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«No sé muy bien lo que busco, pero sé que lo identifico cuando lo veo», explica la coreógrafa Luz Arcas (Málaga, 1983). No es una fórmula fija, pero ocurre que detecta ese brillo que le apetece seguir observando. Ocho personas, seis de ellas de ... Cantabria, todas mayores de 65 años, han iluminado su mirada y ensayan en los Talleres del Palacio de Festivales 'La Buena Obra'. El proyecto de la compañía La Phármaco pone en evidencia una dura reflexión sobre el lugar que ocupan los ancianos en una sociedad que los trata como a residuos, con cuerpos obsolescentes, cuerpos residuo alojados en residencias donde se les infantiliza.
Siguiendo un modelo que le interesa, el de los trípticos cristianos clásicos de Europa, Arcas ha creado su propia trilogía, 'Bekristen: tríptico de la prosperidad'. El Bosco, Brueghel, Van der Wayden o Bacon inspiran el resultado. En Santander se verá el jueves (19.30 horas) la tercera parte, 'La buena obra', incluida en el Festival 'Recordari' que dirige Mónica González Megoya (Quásar). Público e intérpretes compartirán un mismo espacio en el escenario de la Sala Argenta. Un relato en movimiento que quiere hablar «de todas esa violencia y esos conflictos oscuros de los tres momentos del alma». Juventud, madurez, vejez. En la primera, 'La domesticación', aparece la fuerza sexual descontrolada y el instinto de superación y aniquilación «sin la censura de la civilización». La segunda pieza, 'Somos la guerra' la interpreta ella misma y aborda el parto, el sudor, el dolor. En la tercera, llega la exclusión.
En la sala, pintada de negro, un momento de improvisación genera un efecto desasosegante, incómodo incluso. Sentada en una silla, Arcas observa. Una potente música electrónica obliga a moverse, desde la decrepitud, en una fiesta de cumpleaños que permite soñar con libertad dentro de los estrictos horarios del centro residencial donde se mueven los protagonistas. «Es momento de bailar fuerte», dice dirigiendo la acción. Cada uno aquello que le surja de las entrañas entre el maremagnum de volumen, luces de colores, bolsas de basura, goteros y bengalas. «Me he sentido sola -expone al terminar una de las intérpretes- Como si importaran más los objetos que las personas». Colocados en círculo, ponen en palabras las sensaciones que ha creado su cuerpo. «Es terrible», añade otra. Y real. «En esa dirección vamos todos y ahí mandaremos a gente», razona la directora malagueña. A esos márgenes que se quieren ocultar. En este mundo, entendido como espacio global «hay ciertos cuerpos que no tienen lugar y se les saca» del campo de visión. Como los puntos limpios, los lugares tóxicos, los vertederos. La ciudad y su centro, sus avenidas, sus comercios, están construidos para unos pocos, mientras que, con una población cada vez más envejecida, esos cuerpos tienen menos implicación. «No me siento moralmente con derecho de criticarlo, es más una observación y me gusta compartir lo que me genera».
Sobre el escenario sitúa lo que se quiere sacar del foco. Le da protagonismo al escombro vital que la sociedad ve como algo a evitar. «Cuando hablo de sistema, me incluyo, porque tampoco me siento inocente ni a salvo, sino hija de mi tiempo». La escucha y el diálogo se convierten en herramienta clave en lo que considera un ejercicio de «creación colectiva». Guiado por ella, pero con dinámicas grupales, de las que la creadora va rescatando elementos en cada ensayo, pues «al no ser profesionales muchas veces no son conscientes de lo que generan». Arcas se fija seria, atenta, concentrada. «Tengo un esquema de obra que trabajo sola y después es nutrido, transformado, cuestionado y a veces reventado por los cuerpos que vienen».
Ese esquema se ha representado en cuatro lugares. En cada uno ha sido diferente. En Santander aún más porque es donde más tiempo se está dedicando a los ensayos. Para Arcas lo más interesante de la obra es que «frente a ese aparato desasosegante donde les coloca el mundo, se vea la potencia de los cuerpos». Tienen libertad, creatividad, sensualidad, sexualidad, belleza. «El cuerpo se autodignifica, encuentra su espacio y estalla».
«No tengo un mensaje político que dar, soy una observadora y no me interesan los juicios morales», defiende. 'La Buena Obra' no es una mirada nostálgica al pasado porque considera que «todas las épocas son terribles y bellas». Le interesa la realidad. Y si tuviera un superpoder, sería el de desaparecer y observar las cosas como son. Sin filtros.
Coreógrafa y bailarina con formación teatral, Luz Arcas encuentra en la danza su forma de expresión. «Me fío del cuerpo porque lo entiendo más». Si bien hay danzas «muy tramposas, que ponen al cuerpo en lugar de idealización y superación de todos los límites humanos» que para ella no son belleza. Es su terreno.
En el plano presente, es obligado hablar del Premio Nacional de Danza que le ha concedido el Ministerio de Cultura «por la mirada poliédrica y la versatilidad de su danza». Se siente «súper agradecida» y da la bienvenida a todos los galardones que lleguen, porque «será que el proyecto puede seguir, que puedo pagar bien a la gente, y todo lo que necesitamos para desarrollarlo».
A La Phármaco le ha tocado en un momento «muy bueno, de plena creación y creo que lo podemos aprovechar bien». Sin embargo, aclara, no afecta a la creación, que va por otro lado «y si no hubiera premio, se haría como se pudiera».
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