Enrique Álvarez | Escritor
«La literatura narrativa ya casi se ha convertido en un subgénero del periodismo»
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Enrique Álvarez | Escritor
«La literatura narrativa ya casi se ha convertido en un subgénero del periodismo»Medio centenar de relatos, más de tres décadas y 600 páginas. El escritor Enrique Álvarez (1954) un leonés santanderino que ha vivido como un funambulista ... entre la literatura y los quehaceres burocráticos, ha reunido en un volumen sus vínculos, ya pasados, con el difícil arte de relatar el mundo, envolverlo en un cuento y abrir asombros para descifrarlo. Se le acabó el duende y antes de que asome otra incursión en la novela, presenta mañana en el Ateneo 'Pequeño mal' (Ediciones Tantín), título que preside este itinerario por sus Relatos completos. El narrador y articulista (colaborador de El Diario), ex jefe del servicio de Cultura del Ayuntamiento, ha publicado siete novelas pero defiende la excelencia de la ficción breve.
–¿Por qué esta edición de sus Relatos completos y por qué ahora?
–Hace ya tiempo que no escribo relatos breves, me abandonó el ángel, y entonces se me ocurrió que había llegado el momento de sellar mi aportación a ese género, que es de copiosa y de varia lección. A la vez, he tenido la suerte de que Ediciones Tantín siga en la brecha como lo que es, una empresa cultural constante y sin remilgos, de las más plausibles que hay en Cantabria.
–El trayecto abarca del inicio de los años 80 a 2015. ¿Los cuentos también tienen una edad inherente y su fecha de caducidad?
–El cuento es un género difícil que está más cerca de la poesía que de la novela. Contiene una historia, pero esa historia ha de tener también algo, o mucho, de musical, de melódico y de inefable, lo cual nos habla de inspiración. Un escritor con oficio y talento, pero sin inspiración, puede escribir una buena novela, pero no un buen cuento, por lo mismo que un poeta o un músico sin inspiración (llámalo ángel o gracia) no puede componer 'Ne me quitte pas' o 'Amor constante más allá de la muerte'.
–Como en la cita de Julien Green que encabeza su volumen, ¿sigue sin saber nada de nuestro destino?
–En efecto, sigo/seguimos sin saber nada de nuestro destino. Tememos, sospechamos, esperamos o meramente soñamos, pero saber, saber, muy poco.
–Traza una curiosa división a la hora de presentar esta compilación. ¿A qué responde? ¿Cómo define las micronovelas?
–No vamos a enredarnos en cuestiones terminológicas, porque no están claras las diferencias entre cuento, relato o narración. El término cuento parece aludir a una forma tradicional de narración, y el relato a una forma moderna, pero la distinción no nos va a llevar a ninguna parte. Yo ni siquiera he diferenciado en mi recopilación entre las fantásticas y las realistas. Es un terreno mixto y fluido. En cambio, hago un bloque aparte con las micronovelas, un término que acuñó José María Merino para hablar de esas narraciones, no necesariamente de muchas páginas, que por su estructura y complejidad temática parece apuntar a una novela, aunque no debemos pensar en esbozos de novela, no. Tienen que ser piezas muy cuajadas, plenas en sí mismas.
–¿Qué historia se esconde tras su primer relato inédito, ahora incluido en la edición?
–Se titula 'La venta' y es el primer relato que yo publiqué, en el suplemento cultural de El Diario Montañés, que coordinaba José Ramón San Juan. Fue en 1981. ¡Ah, qué tiempos aquellos en que los diarios publicaban asiduamente cuentos literarios, como hoy publican crónicas gastronómicas!
–¿Ha destruido mucho en estos años?
–No quisiera presumir de perfeccionista, pero sí, toda mi vida he des-escrito y destruido mucho más de lo que he logrado acabar.
–Tras ese 'Pequeño mal' del título, ¿se esconde el escritor católico que escudriña en lo oscuro de la condición humana?
–Decía Nietzsche que toda la filosofía alemana anterior a él no era sino teología astuta. Y algunos de los pocos lectores que tengo dicen de mis novelas que siempre hay en ellas religión astuta, oculta. Aunque eso fuera mentira, no dejaría de ser un halago. Hasta el último Nobel de literatura, Fosse, resulta que es católico. Para la literatura, como para la filosofía, es bueno ser religioso, teísta. Como dijo Heidegger (por citar a otro gran pensador alemán), «ateo es el que no piensa».
–Desde 2015, fecha de cierre de este volumen, ha vivido su jubilación, se ha casado, estuvo enfermo de covid y ha seguido leyendo y escribiendo. ¿En ese diálogo de cielo e infierno habrá una novela en ciernes?
–Más que diálogo, puede que eso sea agonía, la lucha final. La jubilación me dejó tiempo para leer y escribir más, pero yo siempre he escrito mejor cuando estaba estresado por el trabajo, el estudio o las cargas familiares. En mi caso las novelas y ficciones se van haciendo por las noches, en los inciertos y dudosos duermevelas, que quizá eran más fecundos en los años en que tenía que descornarme por el día en mis labores burocráticas.
–Oiga, lo de las clarisas cismáticas, ¿tiene un relato, no?
–Vista desde aquí parece una historia más bien vulgar. Un cura seductor y manipulador, una abadesa ambiciosa y unas monjitas cándidas. Ha habido demasiadas historias similares a lo largo de la historia. Pero es probable que ésta inspire novela a algún escritor, y hasta alguna película o serie. Pero la pregunta me interesa porque va en el sentido de algo que me preocupa desde hace mucho: la novela cada vez es menos literatura, ficción, inventiva, y más crónica, investigación, reportaje, sea histórico, sea actual. Ya casi puede decirse que la literatura narrativa se ha convertido en un subgénero del periodismo.
–¿Cómo se define como cuentista?
–Cuando yo empecé a escribir, allá por 1973, la narrativa de entonces, el experimentalismo dominante, aburría a las ovejas, incluso a las ovejas esnobs. Y yo me propuse entonces escribir cosas divertidas, la magia del buen contar. He mantenido hasta el día de hoy ese propósito. Mis relatos van por ahí: la captación pronta del interés, o del suspense. Pero quizá estoy un poco lejos de la alta poesía de los grandes cuentistas.
–¿Cómo se ve la cultura santanderina, exento de obligaciones y desempeños oficiales?
–Hay una buena oferta cultural, mejorable pero aceptable. Si cuajan por fin los grandes proyectos de infraestructuras que todos sabemos, es seguro que Santander podrá presumir justificadamente de ser una ciudad de mucho nivel en cultura. Pero es fundamental que se siembre entre los chicos, que se mejoren los contenidos en la educación, que se quite el lastre político y demagógico que la hunde. Que no ocurra, por ejemplo, esto que estamos viendo: que una consejera de Cultura quiere ofrecer una programación de verdadera calidad y le salgan cartas en los periódicos tildándola de elitista. Es de vergüenza.
–¿Es Enrique Alvarez, a su manera, un autor proscrito, oculto, marginal por vocación, o simplemente periférico?
–Creo que ni siquiera llego al rango de periférico… Pero mire usted, en España hay actualmente unos cien mil escritores y, según las últimas estadísticas, el 99,5 por ciento de ellos (¡y de ellas!) están o se sienten marginados o proscritos. Sería ridículo creer que yo pertenezco al 0,5 por ciento que no lo están. Otra cuestión es si por el volumen y peso específico de mi obra narrativa es normal que yo no figure jamás en antologías, sílabos o catálogos de escritores de España ni de Cantabria ni de León.
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