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Su lúcido análisis en '1914' (Turner), libro monumental sobre el estallido de la I Guerra Mundial, y sus disecciones, estudios e investigaciones académicas en torno a las relaciones internacionales y la dimensión política de la historia, la consolidaron como una referencia y autoridad a la ... hora de vincular pasado y presente. La historiadora Margaret MacMillan (Toronto, 1943), exrectora de St Antony's College, en la Universidad de Oxford, y profesora emérita en la Universidad de Toronto, recala esta semana en Santander donde impartirá una conferencia abierta al público.
La especialista en la historia del Imperio Británico reflexiona sobre el devenir de los mandatarios en la época actual. La historia, cree, supone hallar señales, aunque muchas veces no nos damos cuenta de lo realmente importante ante el futuro.
La charla de la historiadora de Oxford se celebrará, finalmente, en el Aula Magna de la Escuela de Ingenieros de Caminos de la Universidad de Cantabria el próximo jueves, a partir de las seis y media de la tarde, bajo el epígrafe '1919: los negociadores de la paz. Personalidades y claves políticas en la Conferencia de París'. Una cita abordada con la colaboración conjunta del vicerrectorado de internacionalización y del de Cultura. Además la presencia de Margaret MacMillan se enmarca en el proyecto 'La razón biográfica', a cuyo frente están la historiadora María Jesús González (UC) y la biógrafa Anna Caballé (y del que es miembro la propia profesora MacMillan). Su ponencia, abierta al público, forma parte del conjunto de actividades del encuentro que el citado grupo de investigación desarrollará los días 24 y 25 en la UC. Premiada autora del libro 'Paris 1919, six months that changed the world', acaba de alumbrar un libro sobre las guerras y la condición humana.
–¿Qué nos revelan los negociadores de aquella paz? ¿Hay paralelismos entre ambos principios de siglo?
–La Conferencia de París de 1919 se produjo tras una catástrofe para Europa. Dejó a las sociedades europeas gravemente dañadas. La guerra destruyó muchas vidas; murieron nueve millones de hombres y rompió imperios: el Austrohúngaro desapareció; el Imperio Ruso colapsó con la guerra y la revolución rusa; el Imperio Otomano colapsaría en los meses siguientes a la guerra. Así que hubo el tiempo de revolución, el tiempo de cambio, de duelo, de sentimiento de pérdida, pero había también algo de esperanza, de que tal vez se podría llegar a un mundo mejor y de que todas esas vidas y todo ese daño pudiera servir para crear un mundo de paz. La gente que se reunió en París tuvo muchos problemas que abordar. Tuvieron que decidir qué hacer con las naciones derrotadas, particularmente Alemania, trazar nuevas fronteras, alimentar a amplias partes de Europa, y esperaban construir una nueva institución, la Liga de Naciones, que haría la guerra obsoleta, fuera de la ley, proscrita. Tuvieron un trabajo enorme y no hicieron una paz perfecta, pero no creo que nadie la hubiera podido hacer.
–¿Un siglo después puede decirse que quienes ostentan el poder hoy son más mediocres como líderes?
–Tenemos peores líderes hoy. Hay muy pocos que sean excepcionales. Los hay muy poderosos como Putin en Rusia, como Xi Jinping en China o como el presidente Trump en Estados Unidos, pero no son necesariamente buenos líderes y tenemos problemas, no como hace un siglo, pero sí de populismo, de nacionalismos, que ya existían en 1919. Y una ciudadanía que está preocupada, que desea un mundo mejor. Compartimos una misma sensación: la de que vivimos en un mundo inestable y cambiante.
–¿Cuál es la enseñanza en general de la Historia? ¿No estamos demasiado obsesionados con el pasado?
–Podemos ser las dos cosas, estar muy obsesionados por el pasado y seguir preocupados por viejas quejas y viejos peligros. Se ha visto lo que eso puede provocar, como sucedió en los Balcanes, en Bosnia, donde la gente recordaba hechos de siglos atrás y traducirse en algo muy peligroso. Pero, por otra parte, no debemos olvidar la Historia porque ofrece advertencias y puede dar formas de pensar sobre el presente. Así que uno necesita entenderla, pero también necesita saber cuándo es mala. A menudo los líderes populistas utilizan muy mal la Historia para persuadir a la gente de que les siga, y debemos siempre desafiar esa postura.
