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natxo artundo
Miércoles, 20 de enero 2016, 11:58
No se sabe si tiene algún poder. Lo que sí es cierto es que el poseedor del anillo más mítico en la historia del rock es alguien que, según la leyenda, sobreviviría a un holocausto nuclear, junto a las cucarachas (que son altamente resistentes a la radiación). Sí, él es Keith Richards y lo que lleva en el anular de su mano derecha hace unos años, lo vestía en el contiguo corazón es un gran y pesado cráneo humano, elaborado en plata.
Tenía Richards 35 velas por apagar en aquel 1978, cuando los joyeros londinenses David Court y Bill Hackett aterrizaron en Nueva York para la fiesta de cumpleaños del guitarrista original de los Rolling Stones. Y si el anillo, inspirado en una calavera humana real, no fue su regalo favorito, lo ha disimulado muy bien. Ambos se convirtieron en inseparables y aún hoy, a los 72 -sumados el pasado 18 de diciembre- el bueno de Keith sigue fiel a su joya, una de las más conocidas y reconocidas de la cultura popular, junto a la fabulosa pertenencia de Sauron. En el caso de la pieza única del reciente autor de 'Crosseyed Heart', dicen que dijo que lo lleva para recordar que, en el fondo, todos somos iguales. Pero también se dice que dijo que lo usa para recordarle dónde ha estado y no quiere volver a estar (comenzó a llevarlo tras dejar la heroína).
Otra pieza de legendarias resonancias -ojo, que en este reportaje no valen instrumentos musicales- es la chistera de Slash. El guitarrista de los Guns 'n' Roses -con quienes vuelve a unirse esta primavera- y Velvet Revolver no resulta fácil de imaginar de hecho, es casi imposible para el común de los mortales sin su chistera. El hecho de ser tímido le llevó a incorporar el tocado allá por 1985, cuando se hallaba de gira con Axl, Duff y compañía. En una tienda de Melrose Place, como quien halla el Grial en una gruta, se encontró con la prenda y luego la personalizó con unos 'conchos' de un cinturón que -tal y como dijo el propio músico- había robado en una tienda cercana.
De robos también va la siguiente historia. Aunque en principio las gafas redondas de John Lennon son un poderoso icono y bla, bla, bla... lo cierto es que -como muy bien sabe mi colega el gran escritor y reportero Álex Ayala- las cosas tienen su propia vida. Que se lo digan si no a los jubilados que custodiaban por turnos los anteojos de la efigie de John Winston Lennon en La Habana -inaugurada en 2000, para conmemorar dos décadas de la desaparición del beatle- , para evitar que se conviertan en trofeo o souvenir.
Otras gafas, más en la línea de su propietario, son las de Bono. Al vocalista de U2 se le diagnosticó glaucoma hace dos décadas y luce unos vidrios de marca Revo, que aporta un porcentaje de las ventas a comunidades pobres. «Gracias a una buena atención médica mis ojos están bien, pero decenas de millones de personas en todo el mundo con problemas de vista no tienen acceso a gafas, o incluso una prueba básica de los ojos. La mala visión puede que no sea peligrosa para la vida, pero afecta de gran manera a su vida y medio de vida». Así es él, siempre solidario.
Otra prenda es la que contribuyó a que el guitarrista Pete Townshend, de The Who exclamara sorprendido que en lugar de un vocalista tenían en sus filas a un Dios del Rock. La cosa es que Roger Daltrey dejó de plancharse el pelo y se lo dejó crecer, por consejo de su novia. Y, entonces, llegó la exposición a nivel mundial a través del Festival de Woodstock original: junto a aquellos micrófonos que volteaba Dalrey y a sus ensortijadas melenas, la chaqueta de ante con flecos, que le mostraba a pecho descubierto como un súper hippy o algo similar, se convirtió en un impactante icono. En general, las lucía de color natural, pero también hubo variaciones, como una en ante gris y con flecos multicolores, de las que le hizo la sastrería The Skin Room, en Ealing, Londres, hacia 1968-70.
En cuanto a las féminas, vamos a dar una cal y otra de arena. De lo pijo a lo más punk. Aceptamos pulpo como animal doméstico y a Madonna como estrella del rock. A partir de aquí, contaré que su famoso sujetador con formas cónicas fue subastado hace tres años en la casa londinense Christie's. El corpiño diseñado por Jean Paul Gaultier, popularizado durante el 'Blond Ambition Tour', se pagó a 51.971 euros.
En el polo opuesto, la cantante Donita Sparks, de la banda L7 hizo famoso un útil de higiene íntima en el británico festival de Reading en 1992. Las protestas y abucheos del público ante los problemas de sonido, que se completaban con lanzamiento de objetos, hizo que la artista perdiera la compostura y, a su vez, lanzara una cosa a la concurrencia, a la par que gritaba: «¡Comeos mi tampón usado!». Más adelante, Sparks se disculpó por su acción, que en su momento fue filmada. Hace unos meses, se distanciaba del incidente del murciélago decapitado a mordiscos de Ozzy Osbourne, cuando me explicaba que «no mordí ninguna cabeza cuando tiré el tampón. Ningún animal resultó dañado en mi momento chocante del rock and roll».
Y ya con toda esta historia casi cerrada, el pasado 29 de diciembre se fue al otro barrio Lemmy Kilmister. Aquí puede surgir otra cosa, otro elemento único. Y no, no es su Rickenbacker, ni un sombrero, ni nada que se le parezca. Es ese pedazo de verruga que llevaba en la cara el bajista, cantante y alma mater de Motörhead. ¿Por qué nunca se lo quitó? ¿Podría haber sido -tal vez- como la melena de Sansón? Lo cierto es que Lemmy se ha ido y se lo ha llevado consigo. El secreto. Y la verruga, que para eso era suya.
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Mikel Labastida y Leticia Aróstegui (diseño)
Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
José A. González y Álex Sánchez
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