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Sobre la mesa de su gabinete, entre decenas de volúmenes, no falta la 'Historia de los heterodoxos' de Marcelino Menéndez Pelayo. «Es una obra a la que no se le ha hecho la suficiente justicia, dada su preclaridad». El polígrafo santanderino era, a su juicio, « ... ante todo un erudito». El filósofo Francisco Jarauta (Murcia, 1941) leerá y citará a Marcelino, además de trazar un recorrido por sus bibliotecas preferidas, en la conferencia inaugural del Encuentro de Bibliotecas Patrimoniales 'Ciudad de Santander' que hoy, a las siete de la tarde, impartirá en el Casyc de la Fundación Caja Cantabria. El catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia regresa a Santander tras reflexionar de manera incesante durante la pandemia «sobre esa nueva precariedad, que causa inseguridad y desasosiego, y se ha instalado en nuestro mundo». Convencido de que la situación actual «exige la creación de una conciencia planetaria que afronte la nueva complejidad», se pregunta «qué nueva Europa necesitamos» tras dejar de funcionar el eje Berlín-París por el escaso liderazgo de los presidentes alemán y francés. Jarauta, que es un pensador Babel, explora sin dejar nunca abandonadas a esas referencias y asideros que ayudan a reconstruir cada día el mundo. Hoy, no podía ser de otro modo, hablará de 'Las bibliotecas o la memoria del saber'.
-¿Cómo sobrevive un filósofo en un mundo que desprecia la filosofía?
-Ese desprecio va por barrios. Depende del nivel de ignorancia, del nivel de pragmatismo y de la voracidad que este mundo ha impuesto como forma de vida a tantas gentes. Frente a los voraces consumidores de la apariencia, están los que se refugian en el silencio, en la filosofía que es una casa común, en ese rumor del tiempo que va murmurando el sentir de las cosas de la vida y que muchas veces exige el silencio, la distancia e incluso la soledad. Hay más filósofos latentes, nunca ha habido un mundo tan lleno de perplejos y la perplejidad es la madre de las preguntas. Y esos inquietos preguntadores, que decía la Zambrano, son hoy más que una legión.
-¿Cree que existe, ante todo, una crisis de dignidad?
-El sueño humano contemporáneo se ha expuesto, vive en ese umbral de lo exterior, de lo virtual, donde todo es 'fiction and fiction'. Y en ese viaje inédito de velocidades aceleradas nunca hemos vivido en un tiempo tan acelerado. La verdad siempre ha sido difícil situarla pero ahora todavía más porque falta incluso el criterio que nos permite situarnos ante ella. Hoy el presente es un gran mirador por el que pasan todo los cometas con sus colas incendiadas, expidiéndonos y dándonos las simulaciones más singulares.
-¿El libro es el artefacto más fascinante que hemos creado?
-El libro es uno de los grandes inventos humanos y antes la escritura. Y no hace falta remitirse al alfabeto fenicio, porque hay muchos y muchos alfabetos anteriores que iban combinando con una suma de signos básicos, una consonancia que a su vez dará lugar a los primeros registros fonéticos y, tras sus combinaciones, mucho más tarde, a las palabras. Poner nombres a las cosas es ya un final del viaje.
-¿Esa memoria del saber que centrará su ponencia está hoy en peligro de extinción?
-La memoria del saber se ha convertido en una zona de resiliencia, de resistencia también. Es un lugar en el que nos detenemos. Como en una tarde de otoño miramos hacia delante y hacia atrás y sentimos que nos visitan los tiempos. Somos muchos tiempos, muchos lenguajes. Además de ser mirada, -ojo como decía Rilke- somos oído y dejamos que las viejas voces, las de Medea, Antígona...vengan a nosotros. En 'La fenomenología del espíritu' Hegel dice que toda la civilización occidental es el eco del grito de Antígona. Seguimos oyendo esas voces. La lectura es el lugar en el que la memoria se recrea, se reescribe, se repiensa, nos habita y crea nuestra dignidad, esa a la que se refería usted antes y que se halla en fuerte crisis.
