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«Hacer música es más que tocar notas. La música es una herramienta que sirve para unir a las personas, cambiar la sociedad y saltar por encima de las barreras de todo tipo que nos separan». Son palabras que la gran violinista Anne-Sophie Mutter pronunció en la Escuela Superior de Música Reina Sofía, cuando vino a tocar con los alumnos. La capacidad transformadora de la música a la que ella se refería está detrás de la creación del Concurso Internacional de Piano de Santander, en 1972, y de todo lo que fue surgiendo a su estela en los cincuenta años siguientes. Su fundadora, Paloma O'Shea, se fijó el doble objetivo de ayudar en su desarrollo a los jóvenes músicos de mayor talento y de acercar la música a todas las personas. Para los jóvenes del Concurso o de la Escuela, tener la oportunidad de llevar su talento hasta el final representa todo un plan de vida. Para el público que acude a los conciertos, disponer de un acceso cercano a la música de calidad significa un gran enriquecimiento de su experiencia vital.
Desde el primer Concurso hasta hoy, 149 jóvenes pianistas de todo el mundo, 25 de ellos españoles, han recibido alguno de sus premios y, por lo tanto, han dispuesto de un buen punto de apoyo en el momento en que más lo necesitaban, cuando sus carreras estaban dando sus primeros pasos. Santander fue la puerta del éxito para grandes pianistas como Hüseyn Sermet, Ramzi Yassa, Josep Colom, Barry Douglas, Eldar Nebolsin, Claudio Martínez Mehner, Marta Zabaleta, Yun Wook Yoo, Boris Giltburg, Alberto Nosè, Herbert Schuch, Juan Pérez Floristán y muchos otros, incluido el ucraniano Dmytro Choni, ganador de la última edición. Al mismo tiempo, el arraigo en Santander de un concurso de tanta repercusión internacional contribuyó a la gran transformación que la vida musical española experimentó en las últimas décadas del siglo XX y las primeras del XXI. El Concurso, por lo que significó en sí mismo, y por las iniciativas a que daría lugar, fue durante aquellos años, un factor de modernización y apertura de nuestra sociedad.
De la dinámica y los objetivos del Concurso, surgió pronto en Paloma O'Shea la decisión de intervenir en el terreno de la educación musical. En torno al Concurso surgieron, primero, ciclos de clases magistrales, luego cursos de verano y, por fin, en 1991, la Escuela Superior de Música Reina Sofía, un proyecto muy ambicioso de enseñanza de excelencia. Poco después vendrían el Premio Yehudi Menuhin a la Integración de las Artes y la Educación (1999), como homenaje a los grandes músicos de nuestro tiempo que, además, han sido pedagogos; el Encuentro de Música y Academia de Santander (2001), como extensión de la actividad de la Escuela hacia el verano santanderino y hacia los demás centros europeos de primer nivel; y el Instituto Internacional de Música de Cámara (2005), como culminación de la vocación camerística que caracterizó a la Escuela y al Concurso desde el primer día. Para dar coherencia institucional y organizativa a la Escuela y a todos estos programas, incluido el Concurso, y para canalizar el mecenazgo público y privado que los hace posibles, Paloma O'Shea había creado en 1987 la Fundación Albéniz, que es desde entonces el vehículo de toda su acción educativa y cultural.
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Una acción que ha seguido tenazmente una serie de principios pedagógicos que son la base del prestigio internacional de sus programas y de su eficacia a la hora de dar a los jóvenes una oportunidad real de integrarse con éxito en el mundo profesional de la música, cada vez más competitivo: elección de los mejores profesores de cada especialidad, fuera cual fuera su nacionalidad; admisión de alumnos únicamente por audición; personalización de la enseñanza y maduración artística de los alumnos en el escenario. En el reclutamiento de los grandes maestros del momento resultó clave la ayuda que prestaron a la fundadora una serie de músicos de mucho prestigio (Mstislav Rostropóvich, Zubin Mehta, Yehudi Menuhin, Alicia de Larrocha...) así como el apoyo que prestó al proyecto desde el primer día Su Majestad la Reina Doña Sofía. Para hacer posible la maduración en el escenario, la Escuela puso en marcha un programa muy intenso de producción artística que ofrece más de 300 conciertos al año, una media de más de 20 por alumno. Por último, para respetar el principio de selección solo por mérito y que ningún alumno de talento quedara fuera de la Escuela por falta de recursos económicos, se estableció al principio un sistema muy amplio de becas que alcanzaba a todos los alumnos que lo pudieran necesitar y, con el tiempo, un régimen de matrícula gratuita que garantiza el acceso sin exclusiones.
