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Volver a Santander implica muchos recuerdos para el pintor Félix de la Concha. Nacido en León en el mes de agosto de 1962, cuando apenas tenía unos días, su padre le trajo a pasar el verano a la capital cántabra por primera vez. Así, fue creciendo y sumando estíos al borde del mar hasta el mismo año pasado, cuando estuvo pintando los paisajes de San Román. Olas y azules que acabaron expuestos en la feria Arco. Acaba de clausurar una muestra en León, 'Not only en América', que confronta obras realizadas en Estados Unidos, a donde se marchó durante una época con otras «de la tierruca». Dos tipos de verdes con un océano de separación. «La luz de Santander es impredecible, cambia y no se pueden hacer planes», afirma. Aquí presentará su libro 'Las Meninas desde una luz artificial', (Reino de Cordelia) en la Librería Gil (19.00 horas), acompañado por la profesora Susana de la Sierra. Un libro complejo que representa un cruce de caminos en torno a una obra menos universal de lo que cabría pensar a priori.
De la Concha eligió 'Las Meninas', pintado en 1656 por Diego Velázquez, por las intrigas que esconde. «Sigue siendo un cuadro con muchos secretos». Una escena familiar, aparentemente espontánea, pero «con muchas cosas detrás que vas descubriendo». En el libro, que comenzó a escribir hace unos años, ya introduce la palabra 'selfie', para referirse al hecho de que el propio Velázquez aparezca en la obra. «Imaginemos hoy en día una foto de la familia real con el fotógrafo junto a ellos», ejemplifica.
En el lienzo queda patente el talento de Velázquez y su «captación tan interesante de la luz», siempre y cuando uno pueda contemplarlo «del natural, apreciando su calidad». Sin embargo, el autor quiso «rizar el rizo» y experimentar a través de una reproducción digital. Un acuerdo entre el Museo del Prado y Google Earth permite ver a la obra en muy alta calidad. «Tenía acceso a verlo con un detalle incluso mayor que estando delante del cuadro». Pero la luz es harina de otro costal. «Por eso lo llamo 'Las Meninas desde una luz artificial', porque hay una serie de filtros, la iluminación del lienzo o la calibración de la pantalla, que hacen que se interprete de una forma u otra».
Su experimento buscaba ver qué tipo de reproducción surgía de ese método, trabajando de noche, desde Iowa, con las pinceladas antiguas mostrándose al milímetro a través de un ordenador y ser, a la vez, un diario. Cada jornada pintaba uno de los fragmentos, siendo consciente de que cuando estuvieran todos juntos y por sutil que fuera, habría una diferencia entre ellos. Así, hasta 140 recuadros, que reproducen el tamaño original de la obra de Velázquez, 318 por 276 centímetros. «Me sorprendió ver que estaban más homogéneos de lo que esperaba», ríe. Pero, en cualquier caso «no hay una visión única ni una manera única en la que se capta esa luz».
El diálogo es una constante en su trabajo. Tanto por la conversación individual que se establece entre obra y espectador, como por las charlas, reales, que mantiene con algunas de las personas a las que retrata, en un método que tiene mucho de profundización personal. «Está presente de muchas maneras», dice. Testimonios, experiencias vitales y creativas, desde supervivientes del holocausto a escritoras como Almudena Grandes. También «ese diálogo con el entorno con el que vivo; me inspiro en donde estoy y de ahí surgen los proyectos».
La conversación con Velázquez durante el proceso creativo resultó «muy enriquecedora». Al mismo tiempo que lo iba pintando, fue investigando sobre el cuadro, documentándose, metiéndose en su mundo. «Cada cosa que me pasaba la relacionaba con el universo de Velázquez». Plantear cómo podía pensar, cómo se relacionaba con reyes o bufones. Porque «a pesar de ser el mayor exponente del barroco», a su juicio, «hay muy pocos datos sobre su vida, al contrario que con otros pintores». Era como «un punto de apoyo para toda mi experiencia de esos meses».
Volver una y otra vez a las mismas fuentes de inspiración creativa no es en sí un reto para el creador, metódico y disciplinado que es De la Concha. Le gusta explorar lugares nuevos, pero también «reflexionar de otra manera» en los espacios conocidos. «No estoy pintando a nivel ilustrativo para hacer una postal de la visión del turista; son temas más prosaicos». El año pasado plasmó algo que, reconoce, nunca se le hubiera ocurrido, dando pie a la serie 'Alta tensión', en la que figuran los postes de la luz que habitan en las fincas de San Román. «Nunca me había fijado en ellos de esa manera y lo curioso es eso; cada vez que vengo compruebo que nunca acabas de agotar un entorno conocido».
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