-¿Hay que mimar los libros?
-Los libros pasan y viajan con nosotros. Ahora estoy aquí rodeado de doscientos libros sobre mi mesa. Si a uno no le dijera nada, enseguida me diría 'estoy aquí'. Los libros son la verdadera compañía en esas largas horas en las que la mirada se dirige hacia el saber, hacia la Biblioteca de Alejandría. Hoy somos profundamente cosmopolitas y todas las voces nos interpelan y nos traen otras voces, paisaje, perfumes...El lector necesita una ética de la lectura, de reconocimiento. Si se lee ahora la Odisea, a Flaubert, a Shakespeare...sabes perfectamente que te estás relacionando con un mensaje que está escrito pero que puede ser reescrito con tu trabajo.
-¿Ha perdido la filosofía una oportunidad con la pandemia de tener más peso?
-Los efectos de la pandemia son tantos y tantos...y siguen siendo activos. Han desnudado al ser humano y lo han situado en una intemperie que no imaginaba. Ha provocado que algunas preguntas estén asociadas a las condiciones materiales e inmediatas de lo humano. Y hemos descubierto las montañas de la banalidad, los 'mein kampf' que van protegiendo la estupidez, Con la pandemia hemos querido ser más verdaderos, aunque hayamos sido hacia dentro más tímidos y, a lo mejor, hemos caído en la tremenda trampa que es la de preferir ahora la seguridad frente a lo que fue siempre el sueño humano: la libertad. Entre una y otra en este tiempo se busca antropológicamente una sociedad que nos proteja y que al tiempo sea libre. El presente es un laboratorio apasionante. Y ese es el terreno en el que el filósofo debe ayudar a pensar y a construir.
-¿La autocensura es la gran patología del presente?
- La autocensura está asociada al miedo, al riesgo, a la necesidad creciente de seguridad. El miedo es el guardián de la cabaña, el que vigila y el que avisa y en lugar de protegernos nos introduce en la oscuridad. Si tenemos la perspectiva del tiempo seremos generosos a la hora de interpelarla.
-¿Somos los nuevos esclavos? Donde antes había un capataz ahora hay un móvil.
-Por supuesto es más invisible el poder ahora pero es infinitamente más poderoso. En un mundo tan complejo como el nuestro estamos administrados por un consejo de administración que no hemos elegido, que ha sido constituido por las grandes corporaciones que guían el mundo. Y nadie lo ha elegido, se impone con sus propios poderes económicos financieros que, en la crisis y en la pandemia, se han multiplicado por las asociaciones entre ese capital financiero y las nuevas tecnologías de la comunicación. Muchos analistas americanos hablan ya de tecnofascismo.
-¿La privacidad y la intimidad están ya más que amenazadas?
-En algún momento esa privatización de la felicidad es simplemente el último fantasma, la simulación casi terapéutica a la que se llega para poder decir eso de al menos yo estoy aquí así, protegido, y eso es todo un espejismo. Estamos mas expuestos que nunca y al margen del buen uso que hacemos de las máscaras, nuestra privacidad será irrenunciable. Somos por definición fugitivos y estamos en ese tiempo fugitivo.
-¿El capitalismo ya ha domesticado y absorbido el activismo social?
-El capitalismo se plantea como civilización, no como modo de producción, sino como forma de civilización, la cual está inscrita en construir nuevos estándares de vida. La verdadera domesticación sucede cuando el imput del capital sugiere los nuevos patrones de cultura y de vida. Entre una chica de Santander y una de Shanghái hay cada vez menos distancia. Todos estamos inmersos viviendo esa órbita inmensa que se llama comunicación, comunicación, comunicación.
-¿Frente a la zona de confort hay que adentrarse en el corazón de las tinieblas?