–¿Augura la llegada de un nuevo orden mundial, o simplemente viviremos transiciones más o menos traumáticas?
–Nos hallamos en un periodo de transición, con enormes problemas y divisiones dentro de las sociedades, por ejemplo como tienen ahora en España, o los que tenemos en Canadá, de donde yo vengo... En algunas sociedades hay un creciente distanciamiento entre los ricos y los pobres, lo cual es muy malo para las sociedades porque lleva a inestabilidad, a injusticias. Y, desde luego, enormes problemas internacionales. Migraciones masivas de gente, en parte por razones económicas, en parte políticas. Más el gran desafío del cambio climático. Así que estamos enfrentándonos a desafíos internos y también a retos mundiales. Debemos esperar que las instituciones que tenemos sobrevivan y puedan afrontar estos desafíos.
–Trump, Salvini, Putin, Johnson... ¿Es imposible un juicio serio y esperanzador con figuras sin personalidad política que todo lo centran en el populismo y el oportunismo?
–Caben verdaderas luchas en muchas sociedades entre esos líderes que juegan el papel de actores, que son muy buenos con los eslóganes, y esos otros más reflexivos que intentan explicar las cosas a la gente. Vemos esto en Estados Unidos en este momento. El debate democrático que está teniendo lugar entre los demócratas y el liderazgo a la presidencia conlleva abordar cuestiones políticas, y ello es importante. Pero tienes un presidente que tuitea. No es muy bueno explicando sus políticas, tal vez porque no tiene muchas. Pero lo interesante es que la gente se está cansando en muchos países de eslóganes y demagogos. Posiblemente estamos observando una gradual conciencia entre los electores de que necesitamos líderes y políticas que se puedan desarrollar, no solo eslóganes y lemas.
–¿Cree que el auge de la extrema derecha en Europa será creciente y aún más alarmante?
–Me parece que por el momento hay signos de que la extrema derecha está más calmada o puede estarlo en muchos países. No son buenos cuando llegan al poder, y en Italia hemos visto partidos populistas como el 5 Estrellas desarrollando una mala praxis política cuando llegaron a él. Es muy fácil criticar todo el tiempo, muy fácil decir que todo va mal con la sociedad o con el gobierno, pero cuando realmente tienes que asumir la responsabilidad, entonces a veces se hace evidente que no tienes muchas ideas. Y me parece que no debemos ser muy pesimistas sobre la extrema derecha.
–¿La falta de fe en el sistema ha llevado inevitablemente a los populismos y nacionalismos?
–Hay un número creciente de elementos que lleva al populismo. La globalización ha herido a bastante gente y están desapareciendo muchos empleos. No solo por la globalización, sino como resultado de la automatización, la robótica, la inteligencia artificial... Hay una gran sección de la sociedad que se siente abandonada y excluida, y no hemos sido muy buenos tratando eso. El populismo también está conducido por el miedo a la inmigración, aunque a veces las áreas más populistas tienen menos inmigrantes. Las sociedades cambiantes, la situación económica que sigue sin mejorar... La gran crisis de 2008 ha producido un verdadero daño. Y la gente está enfadada porque quienes la provocaron no recibieron castigo. La gente perdió sus casas pero muy pocos banqueros de esos que fueron tan crueles recibieron algún castigo. Hay diversas causas que enfadan a la gente y no hay nada de malo en estar enfadado. Es solo cuando ese enfado se moviliza de forma improductiva por líderes políticos cuando tenemos un problema.
–¿Es uno de esos ejemplos claros de que aún es posible manipular a las masas?
–Bueno, la gente tiene sus propias visiones y pensamientos. Muchos de ellos no piensan en política, así que a veces una idea arraiga y tampoco creo que, en paralelo, el debate político haya sido muy bueno. Algunas de las cosas que se han dicho por parte de quienes quieren dejar la Unión Europea no han sido lo suficientemente afrontadas y valoradas. Y lo que ahora sucede es que los votantes están hartos de todo ello. Incluso la gente que apoyó el 'remain', el quedarse en la Unión Europea, le gustaría que se acabara la discusión porque están hartos. Así que creo que decir que las masas pueden ser manipuladas no es realmente justo; las masas están hechas de individuos con visiones diferentes pero a veces los eslóganes políticos los atrapan y eso es lo que ha pasado con el 'Brexit'.
