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La voz de Enrique Álvarez (Villafeliz de Babia, León, 1954) se hace presente con frecuencia en las páginas de Opinión de El Diario Montañés para diseccionar el mundo y pensar sus tribulaciones desde un enfoque a contracorriente y, en ocasiones, radicalmente polémico. Católico ... sin concesiones, Álvarez es autor de obras de narrativa y ensayo como 'Hipótesis sobre Verónica' (1995), 'El trino del diablo' (2006) o 'Un Dios no del todo cruel' (2017). Su amigo Juan Manuel de Prada lo considera un «superdotado buceador de psicologías abrumadas o culpables». El escritor leonés plantea su obra como todo un desafío a esta versión de la sociedad occidental despojada de raíces y cada vez más alejada de su espíritu tradicional. La semana pasada, Álvarez impartió en el Ateneo de Santander la conferencia titulada 'La palabra atea, o cuando aludir a Dios en la Cultura se convierte en la suprema impertinencia'.
-'Dios y cultura' parece, en estos tiempos, casi un oxímoron. En el siglo pasado, muchas expresiones artísticas aún apuntaban contra la religión, discutían sus límites, pero se asumía el peso de su existencia. Hoy, se la tiene por derrotada. ¿Cree que es posible rescatar el discurso público sobre Dios?
-En el terreno filosófico, e incluso en el científico, se sigue debatiendo sobre Dios. No puede decirse que sea un problema superado, ni mucho menos, aunque la mayoría de los pensadores se proclamen agnósticos o ateos. Otra cosa es el terreno del arte y de la literatura. Ahí es donde Dios sí que está ausente y totalmente proscrito, sin posibilidad alguna de rescate hoy por hoy. Y los motivos que lo explican son dos: por un lado, la necesidad que tiene la creación artística de buscar siempre nuevos caminos, de huir de lo antiguo, un rechazo digamos meramente estético; y por otro, la evidente animadversión a la Iglesia y al cristianismo, arraigada en lo más hondo del alma de la Cultura actual.
-Sobrevive una tendencia hacia el escándalo contra las ideas religiosas como materia prima para la obra artística. ¿Es leña del árbol caído?
-Sobrevive, en efecto, e incluso medra. Se busca la provocación, e incluso la reacción de los escandalizados, y aunque se diga que ello no tiene más sentido real que el afán de notoriedad y, en definitiva, el lucro comercial, yo estoy convencido de que sólo puede nacer de esa animadversión que antes mencioné, esa odio rabioso e inextinguible.
-¿Si Dios no existe, todo está permitido también en el arte?
-Todo está permitido, excepto hablar de Dios... La frase que cita la escribió Dostoievski en 'Los Hermanos Karamázov', y casi siglo y medio después las cosas están igual, porque la profecía de Dostoievski se cumplió a rajatabla y la Humanidad no ha reaccionado en absoluto.
-El siglo XX fue el de Hitler, Stalin o la bomba atómica, pero también hubo una presencia importante de teólogos, pensadores y artistas comprometidos con un discurso espiritual y estético (Von Balthasar, Barth, Lévinas, Rosenzweig, Bergman, Dreyer...). ¿Qué ha pasado para que ya no existan aproximaciones de este tipo?
-Las tragedias del siglo XX, básicamente las dos guerras mundiales, sobrevinieron en un periodo en que el corazón de Occidente todavía era cristiano. Estoy hablando de un periodo que acaba en la séptima década de ese siglo. Entonces fue posible que grandes intelectuales, escritores y cineastas reflexionaran sobre el significado de esos grandes males y sobre el silencio de Dios. Pero a partir de los años sesenta el corazón de Occidente ha ido mutando, y ha pasado desde la incerteza o desde un agnosticismo en búsqueda de Dios a un ateísmo definitivo. Para el ateo, la indagación teológica o la pregunta sobre Dios ya no tiene sentido porque ya está resuelta. Por tanto, el arte debe dedicarse a otras cosas.
