Lino Javier Palacios
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Lino Javier Palacios
«El que no sabe gozar de la ventura cuando le viene, no debe quejarse si se pasa». Lino Javier Palacios cita al Quijote para confesar que su ventura fue «respirar, durar, ser, estar, existir nada menos que en el paraje más agraciado y visitado ... de Cantabria». El niño que nació y creció en la península de La Magdalena recrea sus «vivencias, venturas y aventuras» en un libro, 'Un Palacio para mí', editado por Valnera, que se presenta el próximo martes, día 18 en el histórico edificio. Entre un poema de Gerardo Diego y otro de José Hierro caben una treintena de historias de infancia, iniciación y evocación. El poso del periodista muta en esta crónica original sobre cosas que creíamos saber y otras que nunca se contaron.
-Como el poema de Gerardo Diego que introduce su libro, Lino Javier se asoma a una 'ventana' y, ¿cuál es el Palacio de la Magdalena que atisba?
-Un Palacio del siglo XXI, nada tiene que ver con el de mi infancia, decadente y casi ruinoso, medianamente cuidado y clausurado la mayor parte del año. La finca y el edificio han rejuvenecido, se han hecho atractivos y apetece disfrutarle y admirarle. Quizá la península empieza a estar demasiado cargada de aditamentos y en especial conviene adecuar el minizoo ya que está construido.
-Hay santanderinos a secas, STVs, raqueros, sardinerinos... Usted parece más bien un palaciego magdaleniense...
-Sí, porque he crecido en medio de un fósil del periodo cretácico, un Hermes niño del imperio romano, un velódromo del siglo XIX, el nacimiento del cine sonoro en los salones de Palacio o las clases de Filosofía en el convictorio de Caballerizas o los primeros bikinis...; en suma me desarrollé un tanto al margen de la ciudad pues, entonces, los de la finca 'íbamos a Santander'.
-Al final, ¿la infancia es lo que más pesa?
-Marca y orienta, pero vivir nada menos que en un palacio casi como un vasallo más y ver pasar desde escenas del XIX hasta la llegada del universo digital le conceden a uno amplitud de miras, conocimiento, inquietud y ansia por saber más.
-¿Por qué se planteó este libro, y cuáles han sido los retos?
-La infancia y la adolescencia estuvieron en el germen, pero la razón fundamental era tratar de contar o ampliar buena parte de lo que se desconoce de la existencia de unas familias, una realidad y un ayer nada menos que en una península adherida a la ciudad. Los retos han sido tomar como percha o columna vertebral la vida de los guardeses (mis padres) y aportar nuevos datos, historias, hallazgos y detalles que me parece van a sorprender a muchos lectores.
-Frente a la historia pura y dura, ¿qué ha pretendido con esta crónica?
-Tal vez diferenciarme, precisamente, de la historia formal relatada por expertos e investigadores. Creo que he buscado la sorpresa, la información y hasta el entretenimiento.
-¿Qué pasaría si los muebles del Palacio hablaran?
-Pues que comprobaríamos que la vida en Palacio era muy otra de la que habitualmente se conoce. Contados muebles de los que hoy se admiran en sus estancias tienen algo que ver con los que había a principios del XX, jamás hubo capilla porque Alfonso XIII no la quería, numerosas piezas han desaparecido (incluida la llave de oro y diamantes que se entregó al Rey en la apertura), las películas atrevidas que allí se proyectaban han desaparecido casi todas y los muebles apenas podrían hablar porque todos los años se utilizaban temporalmente los que traían de La Granja, Miramar o la Corte. Vamos que si los muebles que restan hablaran sabríamos de las andanzas reales, de los encuentros con representantes internacionales, de las consecuencias de la guerra civil cuando fue hospital de sangre, de... tantas historias que nos asombraríamos.
-¿Hay muchas leyendas urbanas sobre La Magdalena?
-Sí. Desde la fallida pretensión de construir un estadio de fútbol en la campa al torneo internacional que allí se disputó. Desde la opción de construir chalets en la playa del Camello siguiendo el muro del club juvenil del Tenis, donde se hurtaron al mar cientos de metros cuadrados, hasta la transformación del Palacio o del cuartel en hoteles. Desde la existencia de fantasmas hasta crímenes sin resolver. Desde las fiestas de la Corte veraniega a la existencia de un picadero hípico en el Aula Magna...
-¿Y fantasmas?
-Mira que los busqué cuando de niño jugábamos por las buhardillas o sótanos del Palacio, pero no los encontré. Hallé, sí, una historia real.
-¿La crónica negra tiene mucho de fake?
-Prácticamente toda la crónica negra del libro está constatada y documentada. Sólo es fake la referencia a la fotografía en que, por moverse, tres personajes aparecen diluidos. Todo es cierto y lo más lamentable resulta que aún no se haya resuelto el crimen de la joven profesora asesinada una madrugada por Reina Victoria. Únicamente guardo mis dudas sobre la existencia del cementerio Real de mascotas que me aseguran existió pero que nada da fe de ello.
-Al hurgar en la memoria propia y de los demás, ¿cuál ha sido mayor descubrimiento?
-Hay varios, el cine porno del Rey en el Palacio, los hallazgos o tesorillo del yacimiento romano, la 'pseudotoucasia santanderensis' como primer 'habitante' de la península, la historia del velódromo a finales del XIX y la memoria gráfica del Palacio por dentro, así como del campo de reclusión de presos republicanos.
-¿Qué queda del niño que vivió y creció en la Magdalena?
-Queda un periodista interesado por la otra historia de la oficial y, sobre todo, por seguir ampliando conocimientos y optar a nuevas investigaciones.
-Tal como lo retrata, ¿lo que vivió se asemeja a un ecosistema irrepetible?
-Se asemeja, pero entonces la casa tenía vida con cuatro familias conviviendo, agricultura en las huertas que la rodeaban, granja.... Era un pueblo que hoy se ha transformado en punto turístico y minizoo. Aquel ecosistema era más sostenible y natural y auténtico que el de hoy.
-¿De su libro puede deducirse que existe un 'ser santanderino'?
-En cierta medida sí, pero el santanderino que, como mi familia, vivió al margen de la ciudad, se adaptó bien pronto a la coexistencia de la urbe. Nosotros teníamos de santanderinos el individualismo, la adaptación al medio y la distinción de la belleza del paisaje o enclave que nos rodeaba.
-¿Ha dejado cosas fuera por pudor, autocensura?
-Alguna que otra por respeto a las personas que ya no están y porque no aportaban mucho a la historia, al relato, a la verdad.
-Si fuese alcalde, ¿qué medida tomaría respecto al recinto?
-No recargar la finca de cachivaches, señales y aditamentos; esmerar y ordenar su uso y promoción. A La Magdalena hay que mimarla y disfrutarla como a un bebé, tanto su realidad presente, como su historia de ayer.
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