–¿Qué le parece que, tras cuarenta años de democracia, que España viva pendiente de la exhumación del dictador Franco?
–Es muy difícil. Tiendo a pensar que es un error destruir monumentos históricos o mover cuerpos. Es más bien una cuestión de caso a caso, depende de los temas, de los asuntos. Pero hacer esto creará el riesgo de producir divisiones en la sociedad española. Sé que el monumento es muy controvertido, en cualquier caso, pero sacar el cuerpo... No sé. Muy difícil. Tal vez sea el tiempo de hablar acerca de construir una sociedad española más fuerte, que mire al futuro, pero es un tema que deben decidir y arreglar los españoles.
–¿Y Cataluña?
–Soy una canadiense federalista, así que siempre he esperado que Quebec no se separe del resto de Canadá porque somos más fuertes juntos y podemos edificar una sociedad en la que las diferencias locales, regionales y lingüísticas se aglutinen y se hagan más fuertes. No creo que la independencia de Quebec o de Cataluña les haga más fuertes. Pueden tener control de su cultura y de todas las cosas que son importantes dentro de una unidad más fuerte y grande. El verdadero problema reside en que Cataluña está muy dividida. Una o dos veces he tenido a independentistas catalanes dando charlas y parecen despreciar o denegar algunos de los derechos de aquellos que hablan español y viven en Cataluña. Dicen que no son auténticos catalanes, y eso es muy peligroso. Estamos en un tiempo en el que tendríamos que pensar en lo que tenemos en común y no en lo que nos separa.
–¿En su tierra natal, el caso de Quebec, se vivieron referéndums en distintas épocas. ¿Lo considera legítimo y eficaz como mecanismo político?
–Los referéndums no me gustan. Si tienes mecanismos constitucionales y representantes elegidos tienen que cumplirse las reglas según tu Constitución y usar el Parlamento. Creo que los referéndums a veces plantean una cuestión muy directa. Por ejemplo: ¿Aprueban el matrimonio del mismo sexo o no? Supongo que sobre eso se podría hacer un referéndum, pero la mayoría de las cuestiones políticas son muy complejas. Creo que no se puede reducir a un simple sí o no, y lo que es siempre peligroso en los referéndums es quién establece las preguntas. En Quebec tuvimos un referéndum en 1995 en el que el gobierno separatista de Quebec preguntó algo así como: «¿Le da usted poder al Gobierno para negociar un nuevo acuerdo con el resto de Canadá?», lo que suena bastante poco agresivo, bastante inocente, pero de hecho lo que querían era conseguir la independencia. Pero no se lo dijeron a la gente. Creo que los referéndums pueden ser muy peligrosos. Es interesante que a la gente a la que más les ha gustado los referéndums han sido dictadores. Hitler usó referéndums, Napoleón III los usó, Franco también... Son una herramienta para dar apoyo a ciertas políticas pero no me gustan.
-Las de las mujeres, ¿es la gran revolución en curso?
-Creo que ha habido un gran cambio a lo largo de mi vida. Las mujeres ahora tienen oportunidades que yo no tuve cuando era más joven. Creo que la mayoría de las profesiones en los países desarrollados se han abierto a las mujeres, y las mujeres tienen la oportunidad de tener papel activos en la vida pública. Lo cual no quiere decir que las mujeres siempre hayan tenido las mismas ventajas que los hombres, han tenido muchas más desventajas. Y creo que necesitamos recordar que no es solo el género, es la clase. También necesitamos hacer sociedades más justas y dar oportunidades a todo el mundo. Y ciertamente se puede hacer más para ayudar a las mujeres. Pero creo que necesitamos recordar que en las sociedades desarrolladas es una cosa, pero en la mayor parte del mundo el destino de la mujer es horrible, tiene horribles desventajas. En ciertos países no van a la escuela, o las casan jóvenes, y por supuesto en ciertos países -sabemos lo que sucede en la India o China- las niñas no son deseadas. Así que creo que debemos recordar que no es lo mismo en todo el mundo para las mujeres y que queda mucho por hacer.
