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A través de los libros que ha publicado en los últimos años, Peio H. Riaño (Madrid, 1975) invita a reflexionar. ¿Cómo construimos nuestra mirada soberana? ¿De qué manera vamos a decidir quienes somos y cómo queremos vernos representados? Hoy expondrá su visión sobre estas y ... otras cuestiones en la Librería Gil (12.30 horas), como cierre a la iniciativa de DidacArt, DelasCallesunMuseo.
-¿Qué es un monumento?
-Es una buena pregunta porque, como los símbolos, es una figura que va evolucionando. Todas las sociedades tienen unas marcas propias. Por eso pensar que un símbolo va a ser eterno e inviolable es un error. Se imponen sin pedir permiso y se derriban sin pedir permiso. Llega un momento en que se agotan. Han representado a una parte de la población, que fue testigo de su inauguración y cuando esa generación desaparece, sus herederos dicen, ¿qué hacemos con esto que no nos representa? Estamos legitimados para construir una simbología propia, pero tenemos que ser conscientes de que debemos generarlos entre todos.
-La reconstrucción del relato está muy en boga en los últimos tiempos. ¿Es correcta?
-Claro. Tenemos que reconstruirlo constantemente. Igual que el debate de la cancelación es falso, porque no se cancela a nadie sino que se le multiplica la voz, y quien se queja es alguien que tiene ya una tribuna pública asentadísima que no se va a debilitar. Se cancela al que pierde su trabajo por publicar un libro inconveniente o sufre la censura institucional. El debate del presentismo es falso también. La historia es política desde que se inventa como tal y la reconstrucción del pasado es una reconstrucción interesada.
-¿Siempre?
-Siempre. Desde España no vamos a interesarnos por la historia de Sri Lanka. No nos interpela. Nuestros intereses políticos tienen que ver con nosotros. Esto que es algo tan básico ya lo decía Benedetto Croche: toda historia es historia del presente. Además, es que es inconcebible que puedas estudiar la historia con la mirada y las palabras del renacentista, porque no lo somos. Con toda la acumulación de acontecimientos, saberes y documentos, uno reconstruye e interpreta. La historia no es un saber que se cierra; no es un monumento. Un monumento es una mirada petrificada que no admite debates, no admite diálogos ni dudas. Dice: soy yo y me tienes que adorar.
-¿Es un alimentador de egos?
-Por un lado, del representado sí, pero es un alimentador de intereses políticos. Es propaganda pura y dura.
-¿Símbolos que se piensan a cuatro años vista?
-Las sociedades evolucionan en sus valores sociales, políticos, éticos. En estos momentos no aceptamos a un dictador, a un esclavista, a figuras supremacistas, a colonizadores, a figuras que establezcan un modelo de exclusión... En Perú, en La Paz, hay una Isabel la Católica levantada a mediados del XIX para homenajear a la primera mujer, blanca, europea, civilizada y católica, por supuesto. Y todo lo demás, queda excluido. ¿Qué ha ocurrido? Que un grupo de mujeres artistas, la han vestido de chola y han ocnvertido a ese modelo de mujer excluyente en inclusiva, que reconoce a la mayoría de la población.
-¿Tenemos que revisar entonces todo nuestro pasado?
-Sí, porque los monumentos no escriben la historia. Lo hacen los historiadores. Y la Historia es una ciencia en permanente revisión, porque se encuentran nuevos documentos y hay enfoques que cambian, por suerte. La Historia es todo lo contrario a un monumento.
-Usted habla de reconstrucción conservadora y construcción progresista. ¿No hay mezclas de un lado a otro?
-Juego con esos términos. Ser progresista no es ser del PSOE, sino aspirar a una ciudadanía mejor. De progreso. Ahora nos interesa más la resiliencia. Todo aquello que quiera restituir valores que han sido derribados por sociedades o generaciones anteriores, es un movimiento retrógrado. Los talibanes destruyen los budhas igual que decapitan periodistas, porque querían que supiéramos que están dispuestas a acabar con nosotros. El ecologista que entra al museo no quiere eso.
-¿Existen estatuas inclusivas al cien por cien?
-Eso hay que buscarlo. Se necesita un proceso democrático, transparente, limpio y de consenso. No valen las trampas. Es más fácil de lo que nos hacen creer. Y gracias a eso, nos plantan una estatua de Millán Astray.
-Pone el ejemplo de Millán Astray, ocurrido pocos días después de la salida de Queipo de Llano de la Macarena. ¿El monumento se impone sin debate, pero genera polémica durante y después de su instalación?
-Dentro de la soberanía que debemos reivindicar, hay que asumir que el espacio público es un espacio de conflicto, y eso no es malo.
-Entendido como diálogo.
-Claro. El conflicto es la esencia del acto demócrata en el que tenemos que enfrentarnos todos, con nuestras opiniones y dialogar. Eso es lo que se nos ha extirpado a la población española durante 40 años, en la Dictadura, porque solo había una opinión y es lo que no hemos conseguido restablecer. La impertinencia es básica para que la democracia fluya. Tiene que haber ciudadanos y ciudadanas que levanten la mano, pregunten, cuestionen a sus representantes y demanden explicaciones. Eso es la transparencia.
