Borrar
Kike López es uno de los cinco socios que han apostado por recuperar y mejorar la sala Niágara de Santander.
La segunda vida del Niágara

La segunda vida del Niágara

La renovada sala santanderina apuesta por músicas "experimentales" con su programación semanal

Pilar González Ruiz

Jueves, 25 de febrero 2016, 17:58

Un impulso. Una decisión surgida al ver el cartel de traspaso. Cinco amigos que sopesan las opciones y se lanzan a la aventura de gestionar un local mítico de la ciudad.

Kike López es uno de los cinco socios que llevan las riendas de la renacida sala desde octubre de 2013. Renacida porque en febrero de 2014 comenzaron las obras de cambio de cara. Más luz, más metros, una imagen más moderna y una predilección definida hacia la música en directo.

«Queríamos darle una segunda vida orientada a lo que siempre fue el Niágara; un garito de música, de encuentro de gente, de diversión», dice López que añade que, aparte de la música que se programase, «tenía que sonar muy bien».

Entre los criterios de programación que rigen su actividad cuando se cumple su primer año de funcionamiento destaca un principio de obvia sencillez: la calidad. «Que sean buenas bandas», explica.

Estar en contacto con promotores, con los propios grupos es básico para contar con material continuo que ofrecer. También tener los oídos bien abiertos al viajar, visitar lugares con los que se comparte filosofía y tomar ideas.

Las ideas que manejan en el Niágara intentan «arriesgar» trayendo «cosas un poco diferentes, experimentales». ¿Y cómo responde el público a estas propuestas? «Al público de la región le cuesta un poco ir a ver grupos que no conoce, más aún si hablamos de cosas minoritarias». Entre su lista de visitantes, bandas de la Berlín más cosmopolita, proyectos asociados al ruidismo o la electrónica «que se han quedado un poco desangelados», señala Kike Gómez.

Pero quizá sea más un problema de comodidad que de conocimientos. «En Cantabria hay mucha cultura musical. Gente que sabe de géneros, de bandas, de corrientes alternativas, como el reggae, la música negra...». A juicio de López, las salas tienen en este sentido una labor muy importante a la hora de proponer música que esté al margen de lo más comercial, «perlas que están por ahí escondidas» y que merece la pena descubrir.

No sólo el público debe reaccionar para dinamizar un sector que se pelea día a día por sobrevivir. «Nos falta sentido de agrupación», afirma Kike López, «hacer una escena sólida en la que no haya pequeños grupúsculos que rivalicen entre ellos». Pone como ejemplo el Xixón Sound que en los años 90 reunió a varias bandas de la ciudad (Australian Blonde, Undershakers, Manta Ray, Doctor Explosion, Nosoträsh, etc) creando un movimiento común, en el que los lazos geográficos y estilísticos, dieron pie a una etiqueta y una promoción global. «Aquí también tenemos grupos muy buenos que podrían conformar un todo, pero es la historia de siempre; las causas comunes suponen implicar a mucha gente y cuesta mirar en la misma dirección».

Los músicos sí tienen, sin embargo, cada vez más recursos para profesionalizarse; escuelas, cursos, clases de edición, producción, locales de ensayos...privados. «Falta facilitar al público común esas herramientas, un acceso más fácil, más ayudas», matiza López.

Respecto a la mediática polémica que se viene debatiendo desde hace meses en torno a las leyes que prohíben a los menores acceder a las salas de música, desde el Niágara se muestran totalmente partidarios de que los jóvenes pudieron implicarse, como músicos y como público, pero ahí están las normativas con las que choca este planteamiento.

Mientras bregan en el día a día, poniendo ritmo a cada fin de semana, se recuperan de la fiesta aniversario y continúan con su programación semanal.

Entre sus ideas, si pudieran elegir, así, a bote pronto lo que más les gustaría traer a la sala, está la Nola Brass Band; «Ocho músicos sobre el escenario, metales, sonido de Nueva Orleans», se entusiasma López, que ya eligió a la banda como el mejor disco nacional de 2015 en la selección propuesta por este periódico.

Hilando fechas y sonidos de lo que más les gusta hacer, no tienen prisa; «Este es un proyecto a largo plazo y estamos solo en el inicio», concluye Kike López. En la sala se mantiene el clásico cartel del Niágara que varias generaciones han visto al cruzar sus puertas, esquina de las calles San Simón con Sol. Treinta años no son nada.

Publicidad

Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios

eldiariomontanes La segunda vida del Niágara