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Cohen junto a una estatua de Lorca.
El poeta con el que se educó Leonard Cohen

El poeta con el que se educó Leonard Cohen

El cantautor canadiense es devoto de García Lorca desde que leyó a los quince años unos versos del escritor granadino en una librería de viejo

Antonio Paniagua

Lunes, 4 de enero 2016, 13:13

Leonard Cohen (Montreal, 1934) es un poeta de altura. No porque lo digan los entendidos, sino porque sabe cantar como nadie, con palabras certeras, susurradas al oído con voz de cuero viejo, la ira de la rebelión, la tristeza de la saudade, el deseo y el cuerpo femenino. Ya antes de dedicarse a la canción había publicado cuatro libros de poemas -entre los que destaca 'Flores para Hitler'- y dos novelas: 'El juego favorito' y 'Los hermosos vencidos'. No era, pues, un advenedizo en el mundo de las letras. Este hombre que canta como si entonase una plegaria lleva el don del verso en la sangre, pero no se entendería a Leonard Cohen sin hablar de Lorca. Por eso, cuando uno puso música a sus palabras, se produjo uno de los encuentros más gratos y fecundos que uno pueda conocer.

Cohen experimentó el deslumbramiento de su vida cuando tenía quince años. Se encontraba en una tienda de libros de segunda mano cuando se topó con una antología de poemas que firmaba un tal García Lorca. Al pasar las páginas su vista se detuvo en unos versos perturbadores: «Por el arco de Elvira / voy a verte pasar / para sentir tus muslos / y ponerme a llorar». Se trataba del poema 'Gacela del mercado matutino', un estallido revelador que en pocas pero cegadoras palabras aunaba las inquietudes de aquel adolescente judío: poesía, música, deseo sexual y querencia espiritual. Cuando en otra página leyó «sus muslos se me escapaban como peces sorprendidos», el de Montreal supo que había encontrado su hogar. «Comprendí plenamente que aquel universo era el que yo podía entender, el que yo vivía. Lorca fue el primer poeta que me tocó. Él me educó». A partir de ese momento Cohen comenzó a escribir poemas en serio, sin imitar a Lorca, tratando de encontrar su propia voz. En ese afán versificador existía otra razón más pedestre: conseguir mujeres. Porque por aquellos años el imberbe Cohen andaba hambriento de sexo.

Todo cuadró cuando, junto al descubrimiento de su pasión por Lorca, Leonard se compró por doce dólares canadienses una guitarra española en una casa de empeños. Y para que todo fuera sobre ruedas ocurrió un golpe de suerte. En el parque Murray Hill de su ciudad natal tropezó con un joven de cabello negro que tocaba junto a las pistas de tenis una guitarra acústica. A base de gestos y expresándose en un parco francés, Leonard convenció al guitarrista para que le diera clases. En su primera lección el músico, que resultó ser español, afinó la guitarra y tocó algunos sones flamencos. Le enseñó al inexperto muchacho a colocar los dedos sobre los trastes. La segunda clase la dedicaron a practicar una progresión flamenca de seis acordes y a ejercitar la técnica del trémolo. Frente a un espejo, el chaval imitaba concienzudamente la manera en que su maestro sostenía la guitarra. Cuando llegó el momento de dar la cuarta clase, el guitarrista no apareció. El chico llamó a la pensión donde se hospedaba y la casera le comunicó que su profesor se había suicidado. «Yo no sabía nada de aquel hombre, por qué había venido a Montreal, por qué había aparecido en aquella pista de tenis, por qué se había quitado la vida -dijo Cohen sesenta años después, en el Teatro Campoamor de Oviedo, cuando recogió el Premio Príncipe de Asturias-, pero aquellos seis acordes, aquella pauta de guitarra, han constituido la base de todas mis canciones y de toda mi música».

Trajes impecables

Con su voz cavernosa, su sombrero de fieltro de ala corta, sus hechuras de caballero de otros tiempos y sus trajes impecables, el cantautor canadiense es una rara avis en la historia de la música. Un hombre de maneras elegantes capaz tanto de impugnar la estética hippy como de sumergirse en el budismo zen y vestir los hábitos espartanos del monje, como hacía cuando ingresaba en el monasterio de Mount Baldy (California) en sus frecuentes retiros.

