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El ambiente era demasiado impactante para un joven e ingenuo provinciano español de 18 años». A Eloy Velázquez, recién llegado de un país sumido en la dictadura, le parecía increíble la atmósfera de solidaridad, compañerismo y amabilidad que reinaba entre estudiantes y la propia población. Desconoce la fecha exacta en la que recaló en aquel París convulso pero efervescente, distinto a todo lo que había conocido. «Mi pasaporte no registró ese dato porque pasamos la frontera sin detenernos en el coche de unos franceses que conocí en Santander y que se brindaron a llevarme a su país». Sí recuerda que llegó a la capital francesa los primeros días de junio, cuando la situación de la revuelta era noticia alarmante en todos los medios. «Los primeros días en la ciudad apenas dormí», confiesa. El escultor, grabador, historiador del arte y coleccionista de maderas duras que combina en sus esculturas con hierro, cerámica y objetos variopintos, evoca el 68 desde su estudio santanderino en San Celedonio.
¿Cómo describir ese clima tantas veces reflejado en fotografías y carteles? «Las calles respiraban una especie de ilusión colectiva contagiosa que, partiendo del Barrio Latino, inundaba con su magia toda la ciudad. Fueron días de manifestaciones multitudinarias y noches de reuniones y euforia. Recuerdo que se había puesto de moda una especie de sudadera de plástico fina y en función de la ideología (anarquista o comunista) todos salíamos a la calle con la negra o la roja. Curiosamente aún conservo mi blusón rouge. La muerte por aquellos días de un estudiante volvió a desatar la ira y de nuevo volvieron las barricadas, las piedras y la gasolina».
Artista conocido por sus grupos humanos de estilizadas esculturas, Eloy Velázquez tiene muy presente aún en la memoria la grafía y el diseño de la huella combativa en las paredes de toda la ciudad: «Una de las pintadas más habituales era la de las triple M (Mao, Marx y Marcuse). Todo el mundo estaba convencido que había que acabar con el orden establecido. Siguiendo las teorías de Marcuse» la libertad de la que gozaban no era más que un espejismo, una estrategia del alienador sistema que había conseguido deshumanizarnos por medio de la sociedad de consumo y de la educación». ¿Qué le ha quedado de todo aquello? «Pues la idea fija de intentar contribuir, en alguna medida, a hacer un mundo un poco mejor desde el arte y desde la propia vida».
Su intención entonces, como la de muchos jóvenes artistas soñadores y alentados por la creación y el ansia utópica, era quedarse en París y estudiar Bellas Artes, pero pronto descubrió que los estudios realizados en España no tenían ninguna credibilidad en Francia. «La gente tenía asimilado que Europa terminaba en los Pirineos; ser español no te aportaba ninguna ventaja. Lo más que podía aspirar era acudir a talleres privados por la zona de Montmatre donde, previo pago de una entrada, podías dibujar modelos desnudos y gozar de la compañía de aprendices de artistas de diferentes nacionalidades; el ambiente en estos talleres era muy cosmopolita y trababas amistad con gente con la que compartías información y alguna que otra excursión a museos o lugares pintorescos».
Eloy Velázquez, en cuya obra destacan sus grabados calcográficos, cree que el efecto del 68 se tradujo en la conciencia de que «el arte realizado hasta el momento era cómplice del consumismo capitalista». Se propugnaba un arte nuevo, libre y a la vez comprometido y político. De este modo se abrió «un fuerte debate. La idea era incorporar el arte a la vida cotidiana convirtiéndolo en una experiencia colectiva». Una cosa quedó clara: «no debía aspirar nunca más a satisfacer al mercado y a los coleccionistas». La pintura y la escultura dejaron de ser los principales vehículos para dejar paso a todo tipo de experiencias y experimentos.
París era todavía la meca del arte, el lugar donde todos los artistas querrían estar. «También evoca los efectos positivos y negativos en la vida cotidiana». El mero hecho de ser joven era motivo para que te hicieran descuentos en bares y tiendas. Pero el dinero se acababa y tuve que buscar trabajo. Me contrataron en una inmobiliaria para distribuir y pegar carteles publicitarios de la empresa por distritos de la ciudad. Luego conseguí un trabajo mejor en el restaurante 'La Paella' junto a la estación del este. El dueño (Roberto) decía que su abuelo catalán había sido cocinero de Alfonso XIII. Mi trabajo, que afortunadamente incluía alojamiento, consistía en ayudar al cocinero que era vasco y de pocas palabras. «Y ahora reflexiona sobre las distancias existenciales y las vivencias que sintió aquellos días: Desde la perspectiva de un joven español que venía de la férrea dictadura nacionalcatolicista aquellas demandas y el desafío a la autoridad y al orden parecían una auténtica locura. Me resultaba insólito que en aquel maravilloso paraíso de libertad encontraran tantos defectos, pero por qué no dejarse llevar por la utopía«.
Eloy Velázquez, que ha publicado también varios estudios y ensayos de arte, cree que en el fondo se rechazaba de manera contundente todo lo que regulaba aquella forma de vida, incluso –cómo no– el modelo de relaciones sexuales «El marco histórico lo recuerda bien». En julio tras la victoria electoral de De Gaulle, la ciudad volvió poco a poco a su rutina, «pero el ambiente que había generado tanta euforia colectiva y tantas ganas de conseguir un mundo mejor seguía muy vivo». En agosto, cuando los tanques rusos invadieron Praga y apenas quedaban pintadas en las paredes, «la gente se volvió a echarse a la calle y se volvieron a registrar duros enfrentamientos con los CRS, pues había cierto revanchismo por ambas partes». E incluso arrancó el terrorismo etarra. Y en aquel París que parecía ser el espejo de todas las miradas: los medios franceses se hicieron eco de su primer asesinato planificado, el del comisario Melitón Manzanas.
Se acercaba septiembre y ante la perspectiva de no poder cursar estudios oficiales y los requerimientos de sus padres, el 28 de agosto Eloy Velázquez regresó a Santander. «En mi maleta traía libros sobre Mao y Marcuse, que afortunadamente pasaron la frontera sin ser detectados, y el sabor agridulce del más intenso verano vivido hasta entonces». A su juicio, «la historia se toma su tiempo y la transcendencia de los acontecimiento de aquel histórico verano se fue consolidando lentamente hasta llegar a la mitificación actual».
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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