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Miguel Pérez
Martes, 5 de enero 2016, 12:44
Ziggy Stardust llegó a la Tierra en 1972 y parece que nunca ha terminado de marcharse o de morir. Lo más fácil es pensar que aquel extraterrestre andrógino convertido en estrella del rock hubiera abandonado este mundo justo un año después, cuando su padre y ... alter ego David Bowie anunció en mitad de un concierto en Londres que abandonaba a su personaje, que pasaba a otra historia, disolviendo súbitamente a su banda, The Spiders from Mars, lideradas por el talentoso guitarrista Mick Ronson. Cabe razonar que a nadie de sus músicos les gustó aquella despedida. Ronson es el que mejor parado salió: empezó a trabajar con Ian Hunter, Lou Reed y Bob Dylan, convirtiéndose en un elemento clave del retablo más fantástico surgido de la música de los 60s y 70's. El resto tuvo mucha menos fortuna.
Las cosas sucedían así en aquellos años. Después de un tiempo oscuro, David Robert Jones, auténtica identidad de Bowie, había saltado a la fama con el disco fundamental del glam-rock universal, pero el artista sentía la necesidad de abandonar a Ziggy para encarnar a su siguiente personaje, el ser semihumano-semiperro que le sirvió de llave para llevar el glam un peldaño más allá por el sendero de la filosofía y visitar los laberintos lisérgicos y autoritarios de 'Diamond Dogs'.
Pero, a la vista de 'Blackstar', su más reciente álbum, que sale a la venta mañana, 8 de enero, el mismo día en que el cantante cumplirá 69 años, está claro que el mesías alienígena del rock se quedó escondido en algún lugar de la misteriosa mente de mister Bowie. Porque en este disco el Duque Blanco regresa al espacio, a las atmósferas estelares, las profecías, el apocalipsis y los sonidos llenos de significados, con especial intensidad en esta canción de casi diez minutos de duración con la que se abre el repertorio y que supone uno de los mejores portales de entrada nunca grabados para un disco de autor.
A partir de una magnífica introducción, el resto del listado podrá convencer más o menos, pero es bueno. Maquiavélica y astutamente bueno. Se necesita una pértiga muy larga para superar ese nivel.
'Blackstar' lleva la firma de Bowie en cada uno de sus casi 42 minutos de duración. El cantante juega con los sentidos, las emociones e incluso con sus viejos patrones. Ha elaborado arquitecturas complejas.
¿Cool? Hay algo en su música que va más lejos. ¿Conocimiento? Mucho conocimiento. Inteligencia. ¿Intelecto cool? Sí, eso. No hay un fraseo dejado caer al azar. Ni una estructura banal. Todo forma parte de una nave tecnológicamente muy avanzada. La sensación es que Ziggy ha crecido, ha dejado atrás el pelo zanahoria, la extrema delgadez, la androginia que le hizo irreverente y famoso a partes iguales, y se ha sofisticado entre galerías de arte y clubes de jazz, recordando todavía que llegó a la Tierra para salvar el planeta usando el rock como arma.
Territorio del Duque Blanco
Y eso que no es un disco largo. De probabilidades. Al revés: se trata de un pleno. Son sólo siete canciones y tres de ellas ya han sido difundidas en otras versiones en los dos últimos años como material inédito en la antología 'Nothing has changed' (2014) o en la banda sonora de 'Lazarus', el musical sobre el artista británico que se representa en el Off-Broadway bajo el cuerpo y el rostro del protagonista de 'Dexter'. Pero todo suena armónico. Sorprendente.
Inexplorado, aunque uno esté seguro de lo que le espera en el siguiente valle. 'Blackstar' asume la filosofía y la estética de Bowie. El Duque Blanco ha ejercido como artífice del glam y del punk, ha explorado sus fronteras con el pop y el rock, aunque si algo es este individuo que renunció a ser caballero pero pasea como un sir por Manhattan, su actual microcosmos del que apenas sale, la palabra es sofisticado. Y arriesgado.