El flechazo entre el autor de 'Cancionero gitano' y el dandi norteamericano se produjo pronto, aunque el hermanamiento físico tardó muchos años en llegar. Granada tuvo que esperar a 1986, con un Cohen ya maduro, de 52 años recién cumplidos, para que aconteciera el esperado encuentro y el creador de 'Suzanne' visitara la capital nazarí. Pero mereció la pena esperar. No se ve todos los días a un judío de los confines de otro mundo posar junto a la cuna del poeta en su Casa-Museo de Fuente Vaqueros. De ese 3 de octubre de mediados de los ochenta se recuerda una de las estampas más surrealistas que se conservan del cantautor. En un momento dado, para capturar el espíritu de Lorca, Leonard Cohen se puso a hacer yoga ante un retrato de Federico. La imagen de un Cohen boca abajo con los pies izados es la que ilustra la portada de 'New Musical Express'.

Esa fotografía habla de la devoción del cantante por el autor de 'Poeta en Nueva York', un sentimiento nada raro en un hombre que puso a su hija el nombre de Lorca, Lorca Cohen, un nombre rotundo, bautismo de poetas por partida doble. Fue Lorca, su hija, la misma que le avisó de que su representante y antigua amante, Kerry Lynch, en quien el músico había delegado la administración de sus cuentas, le había desplumado. Su fondo de jubilación había sido desvalijado: cinco millones de dólares pasaron a otras manos más ávidas.

Leonard Cohen es un lector avisado de Lorca, tanto que es capaz de volcarlo con acierto y sensibilidad al inglés. Su versión de 'Pequeño vals vienés', que Cohen llamó 'Take this Waltz', raya la perfección y es un prodigioso tributo con el que el músico salda una deuda de gratitud. El tema, también cantado por Enrique Morente, que fue fraternal amigo del canadiense, apareció por vez primera en el álbum colectivo 'Poetas en Nueva York'. Por este trabajo, que se publicó en 1986 con motivo del cincuenta aniversario del asesinato del escritor, desfilan George Moustaki, Angelo Branduardi, Lluís Llach, Chico Buarque, Donovan, Paco de Lucía, Victor Manuel y otros artistas.

Video: Take this Waltz

Granada, orgullosa de ese hijo que homenajea la ciudad posando con su guitarra acústica en el Albaicín, agradece el gesto de un músico que con la edad mejora con los años. Es uno de los pocos artistas que en la década de los ochenta, lejos de adocenarse, remonta el vuelo y saca provecho de los sintetizadores y el vídeo. Quien lo dude que pruebe a escuchar 'Im Your Man', que marca su renacimiento. Diez años después de su recorrido por la casa de Fuente Vaqueros nace 'Omega', un disco que supone el matrimonio entre los versos de Lorca y el cancionero de Cohen, con un cuadro de músicos rendidos a mayor gloria de ese canadiense con fama poeta lóbrego y torturado. Enrique Morente lidera ese acto de cortesía del mundo del flamenco al compositor de 'Hallelujah'.

Hotel Palace

Cohen quedó conmovido por el gesto. «Es lo más grande que nadie ha hecho por mí en toda mi vida», escribió el veterano cantante en una carta a su traductor en España, Alberto Manzano. Las letras de Cohen, declinadas en clave flamenca, liberan reverberaciones viscerales.

Alberto Manzano fue quien tuvo la feliz idea de presentar al cantaor y al bardo norteamericano. Ocurrió en el invierno de 1993, en la cafetería del hotel Palace de Madrid, y pese a los obstáculos del idioma, pronto surgió la química entre los dos. Lorca fue el imán que atrajo a su seno a dos genios.

Cuando en 2008 Enrique Morente adquirió los derechos de edición de 'Omega', hizo una versión ampliada que contó con la participación de músicos de la tall de Vicente Amigo, El Paquete, Cañizares y Tomatito, entre otros mientras que la hija del cantaor, Estrella Morente, se encargó de los coros.

Video: Pequeño vals vienés / Enrique Morente & Lagartija Nick

La voz portentosa de Silvia Pérez Cruz y la guitarra de Raül Fernández (Refree) recrean en un disco de versiones la canción 'Pequeño vals vienés', que ambos interpretan con un desgarro que conmueve y que en cierta forma es un tributo también a Morente. Es fácil imaginar a Leonard Cohen aplaudiendo este inspirado trabajo del dúo. Porque la versión de Pérez Cruz y Refree tiene ese aroma a cedro que aún desprende la guitarra del canadiense, adquirida hace más de cuarenta años en España.

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