentecillos de hierro que unían los jardines a uno y otro lado del río. Nadie era consciente de lo que estaba por venir: las carnicerías de dos guerras atroces, el Tercer Reich, las cámaras de gas, el Holocausto…
Zweig, austriaco y judío, no pudo soportar la pérdida de su mundo. Para él y su esposa carecía de sentido vivir sin la savia de esa tierra devastada que había alumbrado a Wagner y Freud, a Mahler y Nietzsche, a Mann y Strauss, toda una cultura que había sido reducida a cascotes. Zweig, hombre polifacético e inquieto, viajó a EE UU para conocer a Albert Einstein, que acabó siendo su amigo, como lo serían también Joseph Roth, Thomas Mann y Hermann Hesse.
Traducir la narrativa breve de Zweig, el genio que indagó en los claroscuros de la Europa de la primera mitad del siglo XX, ha sido una labor titánica. Casamayor ha reunido todos los escritos, que suman 1.348 páginas, en un único volumen. Los relatos, de largo aliento, han sido ordenados cronológicamente.
Zweig, que escribió memorables biografías y escudriñó con perspicacia en las vidas de Erasmo de Róterdam, Magallanes, María Estuardo, María Antonieta o Balzac, fue también el autor de relatos poco conocidos en español y de joyas como 'Novela de ajedrez', 'Mendel, el de los libros', o 'Sueños olvidados'. Observador pertinaz, Zweig se adentra en el mundo oculto de sus personajes, que oscilan entre lo racional y lo irrefrenable y que se derrumban ante la embestidas de sus propias obsesiones. Bajo el influjo del psicoanálisis, el escritor buceó en lo oscuro, lo pasional, lo heroico o lo trágico, mundos en los que convive el conflicto con uno mismo y con los demás y, por lo tanto, con las raíces, las encrucijadas y el horror en que se hundió Europa en la primera mitad del siglo XX.
Precursor del sentimiento europeísta, vagó infatigable por el viejo continente, visitó la India, se exilió en Suiza y vivió en Londres, donde obtuvo el pasaporte británico cuando las leyes de pureza racial lo tildaron de «apátrida». En el periodo de entreguerras viajó a la URSS y coqueteó con el sionismo, que luego desterró de sus inquietudes.
Las 42 narraciones, con independencia de que sean cuentos o novelas cortas, ilustran los variados registros de un escritor que demostró el talento para comprimir la novela decimonónica y «realizar relatos compactos, perfectos, que conectaron con los lectores». Si en su juventud mostró algunas trazas de escritor almibarado, con la edad se fue despojando de ese sentimentalismo para destilar una prosa elegante y de fraseo largo.
«Entendía que la extensión de sus novelas, más cortas de lo habitual, era resultado de su impaciencia como lector. Le disgustaban las digresiones y la palabrería», aduce Gordo de un autor que tenía veleidades de mitómano. No por casualidad trabajaba en un escritorio que perteneció a Beethoven.
Con la llegada del nazismo, sus libros fueron prohibidos en 1936 en Alemania. Decidió abandonar Austria y afincarse en Gran Bretaña. Su historial médico está plagado de depresiones, con crisis sucesivas que le hundieron en el desaliento, mezclado todo ello con un pavor a envejecer. Ese temperamento le llevó al suicidio. En la mesita de noche de su habitación, junto a los amantes abrazados, un vaso con un trébol de cuatro hojas y restos de veneno.
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