Sólo un artista de su talante puede editar a los 69 años un disco tan cargado de significados en el que se además se quita su antigua armadura para acudir a nuevos músicos con los que recrear sonidos más ajustados a su proyecto y a su idea de lo que debe ser 'Blackstar'.
Aunque la producción sigue en manos de Tony Visconti, Bowie se rodea de varios talentos de jazz, aprovecha las sinergias del saxo (soberbio Donny McCaslin) y la percusión y los conduce a un territorio diferente. Al territorio del Duque Blanco. El resultado produce, una vez más, la reinvención del propio Bowie.
Hace años, un problema coronario sufrido en plena actuación retiró al cantante de Brixton de los escenarios. Desde entonces, cero giras. En 2013 publicó 'The Next Day', álbum de resurrección tras diez años de silencio con el que logró que nadie olvidase que él es el maestro. Entonces surgieron las palpitaciones, las tazas de café, las llamadas telefónicas en cientos de agencias. ¿Volvería Bowie a los escenarios?
Respuesta: no. Bowie es uno de los poquísimos artistas a quienes la industria discográfica no molesta, ni contraría, sugiriéndole la conveniencia de una gira o de un puñado de entrevistas promocionales. De hecho, cualquier petición de ese estilo se queda en su despacho, situada a pocos metros de su casa. Probablemente, en la papelera más grande de la oficina.
Bowie es una suerte de aristócrata en este negocio. Como Ziggy, no forma parte de su mundo industrial y comercial. Solo su mujer, la modelo Iman, sus hijos y un reducidísimo equipo de gente, como Tony Visconti, su productor y guía en la sombra desde hace cuarenta años, conocen bien lo que sucede en el interior del hombre, sus proyectos, sus cambio de humor. Para el resto, es un enigma.
A partir de mañana, es seguro que volverán a las mesas de los promotores los cálculos de probabilidades. Aunque cada vez menos. Ya son mayoría quienes opinan que Bowie no dará una gira que quienes están convencidos de lo contrario. Sería toda una sorpresa que se decidiera a realizar un tour y más por Europa, que no ha pisado en años. El artista ha dejado unas cuantas pistas de la puñalada que representó la angina de pecho y de su deseo de habitar tranquilo en un universo donde sólo él pone las fronteras. 'Lazarus', la obra teatral sobre su figura, se titula así porque Bowie considera que resucitó tras el ataque que le colocó al borde de la muerte. Pasea mucho y cada mañana se acerca hasta el edificio donde estuvo alojada la famosa Factoría de Warhol, de la que él mismo formó parte, al igual que de las clases de mimo y danza de Lindsay Kemp, cuyas enseñanza aprovechó tan bien en el escenario y en las películas en las que ha participado durante su vida profesional.
También pinta. Y no es ésta una extravagancia de señor mayor bien asentado económicamente. En realidad, Bowie estudió música y arte y, al igual que Lou Reed, Joni Mitchell o Brian Eno, sostenía que ambas disciplinas podían confluir y complementarse; una corriente formalizada en la Europa de los 70s que alcanzaría su máxima expresión en Berlín y Londres. Eno fue productor por cierto de la trilogía berlinesa del Duque Blanco y artífice de los pasos más plásticos de U2.
Muchos de los esfuerzos de los últimos años del cantante de Brixton se dirigen en esa dirección. Y en su favor cabe decir que con mayor potencia artística que Marylin Manson o Paul McCartney. Habitual de las galerías de arte, Bowie ha promocionado a varios artistas jóvenes e incluso ha ejercido de entrevistador para prestigiosas publicaciones de arte. ¿Modesto? Para nada. Es, simplemente, un individuoenamorado de la belleza, la sofisticación y la indagación. No hay que olvidar que, antes de contratar a los músicos que le acompañan en 'Blackstar', Bowie se estudió cuánto material habían editado en discos y en YouTube. A determinada edad, el azar sólo es bueno para engordar las leyendas.
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