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«La desgracia del arte es haberse convertido en uno de los negocios más prósperos». La reflexión es de Adolfo Estrada, uno de esos grandes pintores de huella personal, cuya formación y trayectoria vital y artística está ligada a Santander. El artista 'santanderino de California' murió en Mallorca el pasado mes de febrero, según anunció su hija Ana.
«La pintura de Adolfo Estrada transmite una sensación de silencio que impregna todo el quehacer de su obra», apuntó en su día el crítico Mario Antolín, primer director de la feria Artesantander. La Galería Cervantes expuso la obra de Estrada en varias ocasiones desde los años noventa. Destacan dos citas de 2000 y 2004 que reflejaron ingentes encuentros con las obras del pintor. La mujer y el bodegón fueron sus temas predilectos. El motivo de la elección de estos temas es su trayectoria profesional, durante la que trabajó elaborando ilustraciones publicitarias y dibujando cómics.
Estrada nació en Estados Unidos y se crio en Santander, de donde se sentía «exclusivamente natural», según confesaba. En la capital cántabra realizó muchas de sus obras que tratan sobre temas marinos, ámbito también frecuente en sus cuadros. La pintura era su vocación tras ingresar en la Escuela de Artes y Oficios de Santander, y a los 18 años, cuando se dio cuenta de que era realmente lo suyo, se marchó a Madrid para iniciar los estudios de Bellas Artes, aunque debido al trabajo no los finalizó.
Estrada moría el pasado día 17 en Santanyí, Mallorca, a los noventa y dos años de edad, de muerte natural. Hijo de emigrantes cántabros, nació el 13 de diciembre de 1927 en San José, California; pero su infancia y juventud transcurrieron en Santander, donde se formó artísticamente. En su juventud, la influencia más honda la recibió del pintor Pancho Cossío y del poeta José Hierro al que le unió una profunda amistad.
La mano de Cossío se hizo patente en sus primeras obras de principios de los cincuenta. Intimismo y un interés por lo social se alternaron en los contenidos de sus obras de esos años. A principios de los sesenta comenzó su trabajo en el mundo de la publicidad, como director de arte de la agencia Kenyon&Eckhardt en Madrid. En 1963 viajó a Nueva York donde realizó estudios de estética de la imagen con Alexei Brodovitch y grafismo y arte publicitario en Kenyon & Eckhardt. Se interesó por los pintores realistas americanos Edward Hopper y Andrew Wyeth y por el trabajo de los grandes ilustradores.
Tras su regreso a España, abandonó los temas sociales y comenzó el desarrollo de su particular intimismo. Considerado como «el poeta de la pintura», Estrada desarrolló un estilo y una técnica propios que lo hicieron único en el panorama del arte actual.
El término «intimismo» es el que mejor definió su pintura y su actitud vital. Su técnica de veladuras le permitió literalmente traspasar el velo de la realidad y adentrarse en el espacio mental de la pintura pura.
«Su pintura, sus monotipos, están hechos con la vida de quién los creó, con limpieza, amor y dedicación. Es como una mirada soñadora sobre las cosas más humildes del mundo», escribió el premio Cervantes José Hierro. Desde 2013 vivía en Mallorca, aunque Madrid fue su lugar de residencia durante la mayor parte de su vida. En la isla hizo dos exposiciones (Fundación Coll Bardolet, Valldemossa en 2014 y en el Casal de Cultura de Santanyi en 2018) y numerosos coleccionistas adquirieron sus obras.
El contacto con sus amigos de Santander no se perdió: Joaquín de la Puente, Hierro, Ricardo Zamorano y Manuel Gómez-Raba. Al sonido de los poemas de Blas de Otero, Celaya, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, Quiñones, Claudio Rodríguez, Paco Brines, Bousoño, Antonio Gala... crecen los cuadros de Estrada: «Honestos consigo mismos, sinceros», según la poeta Marián Bárcena.
Encuadrados en la llamada neofiguración, que recoge los argumentos pictóricos de la Escuela de Madrid y el realismo Social y el informalismo de Dau al Set y El Paso, al final de la década de los cincuenta, buscará trasladar al espectador a un mundo lo suficientemente irreal como para escapar de las preocupaciones de la acción, de la decisión, de la responsabilidad.
A pesar de todo, sus estancias en Nueva York y sus viajes devolvieron la mirada de Estrada hacia el intimismo. «La pintura, que él definía como oficio, es un deleite para compartir. Y él pintaba como le gustaba». Maestro de la línea, deja libertad al contorno para ensalzar su pasión por la materia plástica.
Con exposiciones dentro y fuera de España, la mayor parte de sus cuadros están en manos privadas, aunque también poseen obras suyas el Museo Español de Arte contemporáneo de Madrid, el Museo de Arte Contemporáneo de Toledo, la Fundación Ford y la Robinson Collection de Nueva York, el Museo Ponce de Puerto Rico, el Museo Iconográfico del Quijote de Guanajuato (Méjico), Lausanne (Suiza), el MAS, la Fundación Santillana, la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, Palacio de Liria en Madrid, Museo de Salvador Allende, entre otros. Estrada, además, fue galardonado con el Premio Condesa de Barcelona de Pintura en 1981, con el Durán en 1985 y el Penagos de Dibujo en 1996.
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