Secciones
Servicios
Destacamos
ÓSCAR CUBILLO
Miércoles, 24 de febrero 2016, 13:30
Raphael (Miguel Rafael Martos Sánchez, Linares, Jaén, 1943), en la gira de su anterior disco sinfónico, 'De amor & desamor' (Universal), no colgó el cartel de 'no hay entradas' en el Palacio Euskalduna porque se quedaron sin vender solo butacas residuales. ¿Y ustedes se imaginan un ... concierto de 40 canciones de cualquier artista? Ya: aburriría hasta a las ovejas. ¿Y qué piensan si se enteran de que el show raphaelesco duró lo mismo que la película 'Interstellar'? Qué peñazo, ¿verdad? Y ahí sobre el tablado insistía y proseguía el gigantesco, egotista e incombustible Raphael, sin dejar de cantar, entrando y saliendo de la escena (¿para peinarse?), bebiendo agua, bailando en corto (jamesbrowniano, torerito, chulazo), subiendo y bajando por las escaleras del atrezzo, a veces echando un ojo a las letras de las canciones en un atril ('mis apuntes', informó), sentándose en un par de escalones de adorno, o encima del piano de cola (¡con un par!), o en un taburete (en la canción del espejo que destrozó arrojando contra él el propio taburete), o en una silla giratoria con ruedas en la que se desplazaba por el piso, bailando con un sombrero invisible, disparando flechas de Cupido con silbido incluido, actuando teatral como el fantasma de la ópera, sonriendo ufano a las dos mil personas que tenía delante (más jóvenes que en otras ocasiones, más hombres que normalmente), y oteando trascendente el vacío infinito como un marine con la mirada de los mil metros Como exclamó una espectadora al salir del Euskalduna: «¡qué barbaridad!». Sí, en sentido positivo: el que suscribe habría disfrutado de una hora más sin la menor queja. ¿70 euros la entrada más cara? Pocos me parecen
Inagotable en escena, el bárbaro Raphael cantó 40 canciones en 169 minutos de show con cinco bises (sin contabilizar la intro eléctrica del quinteto de escolta, que hizo protestar al señor de atrás, quien manifestó '¡qué alto!'). Fue un show parecido al de 2013 en el mismo escenario, pero superior, con mejores pantallas (siete, que a veces se iluminaban así: R-A-P-H-A-E-L; con siete letras, sí), con una banda eléctrica aparatosa (no vinieron los dos metales del año anterior, pero se salía de la tabla el guitarrista: ¡qué punteos!). El arranque encadenó 'Si ha de ser así' (rock-funk), 'La noche' (soul-rock con carcajada incluida, como un Johnny Hallyday moderno) y 'Mi gran noche' (cantada por la gente y con el linarense paseando como si fuera un imitador de él mismo).
Para quitarse el sombrero. Raphael, cuya voz revela ronquera de fondo y que a veces parecía sofocarse aunque le sirve para acentuar la teatralidad, esculpió canción melódica española marmórea, soul cañí en gradaciones arrebatadoras y melodramas en formato de historia corta que funcionan como peliculitas. Lo dicho, en Francia Johnny Hallyday tiene un respeto general que aquí parece haberse embolsado Loquillo, de quien también somos fans, ¿eh? Lo que pasa es que a Raphael le gusta más hablar encima de un escenario, aunque no abusa de los parlamentos. Ese sábado en las escasas presentaciones en el Euskalduna afirmó que podría haber nacido en Bilbao, prometió volver cada año «hasta el final», y comentó que Manuel Alejandro es su «compositor preferido, y también mi biógrafo». Y se metió al respetable en el bolsillo, a un público milenario (por cantidad, no por edad) que ovacionó una y otra vez, se puso en pie en señal de respeto para aplaudir, y gritó bravo (ambos sexos), guapo y guapísimo (ellas), y el puto amo (algún varón).
Ese sábado memorable entró en nuestra lista de lo mejor del año 2014: fue de los 10 mejores entre 383 conciertos. Esa gran noche el consuegro de Bono (el político, no el de U2) en sexteto hizo corear al aforo ('Provocación'), trágico se asimiló a Alberto Cortez ('Se fue'), sugirió la copla ('Los amantes'), se lució con swing ('Despertar al amor' podría hacerla su discípulo Bunbury), remitió a Pimpinela sin interlocutor ('Será mejor'), plasmó imágenes de su persona en las siete pantallas de fondo ('Yo sigo siendo aquél', ¡el Raphael de siempre!), se recreció como Rocío Jurado ('Eso que llaman amor', con tañidos springsteenianos del piano, créanselo), a dúo con la guitarra acústica versionó a Violeta Parra ('Gracias a la vida') y cantó folk andino ('Cuando llora mi guitarra'), luego narró su vida en gira ('Un día más'), se puso yeyé ('Estuve enamorado', con intro fusilando el 'Day Tripper' de los Beatles), sugirió a Chopin (el dramatismo rampante de 'Cuando tú no estás', o sea la canción de Laura), casi le abroncó a ella su pareja- para que pasara por alto su infidelidad ('Por una tontería', quizá lo mejor de la cita, con Raphael rompiendo un vaso y la banda disparándose rampante en el epílogo; en vivo le queda mucho mejor que en la almibarada versión del disco), hizo rock negro ('¡Detenedla ya!', cuando cool se sentó sobre el piano de cola), permitió a su guitarrista un punteo espectacular de Gibson Les Paul ('No puedo arrancarte de mí', la de la silla giratoria), se salió de la tabla en cabaré contagioso ('Maravilloso corazón', con palmas, coros y contoneos de todos en pie), explotó creciente en soul a lo Rocío Jurado ('Estar enamorado', con el público haciendo de gran coro), se asemejó a Dyango ('En carne viva', con redoble de caja), y durante los cinco bises se mostró pletórico: 'Escándalo' (rapeando y danzando robótico), 'Ámame' (más rock, con coda del andaluz ante el micrófono en plan James Brown otra vez), 'Qué sabe nadie' (teatral, agotador, con punteo Isley Brothers y el poderío vocal de Tom Jones), 'Ante el espejo' (el que rompe, sí, ya se ha dicho), 'El tamborilero' (emocionante, prenavideño y redoblado) y el adiós con 'Como yo te amo' (creciente, soulero, cañí). ¡Qué bárbaro, Raphael!
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.