-¿Cómo deben abordarse los ataques reivindicativos a obras de arte por todo el mundo?
-Ayer, el ICOM, la institución internacional más importante que vela por los museos, me dijo que no quieren ser los enemigos de los activistas. Están preocupados porque se corren riesgos, pero afirman: «queremos que se use el museo para amplificar su mensaje». ¿Qué supone esta definición después de medio año de intervenciones arriesgadas? Supone que todas las barbaridades que se han dicho contra estas personas, en su mayoría veinteañeras mujeres, algo que es importante señalar, porque hay dos sesgos que no se soportan, ha hecho volver a la vida social y política de las comunidades a los museos.
-¿Cómo estaban antes?
-Hasta la primera acción eran cajitas registradoras expendedoras de entradas. Accedías, después de pagar un precio, única y exclusivamente para ver cromos. No tenías capacidad de relacionarte, de actuar. Es una oportunidad que los museos deberían aprovechar integrando el debate dentro de ellos. El Prado ha vendido esto como un debate de guerra. Si no salen las imágenes «pierden ellos», dijeron. Y ayer ICOM dice que no son enemigos, sino aliados.
-¿Cómo se hace esa maniobra?
-Ese reto social, el único importante en sus narrativas, es actuar con la sociedad que lo ampara, lo ayuda, lo paga, lo protege, lo adora, pero tiene que referirse a la ciudadanía. Y como el monumento, no es un aparato neutral, sino político. Absolutamente neutral es el bosque de Ucieda, porque no lo ha construido el hombre. El alcalde de la ciudad donde vivo ha decidido que tengo que homenajear a un legionario que representa a Millán Astray. Para financiarla, se abrió una campaña de micromecenazgo y participaron menos de 800 personas. Por tanto, no representa a la comunidad ni legitima la perpetuación de un golpista.
-Si lo pagas, ¿puedes poner lo que quieras?
-No, porque todo tiene un canal de consenso. Si te saltas los canales democráticos que ha establecido la comunidad para decidir qué valores la representan, estás estafando a esa comunidad. Con dinero público no, pero con espacio público sí. ¿Si homenajeas a un golpista puedes homenajear a un violador? No, pero la lógica del dinero no solo ha sucedido en nuestros días. Los monumentos se pagan por los poderosos que quieren sacar un rendimiento. No solo autoretratos. Todos los que celebran la invasión de América suceden a partir del cuarto centenario del descubrimiento. ¿Por qué? Porque España estaba perdiendo sus colonias, era la crisis de aquel imperio y cuando los están echando, se dedican a regar todas las plazas de monumentalidad en desuso.
-¿Para marcar territorio?
-Exactamente. El perdedor, el expulsado, sí, pero que sepáis que os descubrimos, os evangelizamos y os colonizamos. ¿Cómo es posible que dos siglos después, creamos que se pueden seguir defenfiendo esos monumentos? En Madrid, a la puerta de la Casa de América, hay un monumento en que un jinete a caballo está recogiendo del suelo a una mujer indígena y la está salvando de su indigenismo. ¿Por qué no se ha derribado o desplazado a un museo para contextualizarla y anular el mensaje político que en la calle sigue activo? Cuando Colau le niega a Revilla la estatua de Antonio López es porque la necesita para explicar el proceso de esclavización de la población mundial cuando ya estaba prohibido el tráfico humano, y no para homenajearla. Si se te ocurre celebrar a un esclavista, tienes menos sentido democrático que una anchoa.
-Habla sobre esto en Santander, donde no se ha cerrado el cambio de nombre de las calles.
-Soy partidario de destruir o intervenir agresivamente muchos monumentos. No son elementos patrimoniales sino propagandísticos. Los poderes se han servido del arte para legitimarse y que las generaciones venideras no las tocaran, porque son arte. Hay que ver las intenciones con las que se construyen o con las que se cambia el nombre de una calle. Quién, cómo y por qué pone el nombre de Alcázar de Toledo, por ejemplo. En esa argumentación de la expulsión de las calles de valores que no nos representan tiene que haber algo muy desarrollado para que quepa duda a nadie de que no es un capricho.
-¿Cómo ve los proyectos museísticos en marcha en Santander?
-Santander es un Málaga 2.
-¿En qué sentido?
-Habrá que ver los planes de los nuevos museos, pero lo que hay hasta el momento es una museización de la ciudad cuyo único fin es la captación del turista y no la reconstrucción de un tejido de proximidad.Llegan con veinte años de retraso al modelo de Guggenheim.
-¿Habrá masa crítica sólida?
-No quieren esa masa crítica. Son atrapamoscas. No vale aplaudir por aplaudir porque hayan invadido el paseo marítimo. La ciudadanía debería reivindicar de qué manera se les va a incluir en la construcción del relato. Al menos en las instituciones que tengan una aportación pública o el permiso para ser y existir en esas plazas. Estos modelos están caducos. ¿Que están aportando? Aparte de la vinculación con exposiciones internacionales, que es muy interesante. Un museo es mucho más. Yo no quiero entrar en un castillo, sino en un lugar donde no hay muros y puedo explicar mis demandas, Un museo debe escuchar porque si no se va a morir.
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