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Mi benjamina estaba hace días en un agradable rincón del Centro Botín tratando de reproducir el método de trabajo de la pintora Julie Mehretu, de cuya obra hay una hermosa (también «sobrecogedora» vale) exposición. Primero, se crea un fondo a base de líneas geométricas ... que representan esencialmente edificaciones, espacios urbanos llenos de rectas y ángulos. Después, se ejecuta sobre ellos un patrón de manchas y rayas de color, a menudo negras, irregulares, como tizones sobrevenidos. Imagínese que al arquitecto se le ha caído sobre el pulcro plano una paleta de carbones que llevaba a la caldera. (Aunque en algunos cuadros cabe más variedad de color, tanto en el fondo como en los trazos.)
Estas obras de generoso formato, abiertas a la interpretación del observador, me suscitaron la idea de tres oposiciones. En primer lugar, de la geometría con la ‘manchometría’; en segundo, de la figuración con la no figuración; por último, la luz contra la oscuridad. (No se vaya: aterrizaremos pronto en Cantabria y, como Tip y Coll, ‘hablaremos del gobierno’).
El primer punto del método Mehretu es la antítesis entre un diáfano fondo geométrico regular y una capa de manchas oscuras distribuidas sobre él. Podemos tomarlo como la contraposición entre los deseos ordenadores de la civilización, por ejemplo, la Política o el Derecho, y la realidad de la transgresión continua: desgobierno e ilegalidad. También como contraste entre la engañosa sencillez del planeamiento y lo borrascoso de su balance. El hecho es que la sociedad más ‘civilizada’ está siendo la más bárbara en muchos aspectos (no en todos), y los cuadros reflejan esa contradicción: sobre el alzado y planta del progreso, la realidad de luctuosos fracasos.
¿No le parece a usted que en Cantabria hemos tenido también nuestra geometría política, basada en la autonomía y la ‘europeidad’, que habrían de llevarnos a cotas de bienestar inmarcesibles? ¿Y no hemos superpuesto a esos planes grandiosos las numerosas manchas que hoy nos retratan como región que camina hacia la vejez sin haber aprovechado la juventud?
El segundo punto del método Mehretu contrapone la figura con la no figura, con esos signos que, como no sabemos si lo son o deberían serlo, llamamos comúnmente ‘abstractos’, lo cual es poco discriminante porque todo signo es ya una abstracción y se basa en una forma. Pero aceptemos ‘abstracto’ como animal de compañía y digamos que, mientras el fondo de los cuadros de esta pintora es generalmente una traza reconocible, arquitectónica, en cambio la superficie aparente, con sus grupos nutridos de manchas, no parece representar ninguna figura.
Esto nos introduce en el misterio de la historia. Sobre un fondo definible de paisajes y criaturas (geología y biología), el torrente de los acontecimientos (la política y la vida) no es, sin embargo, claramente interpretable. El destino de pueblos y personas es un caos de pinceladas sombrías, un patrón cuya fuerza estética parece residir en la irracionalidad y el defecto.
Mientras la mitad de sus parados son mayores de 44 años y afrontan no solo un resto de vida laboral muy complicado, sino además una vejez de privaciones, Cantabria deja sin ejecutar inversiones y carece de una política activa para acometer el problema social, pero gasta fortunas en investigar murciélagos, o en arreglar casas consistoriales de municipios donde dentro de diez años no vivirán más que los okupas que se hayan autodesignado concejales con derecho a cocina.
Hay algo absurdo y negro en la falta de concentración de recursos en las personas verdaderamente necesitadas, y en el esfuerzo denodado, electorero, por contentar a los cuerpos más numerosos de la empleaduría pública y a las redes clientelares en perjuicio de todo lo demás. Brochazos de arbitrariedad que se anteponen como un velo de ceniza a la geometría moral de la sociedad. La utopía ideológica es emborronada por la distopía real.
El tercer punto del método Mehretu opone luz y oscuridad, o el día y la noche de la historia, como hubiera dicho el filósofo Jan Pátochka, que murió después de un celoso interrogatorio por parte de la policía utopista checoslovaca. Los colores suelen tener en todas las culturas un código simbólico que los asocia a ideas o emociones. La ‘manchocracia’ de Mehretu aterriza como una bandada de estorninos sobre estos significados cromáticos. El negro, absorción de todos los colores, es bueno como fondo: un cielo nocturno. Pero este chaparrón de negros sobre colores de fondo es el revés de la noche: sobre la gama del arco iris, una multitud de cuervos abstractos toma el liderazgo.
Nuestros colores de fondo han sido los de la Unión y la Región. Muy bonitos, pero no inmaculados. Al entrar en la Unión, teníamos el 103% del PIB por habitante de España; en el primer año del euro, el 94%; en 2016, el 89%. ¿De retirada en retirada hasta la victoria final? Aún hay 30.000 puestos de trabajo menos que en el verano de 2008: década ominosa. Tercio de jubilados para 2031: Cantabria, tierra de ‘asilo’ para el cántabro.
El pintor impresionista Pierre-Auguste Renoir sostenía que los cuadros deben ser algo bello. «Ya hay suficientes cosas desagradables en este mundo como para que nosotros fabriquemos otras más», decía. Sin embargo, junto a lo bello está lo sublime, aquello que, según Kant, produce sensación desmedida (en el caso de los españoles, alegaba, lo sublime terrorífico, por nuestra afición inquisitorial). Mehretu sugiere lo terrorífico y también lo grotesco, como ese galimatías o ‘mumbo jumbo’ que da título a una de las obras, metáfora de una política de la verbosidad, que, como el dónut, se construye alrededor de la nada.
Quienes, como mi madre hoy, han llegado a los 85 años, saben, mejor que muchos filósofos, que demasiadas promesas de orden y armonía acabaron y acabarán cubiertas por remolinos de negatividad. El escéptico alemán Odo Marquard decía que hay problemas humanos que sería antihumano no plantearse y sobrehumano resolver. El arte de gestionarlos es el de vivir.
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