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Alguien te cuenta una historia. Es interesante, pero sabes que te está mintiendo. Sin embargo, eso no resta interés al relato ni implica que todo ... en él sea falso. Ese juego de certezas e incertidumbres tan complejo como apasionante es la base de 'El valor de la mentira', la primera novela del artista Alberto Muñoz (Torrelavega, 1954). El también poeta cántabro retrata la entrada en prisión del joven Simónides, su adaptación a este entorno y la evolución de la forma en que ve su situación. La caleidoscópica y envolvente trama plantea al lector hasta qué punto su verdad tiene que ver con la verdad, y en qué medida es capaz de aceptar y afrontar que vive en una realidad que no es como él se la imagina. Muñoz presentará 'El valor de la mentira' este miércoles a las 19.00 se presenta en la Biblioteca Central, donde estará acompañado por José Antonio Gallego.
-¿De dónde surge 'El valor de la mentira' y cómo se planteó su desarrollo? ¿Qué retos ha implicado lanzarse a la creación literaria?
-Se originó como un ejercicio de escritura planteado en un taller literario, en el que había que escribir un relato corto con un narrador no fiable. El desafío me hizo pensar en cómo mantendría el interés del lector cuando éste descubriera que quien le cuenta le está mintiendo. Así apareció el primer boceto del personaje protagonista, Simónides, que va a narrarse a sí mismo en primera persona desde la cárcel donde cumple condena. Luego continué poco a poco ampliando la historia. Ya había publicado anteriormente poesía y relatos breves, pero no sabía si iba a ser capaz de completar una novela con la que quedase conforme. No sé si es habitual que quien escribe su primera novela se meta en camisa de once varas, pero a mí me ha sucedido, no sólo con la utilización de múltiples narradores y tiempos verbales, sino también con la presencia en el penal de tres personajes reales, de nombres conocidos, que entran en relación con el resto de reclusos.
-Su protagonista es un preso mentiroso, pero no plantea usted un juicio moral sobre él, sino más bien una observación científica, de laboratorio.
-El trasfondo filosófico del tema de la mentira se relaciona directamente con el de la verdad. En la novela hay una referencia a Nietzsche, que cuestiona el concepto de verdad, a la que considera engañosa y dogmática. Nos hemos llegado a creer que las palabras, que nacieron como metáforas de la realidad, son la esencia de las cosas. Desde el punto de vista moral, la mentira no es defendible cuando trata de sacar beneficio propio a costa del perjuicio de otros. En la novela nunca se emplea con esos fines. El título 'El valor de la mentira' no pretende implicar que la mentira sea siempre valiosa, sino resaltar su papel imprescindible en el arte y en la literatura. Sin mentira no hay ficción posible. La imaginación desborda la realidad, la fantasía se expande por lo intangible hasta rozar el misterio... y se descubren otros mundos.
-Su historia transcurre en una prisión. ¿Por qué?
-Me interesó introducirme con la imaginación en esa microsociedad de los presos tan radicalmente alejada del mundo exterior, con sus propias reglas y códigos de funcionamiento. La escritura se ha convertido en una pasión vital para mí, me gusta introducirme en ella a ciegas, sin saber lo que va a ocurrir a continuación ni cómo va a acabar. Cuando escribo es como si entrase en una caverna a oscuras, no sé lo que me voy a encontrar, ni las galerías que podría explorar a uno y otro lado, avanzo palpando y tanteando, me choco con rocas, los personajes surgen, se van perfilando y actúan con iniciativas propias, yo casi me limito a dejarlos hacer.
-En estos tiempos, ¿es la 'posverdad' la mentira moderna?
-La posverdad no aparece reflejada en la novela, ya que los hechos se sitúan temporalmente antes de la aparición de internet o de los teléfonos móviles. Por la misma razón que preferí un lugar aislado, he necesitado situarme temporalmente libre de la interferencia de esos medios, lo que me ha permitido presentar las relaciones humanas, de amor, amistad, odio, crueldad... directamente y sin pantallas de por medio. La posverdad me parece un tipo de mentira de las que están al servicio de intereses económicos o políticos, un engaño deliberado al que mucha gente contribuye, quizá ingenuamente, difundiéndolo y haciendo que se expanda como una bola de nieve que termina en alud.
-Su novela presenta un estilo sobrio y sintético. ¿Cómo describiría su propia propuesta?
-En una fase inicial, me despreocupo totalmente del estilo, dejo rienda suelta a la invención, sirviéndome de una escritura rápida, en la que no cabe ningún tipo de autocensura. A partir de ahí, viene un trabajo lento e imprescindible: ir moldeando el lenguaje para que se entienda mejor lo que se quiere decir y, también, eligiendo el vocabulario y las formas de expresión adecuadas al contexto de lo que se cuenta y dejando aflorar la belleza cuando es posible, que no siempre lo es. Por ejemplo, el lenguaje utilizado por algunos presos no puede ni debe abandonar la jerga carcelaria, por ello en muchos diálogos se transcribe directamente lo que dicen los personajes, como hace el maestro Sánchez Ferlosio en 'El Jarama', con las incorrecciones y características propias del habla de cada uno.
-Como creador en constante exploración, ¿qué ha aprendido de la experiencia literaria y del contraste con otras disciplinas?
-He ido evolucionando desde las artes plásticas hacia la escritura, pasando por el territorio común que es la poesía visual, en la que objetos, imágenes y palabras entran en juego. He pisado el campo literario comenzando por la poesía, luego los relatos y ahora la novela. Esta es la primera y espero que no la última. De hecho, he comenzado ya a trabajar en la siguiente. Cada lenguaje tiene sus propias reglas de juego. La pintura y la poesía me han dejado más libertad para la innovación y la ruptura de códigos, sin embargo el relato y la novela necesitan atenerse a las exigencias propias de la narratividad, pero siempre trato de conjugar tradición e innovación, de reflejar algo de lo que he conocido para sumergirlo luego en lo desconocido, buscando las grietas por donde expresar lo que necesito aunque sea incomprensible, para romper las artimañas con que nos encadena el poder y, discretamente, darme a la fuga.
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