Los 20 pianistas Evelyne Berezovsky (1991, Reino Unido) , Carlos de la Blanca Elorza (1995, España), Eka Bokuchava (1992, Georgia), Vsevolod Brigida (1997, Federación Rusa), Jiarui Cheng (1998, China), Domonkos Csabay (1990, Hungría ), Jaeden Izik-Dzurko (1999, Canadá), Carter Johnson (1996, Canadá – EE. UU.), Simon Karakulidi (1997, Federación Rusa), David Khrikuli (2001, Georgia), Hyelim Kim (1996, República de Corea), Rafael Kyrychenko (1996, Portugal), Hao Wei Lin (2004, Taiwán), Callum Mclachlan (1999, Reino Unido), Yu Nitahara (1990, Japón), Matyás Novák (1998, República Checa ), Mariamna Sherling (2001, Noruega), Alexandra Stychkina (2003, Federación Rusa - Grecia), Marcel Tadokoro (1993, Francia-Japón) y Xiaolu Zang (1999, China).
El jurado Joaquín Achúcarro (España, presidente del jurado), Claudio Martínez Mehner (España), Rena Shereshevskaya (Federación Rusa), Peter Csaba (Francia), Barry Douglas (Irlanda), Akiko Ebi (Japón), Ana Guijarro (España), Márta Gulyás (Hungría) y Hüseyin Sermet (Turquía)
Al mismo tiempo, el abundante programa de conciertos, todos ellos gratuitos o a precios muy asequibles, permitía a la Escuela –y al propio Concurso, con los 50 conciertos de su fase en Santander y las abundantes giras de galardonados por España y por todo el mundo– abordar el objetivo de difundir la cultura musical y acercarla a la gente. Para poder financiar estas actividades, la Fundación Albéniz se convirtió en un punto de confluencia entre la España privada, cuya contribución cubría la mayor parte del esfuerzo, y la pública.
El balance que cabe hacer de todos estos años de actividad no puede ser más positivo. España cuenta ahora con instituciones de prestigio internacional en campos como el de los concursos de interpretación o el de la enseñanza musical, en los que tradicionalmente jugaba un papel secundario. Se ha logrado además que, para un joven músico español de gran talento, ya no sea necesario irse lejos para encontrar plataformas educativas o artísticas donde desarrollarse adecuadamente.
Por otra parte, la rápida evolución que está experimentando la sociedad en los últimos años, incluida la transformación digital de casi todos los aspectos de nuestra vida, afecta también de lleno a la música, tanto en el aspecto didáctico como en el artístico. Es necesario tener mentalidad abierta y dinámica para afrontar unas realidades que evolucionan a gran velocidad. La renovación del formato de concierto, el acceso a la música de nuevos sectores de la población e incluso los propios perfiles de los profesionales de la música están sometidos a constante revisión. La Fundación Albéniz se esfuerza por innovar desarrollando al máximo el impacto social de la música, con conciertos novedosos dirigidos a grupos sociales con poco acceso a la música y programas pedagógicos que fomenten en nuestros alumnos el espíritu de emprendimiento social y les impulsen a comprender su sector como una realidad cambiante.
A partir de estas premisas, la Fundación afronta el futuro con optimismo y con la ilusión de seguir contribuyendo, a través de la música y de la educación musical, al progreso de la sociedad.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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