-¿El miedo atávico a la diferencia sigue siendo la causa de muchas decisiones contra la libertad?
-Creo que el miedo al diferente se remonta muchos años atrás en la Historia humana, cuando nos movíamos alrededor y dependíamos de los que conocíamos y sospechábamos de los que no eran como nosotros. Y sospecho que eso está arraigado muy hondo en nosotros, y creo que a menudo nos enfocamos en cosas externas a nosotros. Miramos la apariencia de la gente, miramos cómo se visten, lo que comen... Y pensamos «no son como nosotros». Pero lo que sucede cuando conoces ala gente que parece diferente es que te das cuenta de que tenemos muchas cosas en común. Mi propio país, Canadá, ha sido muy exitoso absorbiendo muchas culturas diferentes, y la gente de diferentes culturas vive o trabaja junta y de manera creciente los jóvenes se casan entre ellos, así que si vives con alguien, si trabajas con alguien, las diferencias se hacen menos importantes y te empiezas a dar cuenta de que bajo esas diferencias superficiales esa persona es un ser humano muy parecido a ti.
–¿La figura del historiador no debería formar parte siempre del Consejo de Estado de cualquier nación?
–Los historiadores pensamos que debería ser así, pero la gente no nos escucha demasiado. A veces creo que los historiadores podríamos hacer más para tomar parte en el debate público. Deberíamos escribir para la prensa, hablar en audiencias públicas, hacer la Historia más comprensible y útil para la gente. Porque la Historia te puede ayudar a entender mucho acerca de otra gente y acerca de ti mismo. A veces tienes por ejemplo a líderes políticos con un buen sentido de la Historia como Winston Churchill, y eso le ayudó a ser un mejor estadista. Los presidente Roosevelt, Truman o Eisenhower también, así que que tener un buen sentido de la Historia confiere una profundidad y una comprensión a los líderes que no tienen de ninguna otra manera. Y es peligroso cuando tienes políticos que no saben nada de Historia, como el presidente Trump, por ejemplo.
–¿La Universidad en Europa ha perdido su capacidad de influencia?
–No. Las universidades juegan un importante papel en educar a la futura élite y ayudan a establecer el debate público por la investigación que producen. No entenderíamos realmente qué está sucediendo con la inteligencia artificial o con el cambio climático, o qué está pasando con los cambios en las sociedades, sin la investigación hecha en las universidades. A veces pueden parecer muy introspectivas, y creo que hay un peligro cuando los académicos se hablan solo el uno al otro, y cuando no quieren explicar sus temas a la gente porque creo que es muy importante que todos intentemos explicar cómo esto puede ser útil para la sociedad.
–¿El 'Brexit' es sinónimo de catástrofe y convulsión?
–No lo sé. Todo el mundo con el que hablo aquí, en Reino Unido, está sencillamente horrorizado, incluso si apoyaron el 'Brexit'. Pero lo que ha sucedido con la política británica y el gobierno constitucional británico es verdaderamente preocupante. Mi propia visión, y hablo como canadiense, es que no entiendo por qué los británicos quieren dejar la Unión Europea y por qué está esa cosa falsa, esa especie de sueño que cierta gente del 'Brexit' tiene de Gran Bretaña, de que va a convertirse de nuevo en un poder mundial, y países como Canadá van a correr a abrazarles. Los canadienses tenemos diferentes intereses; nos hemos movido hacia delante y ya no vemos a los británicos como líderes. Eso de que Gran Bretaña va a volver a ser la del XIX, cuando dominaba el mundo,... no creo que eso vaya a suceder, y creo que si deja la UE va a darse cuenta de que llevará tiempo y será muy difícil volver a acuerdos económicos y comerciales, y que lo que tenían antes era probablemente mejor. Pero Europa se ha convertido para Gran Bretaña en el foco de otros resentimientos. Tendrá problemas económicos y puede que lleve a la ruptura del Reino Unido. Porque la gente en Escocia puede que esta vez decida que quieren ser independientes, es posible que Irlanda del Norte decida un día que es mejor unirse con el sur, y los galeses no van a estar muy felices...
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