-Estoy de acuerdo totalmente. Hay que inventarse los nuevos contenidos de la resistencia porque no se trata solo de resistir a, sino de postular algo nuevo. El concepto de construcción es más importante ahora que nunca. Ahora se construyen las nuevas comunidades, los nuevos espacios de vida. Compartir el tiempo y la vida es lo mas hermoso. Me gustan los lugares en los que la amistad se da la mano con las ideas.
-¿La barbarie se vende ya hasta en Ikea?
-Se vende sin más. Algo que empezó siendo episodio, ahora ha trascendido. Vivimos en carne propia una guerra a las puertas de nuestra casa. Podría parecer delirante y, sin embargo, es lo más real que ocurre en este territorio de la vieja Europa y la vieja Rusia. Observamos a diario los escenarios de las barbaries más trepidantes. No sabemos como terminará. Somos testigos de una nueva barbarie.
-¿Hemos pasado del hombre melancólico al hombre ansioso?
-Es una buena descripción del cambio que se produce cuando todos los parámetros de referencia se han desplazado e incluso borrado. Es la época más acelerada de la historia humana. El naufragio, la incertidumbre, radica en que los esquemas y modelos interpretativos ya no funcionan sino es desde la confusión. La que se crea cuando el flujo de la comunicación, el más acelerado, compone permanentemente modelos ficticios en los que el individuo camina entre los signos. No hay facilidad para elegir.
-¿Quién induce los estándares de vida?
-Trabajamos con modelos algorítmicos y en una literatura más cercana a nuestras conversaciones porque la sociedad cada vez es más abstracta. Es el paso de la comunidad a la metrópolis. Los nombres son los últimos tintineos de las grandes corporaciones que aparecen para legitimar la existencia. El poder se dicta desde la gran máquina del sistema. Sobre mi mesa hay cuatro o cinco informes de cómo será la sociedad del 2.050 y todos coinciden en algo: el elemento más determinante será la comunicación. Seremos comunicación. Ahora todo es 'fake news'.
-¿Qué radiografía hace del auge de la ultraderecha?
-Sigo pensando que el crecimiento que han tenido los movimientos ultraconservadores ha sido muy preocupante. Hay una latencia que se explicita ahora. La crisis de los partidos demócratas los que han derivado en movimiento de ultraderecha. Estoy seguro que Meloni no va a hacer una política antieuropea. El flanco más delicado será el social. Pero por pragmatismo están obligados a asentar las condiciones generales de una política europea, cada vez más obsesionada con lo energético, asociado a ese huésped ingrato que es la guerra. Nadie la esperaba, nadie la quería. El único final es que Putin reconozca su error trágico y se reabran todas las mesas de negociación.
-¿Qué Europa necesitamos?
-Una nueva Europa. Aquella casa común suponía practicar un conjunto de sociedades articuladas en ese conjunto europeo abierto a la hora de construir una nueva sociedad montada sobre la justicia y la libertad, el bienestar y la solidaridad. Los frentes de Europa están muy abiertos. Las migraciones, los rechazos a los que llegan y la situación es cada vez más complicada. Europa ha funcionado cuando lo ha hecho el eje Berlín-París. Y en este momento no funciona. Ambos están atrapados en problemas domésticos. La gran perdedora europea es Alemania que había hecho grandes inversiones en Rusia. Esto no se sabe cómo va a terminar, la gran pregunta es qué tendremos que hacer tras la guerra. Hasta el Papa se ha callado cuando en realidad tiene que defender la mediación política por encime de todo. La sombra del silencio ahora es muy larga.
-¿Necesitamos algún tipo de revolución?
-Cuando hablo de revolución ya lo hago con la letra pequeña. Hablo de pequeñas revoluciones que se constituyen en lo pequeño, la revolución del barrio. No voy más allá. Soy un escéptico apasionado. Y aunque tenga la pasión para que construyamos un mundo nuevo, al tiempo soy profundamente escéptico.
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