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«A mí me gustaría escuchar todas las historias de vuestras vidas. Todos teneis una y no hay dos vidas iguales». Así comenzó el taller ... literario que Manuel Vilas impartió durante dos jornadas en la Biblioteca Central de Cantabria. Ante él, trece perfiles, trece personas y la literatura como punto de encuentro. Dos tipos de alumnos, como planteó el escritor: aquellos que tienen una vocación literaria sólida y quienes están en situación de explorar y aprender a manejar los recursos literarios de la lengua. Y de todo había, como en botica, en torno a la mesa de la sala El Castillo.
A Blanca, que fue administrativa y formó parte del Ateneo, le encanta «escuchar a gente que sabe y aprender», quizá para así asomarse a nuevas lecturas. Juan, que fue cantero, escribe porque le libera y acudió al curso en búsqueda de herramientas. «Que nos vengan las ideas más deprisa». Balzac, Zola o Delibes están entre sus favoritos. A Verónica, que se define como «emocional», también le gusta Delibes. Está en ese punto entre dedicarse a escribir o dejarlo. Casilda lee de todo. No le gusta la literatura actual, que le parece «muy igual» y se deja guiar por el club de lectura al que pertenece. «Vengo por escuchar», explicó. Austen, Shelley, Dickinson o Ernaux son material habitual de lectura para Arabella, que trabaja en la propia biblioteca y José ha publicado ya dos libros. «Es un lujo que tú nos des un taller», le dijo a Vilas. Un taller que sirvió como colofón a las Jornadas de Hierro, que con el autor cántabro como protagonista, ahora que finaliza su centenario, congregaron al público en torno a una mesa redonda previa y a estas dos sesiones, todo ello comisariado por la gestora cultural Raquel Martín.
Cercano y pausado, el autor oscense hizo algunas preguntas, de esas que obligan a parar y reflexionar ante dudas de gran amplitud. ¿Qué hace un escritor? Su papel y relevancia social «es difícil de concretar». Un arquitecto hace casas, un juez dicta sentencias, los maestros enseñan... «Hay una actividad socio laboral que redunda en producción de cosas», indicó. En ese devenir, hay un momento que hace que en la literatura se produzca algo, «un libro es la materialidad de ese proceso». Si algo no alcanza visibilidad, no tiene existencia, ni finalidad. Por eso, publicar un libro es la meta de todo escritor. Después, será el conjunto de la sociedad, «los lectores, quienes lo conviertan en escritor».
La literatura ocupa así un espacio de prestigio, pero también comercial. Libros que intentan ser algo más que entretenimiento y consumo, ofreciendo «una fantasía más sofisticada o llevar al lector a lugares más complejos y espirituales», donde habrá un aprendizaje sobre la vida que va a incomodar al lector. «La literatura de consumo se basa en no incomodar, es su axioma». Esas dos propuestas convergen en una librería, porque una editorial quiere vender ambas. «En la construcción del capitalismo, la cultura se tiene que vender». No importa que sean veinte versos o 300 páginas de una novela, ambos se rigen por el principio de la novedad. Un escritor es una analista, un observador «un alcahuete». Alguien obsesionado con intentar entender lo que está viendo y para ello construye historias. ¿Y no influye la suerte?, preguntaron los alumnos.
El escritor matizó que a veces llamamos suerte a factores difíciles de analizar. Lugares sociológicos que se definirán en cincuenta años. La literatura existe cuando el lector encuentra en un texto algo que le interpela. La comunicación entre dos soledades, la del escritor y la del lector cuando se reencuentran. «Hay un crecimiento salvaje de la experiencia vital del lector, que a través de la lectura de la novela ya no es el mismo. Sus ideas o creencias sobre algunos aspectos de la vida, han cambiado». El entusiasmo da pie a la tradición oral para contar esa transformación tras ese encuentro fértil.
Vilas, que se reconoció obsesionado con Kafka desde que era un adolescente, utilizó la figura del checo para argumentar que la imagen que hay de los escritores «muchas veces es falsa». El ganador del Premio Nadal intentó su primera aproximación a la obra cuando tenía 14 años. «Y no entendí nada». Vilas que había pasado por Huxley o Unamuno, Baroja o Galdós, se bloqueó con Kafka. Más aún, «me cabree con esos libros y con la gente que decía que eran maravillosos», dijo. La epifanía llegaría años después, con 27, cuando se trasladó a un pequeño pueblo de Teruel para ocupar su plaza de profesor. Y allá se llevó las obras completas del escritor bohemo, que había comprado su padre años atrás y aun permanecían con el celofán puesto. Llegó la iluminación. «Me daba felicidad y alegría, me reía con él», algo que le parecía extraño. «Es un motor a la forma de entender la vida». Un día triste y deprimido, me leo a Kafka y funciona, expuso entre risas.
El autor de 'La metamorfosis' no encajaba en esa imagen existencialista de oscuridad y autor atormentado que le ha sido otorgada. Medía 1,82, era un gran seductor, fue el primero en tener moto en Praga y tenía un gran sentido del humor. «Los testimonios de sus amigos lo describen como una simpatía, no tan cálida y racial como Lorca, pero similar. Era un hombre que imantaba y seducía. Pero ha triunfado la imagen de su literatura».
Tras publicar 'Ordesa', Vilas respondió a muchos lectores del libro que, al escucharle, se sorprendían al pensar que era alguien totalmente distinto a lo que habían interpretado con su obra. «Este es uno de los grandes errores de la literatura», expuso. «La literatura monta fantasías infinitas e interminables» y el escritor que consigue que el mensaje cale como si fuera el suyo propio «ha ganado la partida».
Ante un taco de folios en blanco y con el reloj posado sobre la mesa, Vila desarrolló este aspecto. «Cualquier tipo de escritor va a ser siempre un vitalista», a pesar de la pesadumbre de sus textos. ¿Por qué? Cuando una empieza a escribir un libro, nadie se lo ha pedido. «No te llama un editor para invitarte a seguir». De hecho, la mayor parte de las novelas están abocadas al fracaso. «Sin entusiasmo y voluntad, no se podría hacer esa labor. Eso sí, «es imposible que un escritor que no maneje la sintaxis, con formación lingüística pueda escribir algo, sentenció». Habilidades que se adquieren a través de la enseñanza y de la lectura. «El fundamento de este oficio es la representación inteligente de la vida». En la capacidad de esa representación reside la grandeza del escritor.
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Ana del Castillo
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