-La sociedad no ha tardado apenas en desligarse de los ropajes cristianos. ¿Quiere eso decir que el cristianismo nunca arraigó verdaderamente; que fue una fuerza de imposición más que un mensaje liberador?
-Ese desligarse de los ropajes cristianos debe reconocerse que no ha sido un proceso lento, ha costado al menos dos siglos, aunque es verdad que desde 1960 se ha acelerado mucho. En cuanto a si el cristianismo arraigó realmente o no en la sociedad, es difícil responder. Pérez Galdós escribía en 1890, cuanto el catolicismo todavía era la religión oficial de España, que los españoles en general eran muy poco cristianos y religiosos. Yo creo que los españoles somos en esto muy cambiantes. Lo expresó muy bien una vez el dramaturgo Buero Vallejo: dijo que él, igual que tantos otros hombres, creía en Dios unos ratos y dejaba de creer otros ratos, dependiendo del día y las circunstancias...
-El cristianismo ha sido también material artístico del que han surgido enormes creaciones (desde la Capilla Sixtina a Bach). Sin embargo, el bíblico no es un discurso evidente, un panteísmo o sistema que pueda deducirse de la mera contemplación del mundo. ¿El actual divorcio entre sociedad e iglesias provocará un derrumbe de la tradición cultural?
-No soy profeta, pero es seguro que, al paso que vamos, la incultura bíblica y religiosa de las nuevas generaciones hará imposible que dentro de muy pocos años la gente sepa apreciar el gran arte cristiano, que es tanto como decir las tres cuartas partes del arte occidental.
-Ni siquiera, ahora, en la pandemia -teniendo en cuenta el impacto que tuvieron acontecimientos parecidos en el pasado-, ha tenido lugar un resurgir religioso, aunque sí la reproducción de rituales laicos, como los celebrados aplausos desde las ventanas, y el apuntalamiento del liderazgo político.
-Lo ha denunciado incluso algún intelectual no creyente: la Iglesia parece haber estado poco activa en la lucha contra esta pandemia, quiere decirse, en cuanto a actos propios, como jornadas de oración, ayuno y penitencia. Pero ha habido una causa que lo explica: la Iglesia, esta Iglesia, está un poco acomplejada por lo que dicen que ocurrió en la pandemia de 1918 y en otras anteriores: que convocó aglomeraciones de gente para hacer rogativas, con el resultado de que se multiplicaron más los contagios. Digo que eso lo explica, pero no lo justifica. Los cristianos estamos obligados a rezar más que nunca, en público o en privado, hasta la extenuación, en estas situaciones. Y puede ser que no lo hayamos hecho.
-El mundo contemporáneo parece que puede oponer a cada segmento de doctrina religiosa un mensaje propio, científico y libre. Sin embargo, no puede prometer la eternidad. ¿Es el único espacio posible para la religión?
-En efecto, el único sentido del cristianismo es no perder de vista la transcendencia humana, es decir, esa supervivencia individual post mortem, o, como se decía antes, salvar el alma. Si se relega esto, si el cristianismo se limita a lo secular, a colaborar en la promoción social, la sal se va volviendo sosa y no vale para nada.
-En la charla en el Ateneo, usted recordó la figura del Diablo como «príncipe de este mundo». Consecuentemente, ¿el arte o es cristiano o es diabólico?
-No, yo nunca diría eso. ¡Menéndez Pelayo me mataría! El arte puede ser perfectamente pagano. Me gusta Brahms, me gusta Kafka, me gusta Hopper, que no eran nada cristianos. No creo que el arte deba estar necesariamente al servicio del Evangelio. Afirmar que el Diablo es el «príncipe de este mundo» no implica que el escritor deba convertir su obra en una lucha contra el diablo, aun cuando tratar sobre el tema del mal, y sobre sus máscaras, sea mi principal caballo de batalla como escritor.
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